¡PÁSALO! MEMORIA DE OTRA MENTIRA
JUAN CARLOS MONEDERO
-¡Joder Emilio,
para esto no me llames a las seis de la mañana!- Amanecía el sábado 13 de
marzo. Emilio, desesperado, me proponía despertar a Gaspar Llamazares, líder de
IU, para que nada más abrir el juzgado presentara una denuncia contra Ángel
Acebes. Pensaba que así todo el mundo sabría la verdad.
Yo entendía que ni Llamazares iba a estar por la labor ni que una denuncia a Acebes iba a interesarle gran cosa a nadie. Acebes, ministro del interior, que nos veía a todos los escépticos como unos "miserables", era un tipo malvado con cara de mosquita muerta. Algún día tendremos que reflexionar por qué los meapilas son tan mentirosos.
La noche anterior,
rotos, nos fuimos a dormir tarde, descorazonados porque al dolor del atentado
se sumaba la estrategia del PP de mantener durante 72 horas la mentira sobre
los responsables del atentado de Atocha. Iba a salirles bien. Qué impotencia.
Tantas víctimas y tanto desprecio a las víctimas.
En la manifestación
del viernes, todos los políticos le habían comprando el relato a Aznar. Ahí
estaba Rajoy, claro, pero también Zapatero y Llamazares. La gente, por lo
general más lista que sus políticos, no era tan cándida. Bajo la lluvia, muchos
madrileños, al paso del presidente, le gritaban: "¡Queremos la verdad,
antes de votar! ¿Quién ha sido? ¡¿Quién ha sido?!".
Desde el jueves,
día del atentado, todo fueron decisiones unilaterales del Gobierno de Aznar,
seguidas por todos los partidos. Suspender la campaña en señal de duelo (todos
suspendieron). Convocar el viernes una manifestación con un lema "Con las
víctimas, con la Constitución y contra el terrorismo", que volvía a hacer
campaña a favor del PP. Todos fueron, aunque cambiar la Constitución era uno de
los temas centrales de esa campaña. El sábado, que era jornada de reflexión,
estaba prohibido hacer campaña. Y el domingo se votaba.
Aznar había tomado
una de las decisiones más torpes de su vida: decirles a los españoles y al
mundo que el atentado de Atocha que le costó la vida a 192 personas era obra de
ETA. Si hubiera dicho la verdad, habría ganado las elecciones. Pero la soberbia
tiene estas cosas.
Petulante, como en
la foto que se hizo en las Azores junto a Bush y Blair y que autorizó la ilegal
invasión de Irak. Previamente, Aznar y sus aliados habían sembrado la mentira
con la existencia de armas de destrucción masiva. Tras aquella sarta de
patrañas que llevó a la guerra, Aznar pensó que el atentado iba a leerse como
responsabilidad suya por haber metido a España en el conflicto. En cambio, si
convencía a los votantes de que había sido ETA, quedaba, pensó en su atalaya,
como el adalid de la lucha contra el terrorismo vasco (Víctor Sampedro ha
contado esta disyuntiva y la arrogancia mentirosa de la decisión).
A las 8 de la
mañana del sábado volvió a llamarme Emilio: teníamos que convocar delante de la
puerta del PP en la calle Génova. La noche anterior habíamos descartado esa
salida porque nunca convocaríamos a tanta gente como la que había acudido a la
manifestación de apoyo al Gobierno. Pero no quedaban muchas más opciones.
Además, prácticamente el 100% de los medios de comunicación estaban alineados
con la mentira del Gobierno.
-Creo que ya no hay
otra. Vamos-. Me mandó un texto y me dijo: "No lo toques, que está justo
redactado para que quepa en un sms". Le pedí que no lo enviara a nadie
todavía. "Déjame que lo piense. Veo la prensa de hoy y te digo".
Había quedado en el
Café Comercial de la Glorieta de Bilbao con unos alumnos mexicanos de un
posgrado. Compré la prensa y cuando vi que El Mundo, pese a ser jornada de
reflexión, llevaba en portada al candidato Rajoy y una entrevista central suya
a doble página, escribí a Emilio:
-"Vamos a
darle. Le he cambiado la hora. Las cinco es demasiado pronto. Vamos a convocar
a las seis"-. Lo mandamos a muy pocas personas, todas vinculadas a las
redes del No a la guerra. Y que fuera lo que Dios quisiera.
Del Café Comercial
nos fuimos al tanatorio sur. Había fallecido la pareja de un compañero y fuimos
a darle un abrazo. Aquello, lleno de víctimas, era la estampa de la tristeza.
Nos sentíamos marionetas de un teatro siniestro donde unos locos asesinaban,
los dirigente mentían y el pueblo que viajaba en cercanías ponía los muertos.
Cuando llegamos, nos llamó la atención que todos habíamos empezado a recibir en
nuestros teléfonos, rebotado, el Pásalo. En el tanatorio estaba Carlos Cué, el
periodista de El País. A él también le había llegado varias veces el mensaje.
"¿No vais a hacer nada?" -nos preguntó. Recuerdo que le dije:
"Algo estamos haciendo", aunque era más un deseo que nada que
estuviera sostenido con grandes expectativas.
Almorzamos en Casa
Mingo, en el Manzanares, enfrente de la Quinta del Sordo, donde Goya enloqueció
por culpa de la guerra que provocaron los que debían haber traído la
Ilustración. Ahí estábamos nosotros, al lado de sus pinturas negras, en mitad
de otra guerra y tan desalentados como el pintor aragonés. Poco antes de las
seis, salimos para la calle Génova. Paramos unos metros antes de llegar para
que una compañera, embarazada, se bajara. Estábamos seguros de que la Policía
no iba a ser amable con los cuatro gatos que íbamos a protestar. Para nuestra
sorpresa, la calle Génova estaba cortada por la Policía y un río de gente
estaba sumándose. El pásalo había corrido como un pacífico reguero de pólvora.
Cuando llegamos, ya
había al menos dos o tres centenares de personas. Nos pusimos en primera fila.
De pronto, la Policía cargó. En respuesta, los manifestantes, la mayoría jóvenes,
levantaron la manos y empezaron a gritar: "¡Ni un herido más, ni un herido
más!". La Policía se desconcertó. Todos nos sentamos en el suelo con los
brazos en alto y las manos abiertas. Un policía sujetó a un oficial que quería
lanzarse contra nosotros con su porra. La gente sensata entendía que Madrid no
soportaba más violencia.
Delante de la sede
del PP en la calle Génova estaban los medios de comunicación internacionales
preparados para el día siguiente. Aburridos, empezaron a retransmitir lo que estaban
viendo. La cadena SER se hizo eco de esas informaciones. El pueblo no creía al
gobierno. Las manifestaciones, espontáneas, empezaron a repetirse por toda la
geografía española. Pronto, la sede del PP se convirtió en un altavoz que
retransmitía en directo la respuesta a las mentiras del Gobierno de Aznar.
El PSOE, de la mano
del sagaz Rubalcaba, vio la oportunidad de golpear al PP por mentiroso. Iñaki
Gabilondo, desde la SER, acompañaba profesional en el relato.Empezaban a
deslizar la idea de que el Gobierno podía estar mintiendo. IU perdió su
oportunidad. Apelando a una idea del Estado que siempre ha habitado en un
sector del PCE, no se atrevió a cuestionar al Gobierno en ese momento. Pese a
que delante de Génova había muchos militantes de IU. Si lo hubiera hecho,
hubiera capitalizado la protesta. Pero había perdido los reflejos.
El mensaje
brillante de Emilio en el Pásalo acertó en ofrecer lo que tantos estaban
esperando. A lo largo del viernes y del sábado habían crecido las sospechas
sobre la autoría de ETA. El portavoz Otegui había dicho que no era cosa de la
banda terrorista vasca. Tampoco coincidía el explosivo ni el modus operandi.
Era demasiado incluso para ETA. E iban apareciendo pruebas que conducían al
islamismo radical. Fuera de España, todo el mundo señalaba a Al Qaeda. Iba
siendo un secreto a voces, pero Aznar y su Gobierno seguían con las mentiras,
reforzados por los mismos medios de comunicación que hoy sirven al PP y a Vox.
La hierba estaba seca. Pásalo fue la chispa que incendió la pradera.
"¿Aznar de
rositas?¿Lo llaman jornada de reflexión y Urdazi trabajando? Hoy 13M, 18h. Sede
PP, c/Génova 13. Sin partidos. X la verdad ¡Pásalo!". 145 caracteres.
Emilio, con su sincero dolor, había conectado con la necesidad del momento.
Citaba a RTVE, donde el responsable de informativos seguía mintiendo incluso el
día reservado para la reflexión. Tenía que ser sin partidos. Ninguno había
estado a la altura y era un momento para la ciudadanía. Y como en otros
momentos de la historia de España, la verdad, silenciada, correspondía al
pueblo. Otro motín desesperado.
La noche de ese
sábado, el ministro del Interior, Ángel Acebes, tuvo que reconocer a su pesar
la pista islamista. Habíamos ganado. Sabíamos que ya era imposible ocultarlo y
que el domingo, día de las elecciones, amanecería con los titulares señalando
la autoría islamista y el truco fracasado del Gobierno. El gobierno del PP
quedaba como lo que eran: unos mentirosos que habían faltado al respeto a
España en una de sus jornadas más dolorosas. Su mentira ya no les iba a
reportar votos.
Aznar se iría como
llegó a la política: mintiendo; la más excelsa basura del periodismo y la
política -Pedro J. Ramírez desde El Mundo, Jiménez Losantos desde la COPE,
Esperanza Aguirre y sus ranas en el PP- empezarían a sembrar la teoría de la
conspiración, iniciando la polarización que nos habita (desde ese momento, la
derecha española ha sido rehén de sus talibanes en los medios); Izquierda
Unida, por su falta de valentía, sacó uno de los peores resultados de su
historia; Rodríguez Zapatero, que había ganado por apenas nueve votos el
congreso a José Bono, sería elegido presidente. En la sede de Ferraz dijo:
"Sé que muchos de estos votos son prestados". Y, al menos durante
cuatro años, fue caminando con esa idea. Luego, tuvimos que salir otra vez a
las calles. Pero esa es otra historia. En esa jornada, que terminamos
manifestándonos por todo Madrid -Atocha, Lavapiés, Génova, Gran Vía,
Castellana, otra vez Atocha-, un cortejo de luto, al que se incorporó la comunidad
musulmana, lloró el duro golpe que nos asestaron.
Hoy que las
mentiras vuelven a multiplicarse, conviene recordar que sin la calle, sin la
indignación, sin una desesperación organizada, no hay cambios posibles ni en
las instituciones ni en las conciencias. Y que, en todos los momentos difíciles
de la historia de España, solo el pueblo salva al pueblo. Conviene no
olvidarlo. Así que ya sabes: pásalo.
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