IVÁN REDONDO, NI UN PELO DE TONTO
DAVID TORRES
Iván Redondo durante un momento de la
entrevista con Jordi Évole
Igual que la mayor astucia del diablo es hacernos creer que no existe, la mayor astucia de los asesores políticos es hacernos creer que son tontos. Por eso la entrevista a Iván Redondo en el programa de Jordi Évole descolocó a media España, primero porque ignoraban quién era aquel personaje y segundo porque, cuando descubrieron que se trataba del Maquiavelo personal de Pedro Sánchez, no se podían creer que estuviera diciendo lo que estaba diciendo. Que es responsable de los éxitos, pero los fracasos vienen principalmente por no hacerle caso. Que el gobierno tiene en su ADN la sensibilidad de conseguir los precios más bajos, pero el de la luz es un misterio oculto en el primer capítulo del Génesis. Que por tres veces le pidió su salida a Sánchez (como Pedro negando a Jesucristo), pero a la cuarta fue la vencida y se marchó él, pese a que antes Sánchez le había ofrecido ser ministro.
A Redondo lo de
ministro no le acababa de gustar, porque los focos desgastan demasiado y el
verdadero poder se alimenta en las sombras. Puesto que, según confesión propia,
a los doce años ya quería dirigir el país, lo de ministro se le quedaba corto,
muy corto. Se dirige mucho mejor el país desde un sillón del Ibex, o desde la
caja fuerte de un banco, o desde esos rincones oscuros de la Moncloa donde se
manejan los hilos de los muñecos presidenciales. Por eso, lo más extraño de
todo ha sido esta repentina aparición ante las cámaras, como si Redondo, que
había despreciado un ministerio, no le quedase más remedio que materializarse ante
la invocación de Évole. Tal vez todo sería mucho más razonable si hubiese ido
allí en plan Sálvame a despellejar a Sánchez y a sacar trapos sucios, pero por
sus palabras da la impresión de que eran más que amigos y residentes en Madrid.
Y, lo que es peor, que, según él, lo siguen siendo.
El veredicto
general, por los comentarios y chuflas en las redes, las tabernas y los taxis,
es que los fontaneros políticos son papanatas ególatras que no saben ni por
dónde les da el aire y que ocultan sus decisiones e indecisiones detrás de una
pantalla de humo y unas cuantas sentencias de autoayuda. Sin embargo, no hay
que olvidar que, antes de resetear a Sánchez, Iván Redondo consiguió dos
rotundas victorias con Monago y Albiol, secundarios políticos que a priori parecían
simples deshechos de tienta. La fama de cantamañanas de estos susurradores a la
oreja se contradice una y otra vez con la estela de sus triunfos. No hay más
que repasar la carrera de Miguel Ángel Rodríguez, el ala oeste del PP, el
hombre que estuvo detrás de la campaña electoral en la que Aznar llegó a
presidente y que veinte años después ha convertido a Ayuso en la princesa de la
Comunidad de Madrid y la más firme candidata a arrebatar el liderazgo a Pablo
Casado. Para el gran público, no obstante, Rodríguez es famoso únicamente por
cuadruplicar la tasa de alcohol al volante y por sus peloteras en las redes
sociales, donde llamó "imbécil" a Espinosa de los Monteros,
"mierda" a Ángel Garrido y "hembra joven" aunque "políticamente
inconsistente" a Inés Arrimadas.
Sería una grave
equivocación pensar que se trata de una cuestión folklórica, reducida al ámbito
español, ya que bastaría estudiar los ascensos meteóricos del anterior
inquilino de la Casa Blanca y del actual primer ministro británico para descubrir
que había dos chambelanes similares entre bambalinas. Detrás del aterrizaje
aparatoso de Donald Trump contra viento y marea estaba Steve Bannon, un tipo
que dice que abolir la esclavitud fue una mala idea y que preguntaba si
preferirías que tu hijo tuviese feminismo o cáncer. Detrás del histrionismo
indescifrable de Boris Johnson movía los hilos Dominic Cummings, el cerebro que
orquestó la campaña del brexit y que la prensa inglesa define como un hooligan
peligrosísimo. En la magnífica Brexit, the Uncivil War, se perfila un retrato
demoledor de Cummings leyendo a Tucidídes, a Sun Tzu y a Bismarck, rastreando
el voto perdido entre algoritmos y fabricando patrañas una detrás de otra. Al
lado de estos dos mayordomos tenebrosos, Redondo parece un pobre aprendiz de
brujo sacando sus piezas de ajedrez del bolsillo y explicando su biografía con
un peón avanzando hasta la octava casilla. Cuidado con los tontos, que te
llevan a jugar a las canicas.
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