LA HISTORIA REGISTRARÁ QUE ISRAEL
COMETIÓ GENOCIDIO
POR SUSAN ABULHAWA
Imagen: Otra niña herida por Israel. Ali Hamad / APA Images.
Los periodistas y los políticos lo llaman guerra. Las personas
informadas y honestas lo llaman genocidio. Lo que yo veo es un holocausto, la
incomprensible culminación de 75 años de impunidad israelí por sus constantes
crímenes de guerra.
Son las ocho de la noche en Gaza, el final de mi cuarto día en Rafah y el primer momento que he tenido para sentarme en un lugar tranquilo a reflexionar. He tratado de tomar notas, hacer fotos, imágenes mentales, pero este momento es demasiado intenso para un bloc de notas o mi agitada memoria.
Antes
de cruzar la frontera entre Egipto y Palestina por Rafah había leído todas las
noticias que salían de Gaza o sobre Gaza. No aparté la mirada de ningún video o
imagen publicados desde el terreno, por muy espantosos, impactantes o
traumatizantes que fueran.
Estaba
en contacto con amigos que me informaban de su situación en el norte, el centro
o el sur de Gaza, cada zona con diferentes tipos de sufrimiento. Estaba al
corriente de las últimas estadísticas, las últimas maniobras políticas,
militares y económicas de Israel, Estados Unidos o el resto del mundo.
Creía
que entendía cómo era la situación sobre el terreno. Pero me equivocaba.
Nada
puede prepararte verdaderamente para esta distopía. Lo que llega al resto
del mundo es una fracción de lo que he visto hasta ahora, que es solo una
fracción de la totalidad de este horror.
Gaza
es el infierno, un infierno rebosante de inocentes esforzándose por respirar.
Pero incluso el aire abrasa. Cada aliento raspa y se pega a la garganta y los
pulmones. Lo que una vez fue algo vivo, colorido, lleno de belleza, potencial y
esperanza contra todo pronóstico, ahora está cubierto de miseria y mugre de
color gris.
Apenas quedan árboles
Los
periodistas y los políticos lo llaman guerra. Las personas informadas y
honestas lo llaman genocidio. Lo que yo veo es un holocausto, la incomprensible
culminación de 75 años de impunidad israelí por sus constantes crímenes de
guerra.
Rafah
es el área más meridional de Gaza, donde Israel ha apiñado a 1,4 millones de
personas en un espacio del tamaño del aeropuerto de Heathrow en Londres.
Escasean el agua, la comida, la electricidad y cualquier tipo de suministro.
Los niños no van a la escuela y sus aulas se han convertido en refugios
improvisados para decenas de miles de familias.
Prácticamente
cualquier centímetro de espacio anteriormente vacío está ahora ocupado por una
endeble tienda de campaña que cobija a una familia. Apenas quedan árboles, pues
la gente ha tenido que cortarlos para hacer fuego. No había sido consciente de
la falta de vegetación hasta que me topé con una buganvilla roja con flores
polvorientas, solitaria en medio de un mundo desflorado, pero todavía vivo.
La
incongruencia me llamó la atención y paré el coche para fotografiarla. Ahora
busco vegetación y flores dondequiera que vaya, hasta ahora las zonas del sur y
de Gaza central (aunque en esta zona es cada vez más difícil entrar). Pero solo
quedan pequeños parches de hierba aquí y allá y algún árbol ocasional esperando
ser quemado para hacer el pan con que alimentar a una familia que subsiste con
las raciones de judías enlatadas, carne enlatada y queso enlatado.
Un
pueblo orgulloso con una rica tradición culinaria y acostumbrada a los
alimentos frescos se ha visto reducido y acostumbrado a un puñado de pastas y
papillas que llevan tanto tiempo en las estanterías que lo único que se puede
saborear es la ranciedad metálica de las latas.
Aún
es peor en el norte.
Mi
amigo Ahmad (nombre ficticio) es una de las pocas personas con acceso a
Internet. La señal es esporádica y pobre, pero todavía podemos enviarnos
mensajes mutuamente. Me envió una foto suya en la que me parece una sombra del
joven que conocí. Ha perdido más de 25 kilos.
La
gente recurrió primero a comer los alimentos destinados a los caballos y los
burros, pero ya se acabaron. Ahora están comiéndose los caballos y los burros.
Algunos comen los gatos y los perros callejeros, que a su vez están famélicos y
a veces se alimentan de los restos humanos que contaminan las calles donde los
francotiradores israelíes disparan a quienes se atreven a entrar en el campo de
tiro de sus armas. Los más jóvenes y más viejos han muerto ya de hambre y sed.
La
harina escasea y es más valiosa que el oro. Hace poco oí la historia de un
hombre del norte que consiguió hacerse con un saco de harina (que normalmente cuesta
8 dólares) y por el que le ofrecieron joyas, aparatos electrónicos y dinero en
efectivo por valor de 2.500 dólares. Rechazó el canje.
Sintiéndome pequeña
Las
personas en Rafah se sienten privilegiadas porque reciben algo de harina y
arroz. Cuando te lo cuentan te sientes honrado porque se ofrecen a compartir lo
poco que tienen.
Y
al mismo tiempo te sientes avergonzado porque sabes que tú puedes irte de
Gaza y comer lo que quieras. Te sientes pequeño porque eres incapaz de hacer
algo real para paliar la catastrófica necesidad y la pérdida, y porque
comprendes que ellos son mejores que tú, ya que de alguna manera siguen siendo
generosos y hospitalarios en un mundo que ha sido muy poco generoso e inhóspito
con ellos durante mucho tiempo.
Cuando
viajé hasta allí, llevé todo lo que pude, pagando por el extra de equipaje y
peso de seis maletas y llenando 12 más en Egipto. Lo que traje para mí cabía en
una mochila. Tuve la previsión de traer cinco paquetes grandes de café, que
resultaron ser el regalo más apreciado por mis amigos de aquí. Preparar y
servir café es lo que más me gusta hacer, por la alegría que me produce cada
sorbo. Pero pronto se acabará.
Dificultad para respirar
Contraté
a un chófer para que entregara en [el campo de refugiados de] Nuseirat siete
pesadas maletas con suministros, que bajó por unos cuantos tramos de escaleras.
Me dijo que llevar esas maletas le hacía sentirse humano de nuevo porque era la
primera vez en cuatro meses que subía y bajaba escaleras. Le recordaba a vivir
en una casa y no en la tienda de campaña donde reside ahora.
Aquí
es difícil respirar, literal y metafóricamente. Una bruma persistente de polvo,
podredumbre y desesperación cubre el aire.
La
destrucción es tan generalizada y persistente que las finas partículas de vida
pulverizada no tienen tiempo de asentarse. La falta de combustible obliga a la
gente a repostar sus vehículos con estearato, aceite de cocina usado que
produce una combustión muy sucia. Emite un olor nauseabundo peculiar y una
película que se pega al aire, al pelo, a la ropa, a la garganta y a los
pulmones. Tardé un tiempo en descubrir el origen de ese olor penetrante, pero
es fácil discernir otros.
La
escasez de agua corriente o limpia degrada lo mejor de nosotros. Todo el mundo
hace lo que puede consigo mismo y con sus hijos, pero llega un momento en que
deja de importarte. En algún momento, la indignidad de la suciedad es
ineludible. En algún momento, sólo esperas la muerte, aunque también esperes un
alto el fuego.
Pero
la gente no sabe lo que hará después del alto el fuego.
Han
visto fotografías de sus barrios. Cuando se publican en redes imágenes nuevas
de la zona norte, la gente se junta para tratar de descubrir de qué barrio se
trata, o de quién solía ser esa casa ahora convertida en un montón de
escombros. Con frecuencia dichos videos proceden de soldados israelíes que
ocupan o han volado sus casas.
Aniquilamiento
He
hablado con muchos supervivientes a quienes sacaron de las ruinas de sus casas.
Cuentan lo que les pasó con un semblante inexpresivo, como si no les hubiera
ocurrido a ellos, como si fuera la familia de otro la que fue enterrada viva,
como si sus propios cuerpos desgarrados pertenecieran a otros.
Los
psicólogos dicen que se trata de un mecanismo de defensa, una especie de
entumecimiento de la mente con el fin de sobrevivir. El reconocimiento de la
realidad llegará más tarde… si sobreviven.
Pero
¿cómo se enfrenta uno a la pérdida de toda su familia, al hecho de presenciar y
oler sus cuerpos desintegrándose entre los escombros, mientras se espera el
rescate o la muerte? ¿Cómo se enfrenta uno al aniquilamiento total de su
existencia en el mundo: su hogar, su familia, sus amigos, su salud, todo su
barrio y su país?
No
quedan fotos de tu familia, de tu boda, de tus hijos, de tus padres; incluso
las tumbas de tus seres queridos y tus antepasados han sido arrasadas con
excavadoras. Y todo esto mientras las fuerzas y las voces más poderosas te
denigran y te culpan por tu desdichado destino.
El genocidio no es solo un asesinato masivo. Es
aniquilación intencionada. De historias, de
recuerdos, de libros y de cultura. Aniquilación del potencial de una tierra.
Aniquilación de la esperanza. La aniquilación es el acicate que lleva a
destruir hogares, escuelas, lugares de culto, hospitales, bibliotecas, centros
culturales, centros recreativos y universidades.
El
genocidio es el desmantelamiento intencional de la humanidad del otro. Es la
reducción de una sociedad antigua, orgullosa, educada y con un alto nivel de
funcionamiento a personas sometidas a la caridad, sin un céntimo, obligados a
comer lo indecible para sobrevivir; a vivir en la inmundicia y la enfermedad
sin nada que esperar salvo el fin de las bombas y las balas que llueven sobre y
a través de sus cuerpos, sus vidas, sus historias y sus futuros.
Nadie
puede pensar en lo que vendrá después de un alto el fuego, nadie puede albergar
ninguna esperanza. Lo más que pueden esperar en estos momentos es que las
bombas dejen de caer.
Es
una petición mínima. El reconocimiento mínimo de la humanidad palestina.
A
pesar de que Israel ha cortado la electricidad y la señal de Internet, los
palestinos se las han apañado para retransmitir en directo la imagen de su
propio genocidio a un mundo que permite que continúe.
Pero
la historia no mentirá. La historia registrará que Israel perpetró un
holocausto en pleno siglo XXI.
Susan Abulhawa es escritora y activista. Este artículo
fue escrito durante su visita a Gaza en febrero y principios de marzo.
Fuente: https://electronicintifada.net/content/history-will-record-israel-committed-holocaust/45006
El presente artículo puede reproducirse libremente
siempre que se cite a su autora, a su traductor y a Rebelión como fuente del
mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario