SEMANA DE PASIÓN
LUIS GARCÍA MONTERO
Pasión es una palabra complicada porque pasa del amor al padecimiento y convierte la vehemencia en una inclinación al verbo sufrir, un deseo que nos hace navegar por otras palabras y dichos como arrebato, frenesí, ardor guerrero, apunten fuego, entusiasmo, fervor y devoción. Las palabras no sólo nos sirven para hablar con los otros, sino también para conocernos. Ellas, por su cuenta, hablan mucho de nosotros y escriben la historia con sus significados. Es muy certera la palabra pasión cuando une amor con devoción, metiendo por medio el sacrificio y las religiones.
Es inevitable
escribir aquí la palabra quijada, que no sale en el Génesis, pero invade pronto
la historia del arte y la literatura hasta llegar a Shakespeare. No estuvo muy
atinado nuestro Dios cuando mostró su predilección por las ovejas de Abel,
ofendiendo sin ecuanimidad los productos del campo de Caín. Nuestra historia es
el fruto de una primera tractorada. Ahí empezó todo. Una quijada de burro sirvió para que el
hermano ofendido se tomase la venganza en un arranque fogoso de indignación.
Dios nos hizo a su imagen y semejanza, nos puso la cruz, esa figura formada por
dos líneas que se atraviesan o cortan perpendicularmente. Cuando tuvo la idea
de mandar a su hijo a estudiar fuera del Paraíso, cayó en malas manos, no
porque fueran judías, o árabes, o de cualquier otra identidad, sino porque eran
humanas, y los estudios de Caín estaban ya muy avanzados. Habíamos conseguido
pasar de las quijadas y las piedras a las porras, las lanzas, las espadas y las
catapultas, esos instrumentos bélicos utilizados en la antigüedad para el
lanzamiento a distancia de grandes objetos a modo de proyectiles. También se
había avanzado mucho en el terreno de las ejecuciones. El joven Dios,
estudiante de humanidad, lo pasó mal en una cruz, lugar en el que los clavos
aprendieron a firmar acuerdos con la sed y las lanzas.
Los discursos
también matan, recuerdan enseguida la devoción de los sermones y levantan la
pasión del miedo, el odio y la quijada
Las navajas se
inventaron para que las hojas de un cuchillo pudieran guardarse dentro de un
mango. Pero ese refugio no fue más que un escondite transitorio mientras se
consolidaba la vocación de los puñales, aves batalladoras que se incubaron en
el nido de un puño. De ese modo pudimos pasar a los puños en nuestras
discusiones con una dimensión de acero, unos cuantos centímetros de punta
hiriente, y luego volamos hasta las conversaciones, y le ofrecimos a las
palabras la posibilidad de convertirse en puñaladas. Son peligrosas las
puñaladas en la espalda, pero las palabras pronunciadas de frente tampoco están
exentas de peligro. Los discursos también matan, recuerdan enseguida la
devoción de los sermones y levantan la pasión del miedo, el odio y la quijada.
El saber
tecnológico nos catapulta a un vocabulario de pistolas, escopetas, fusiles,
ametralladoras, cañones, tanques, misiles, torpedos, drones, bombas,
cazabombarderos y destructores. Hemos avanzado mucho, una experiencia que
permite mantener la semana de pasión a través de los meses, los años, las
décadas, los siglos y los caminos de la
Historia, tan llenos de cruces como los cementerios. De la quijada al
dron hay un largo desfile del que podemos sentirnos orgullosos. Claro que para sentirnos
orgullosos del todo no basta con la palabra pasión.
Tengamos en cuenta
también la palabra razón, nuestra facultad de discurrir, nuestra inteligencia
convertida en conocimiento para inventar armas y en perspicacia para hacer que
los humanos pierdan el juicio y necesiten matarse los unos a los otros. El
vocabulario del odio sale de las oficinas negociantes de la pólvora, se
extiende por sermones y discursos, por medios de comunicación, tratados
políticos y diccionarios nacionales e internacionales que reúnen algunas
palabras que se sienten desprotegidas como nación, raza, sexo y familia.
Volvemos a la familia, después de todo, a la necesidad de protegernos de Caín y
de la cruz sedienta que la humanidad se ha colocado en el pecho.
Buena semana de pasión.
Malditas sean las fábricas de armas, malditos los negociantes del horror,
malditas sus razones. Que nos dejen por lo menos matarnos con una quijada o un
accidente de tráfico.
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