PARTIDO A PARTIDO: LA CORRUPCIÓN
COMO BANDERA
LUIS
GARCÍA MONTERO
Pocos asuntos hacen tanto daño a la democracia como la corrupción. Si es triste asumir que el ser humano es capaz de las mayores infamias, lo verdaderamente grave ocurre cuando las infamias pasan de los fangos del alma humana a los partidos, las instituciones y los medios de comunicación.
El alma humana no tiene límites. Estos días hemos visto que hay gente capaz de estafar a las familias que perdieron un ser querido en una patera, vendiendo falsas posibilidades de recuperar un cadáver. Hemos visto tramas organizadas para robar a las personas en paro por medio de ofertas engañosas de trabajo. Piden dinero y hacen negocio con la necesidad ajena. Hemos visto a varios comisionistas enriquecerse cuando una pandemia obligó al Estado a comprar mascarillas y buscar vacunas para salvar nuestras vidas. Y hemos visto que puede darse la orden de que se dejen morir sin ayuda a los ancianos de las residencias de Madrid, abandonados a su propia asfixia. Se ocultó así el deterioro de los servicios públicos provocado por las políticas partidarias de las explotaciones privadas.
No tenemos arreglo.
Pero el problema grave empieza cuando los desmanes pasan de los individuos a
los partidos y las instituciones. Por desgracia, hemos visto también que hay
partidos capaces de ocultar las corrupciones propias con sobornos a los medios
de comunicación, subvenciones para generar servidumbres, manipulación de
jueces, manejo de policías y destrozo de referencias tan importantes como el
Consejo General del Poder Judicial. No, no es lo mismo expulsar a un militante
de la organización cuando tiene responsabilidades penales o políticas, que
ocultar esas mismas responsabilidades sin pudor con cualquier tipo de
estrategia.
El pensamiento
reaccionario abre un nuevo capítulo, pasando de utilizar las discusiones
políticas para ocultar las corrupciones a utilizar la corrupción, hacer bandera
de la corrupción, para ocultar sus programas políticos
La corrupción se
pegó a la historia de la democracia española en una dinámica que la ha hecho
inseparable de la destrucción de los servicios públicos. Y el daño no puede
reducirse al dinero que se desvía de las inversiones sociales a los bolsillos
privados. Muy dañina es también la forma en que las discusiones políticas
corrosivas se utilizan para ocultar y tapar con ruido los desmanes
particulares. No se olvide que el proceso independentista catalán se disparató
cuando Pujol y sus herederos necesitaron ocultar que alimentaban cuentas
familiares en Suiza gracias a la destrucción de la sanidad y la educación
pública catalana. Tampoco se olvide que un PP muy corrupto en Madrid aprovechó
la situación para ocultar sus propias corrupciones con unas ofensas
inadmisibles a Cataluña. Desviaron con un falso patriotismo la atención de sus
robos institucionales organizados. Guerra de identidades para tapar el
deshonor.
Pero llegamos ahora
a un nuevo capítulo que no debiera descuidar el pensamiento progresista, es
decir, el pensamiento político que quiere hacer más justa la convivencia a
través de los salarios, las pensiones, la fiscalidad equitativa, la vivienda,
los servicios públicos y la decencia laboral. Para tomar medidas sobre estos
asuntos es necesaria la autoridad y el crédito de la política. Por eso el
pensamiento reaccionario abre un nuevo capítulo, pasando de utilizar las
discusiones políticas para ocultar las corrupciones a utilizar la corrupción,
hacer bandera de la corrupción, para ocultar sus programas políticos.
Denunciar la
corrupción es necesario, desde luego; pero olvidarse ahora de la importancia de
las decisiones sociales para meterse en una trifulca sobre la corrupción supone
una trampa de la que conviene defenderse. La corrupción aleja de la política,
paraliza, le quita crédito a la posibilidad de mejorar la sociedad, socava la
autoridad del Estado, daña una ilusión electoral. Y el pensamiento progresista
necesita de la autoridad del Estado y la ilusión electoral para intervenir en
una realidad injusta. Necesitamos responder, por ejemplo, a la violencia
machista, la brecha salarial, los enriquecimientos abusivos, las precariedades
de la migración o el aumento escandaloso de los seguros médicos privados ante
el deterioro de la sanidad pública.
Creo que sería
bueno cambiar de estrategia en la próxima discusión. ¿Corrupción? Por supuesto,
mírese usted en el espejo. Y ahora cambiemos de conversación para hablar de la
vivienda, la sanidad, las pensiones, los salarios, los derechos laborales y el
deseo de cambiar en España las consignas de odio por los compromisos con la
convivencia. Partido a partido.
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