EL CENIZO
"Los
estrategas de la sede manchada de corrupción consideran adecuado presentar a
Casado como el hombre que agita la campana del fin del mundo. Casado es el
cenizo que quiere aguarte el viaje. Y nadie vota a un cenizo."
ANTONIO MAESTRE
El presidente del PP, Pablo Casado, saluda a los militantes | EFE
Pablo Casado sigue en su carrera desbocado por realizar la declaración más hiperbólica posible. Su última patochada es anunciar en la primera de un periódico que España está abocada al rescate. No solo es que Pablo Casado considere que es una buena idea aparecer sonriendo con cara de cordero degollado bramando porque España se ve abocada a la quiebra y a un rescate. Es que además lo hace justo en el momento en el que España está saliendo de una pandemia que nos ha sumido en la ansiedad durante casi dos años. El genio de la comunicación política que ha considerado que la ciudadanía española va a recibir bien un mensaje catastrofista justo en el instante en el que vemos la luz al final del túnel.
No hay dato
económico ni político que lleve a atisbar de forma mínima alguna razón sobre la
que basarse para defender esa posición tan extrema, simplemente es que los
estrategas de la sede manchada de corrupción han considerado adecuado presentar
a Pablo Casado como el hombre que agita la campana del fin del mundo cuando la
sociedad empieza a recuperar la sonrisa. Casado es el cenizo que quiere aguarte
el viaje que llevas preparando un año justo en el momento en que estás haciendo
las maletas. Una idea brillante presentarse ante la sociedad como el portador
de unas noticias que nadie quiere ver, porque no existen.
Los agoreros nunca
han caído bien, pero menos aún cuando la coyuntura que se vive es la de
ilusión, la de recuperar una vida que una pandemia nos ha arrebatado de manera
dramática. En ese espejo de la conciencia reaccionaria que es Ayuso para
reflejar los complejos de Pablo Casado hay una mancha negra que ha perturbado
la imagen del éxito. Una distorsión visual no ha permitido desentrañar a Casado
el motivo del triunfo de Ayuso y ha errado de pleno la estrategia. Porque son
antagónicas. Isabel Díaz Ayuso logró capitalizar un humor de fatiga pandémica
en la sociedad, un ambiente de hartazgo sobre las restricciones, las medidas
sanitarias y un anhelo de vivir y volver a salir a reunirse. Ese espíritu que
en Madrid fue más prematuro empujado por la actitud suicida de la presidenta de
la comunidad se ha extendido al país y ahora Casado ha adoptado el papel de
Gabilondo, el del augur de la tragedia que nadie quiere oír.
El plan de Pablo
Casado se cimienta sobre varias estrategias conservadoras que se construían
sobre coyunturas pasadas que no pueden replicarse en un clima vital
pospandémico. El tópico, falaz, que el PP propaga con asiduidad es que ellos
tienen que levantar lo que el PSOE deja en ruinas. Es algo que ha surgido
siempre en la historia de la reacción en la oposición, aunque el único rescate
lo haya tenido que pedir su administración. Perdido como está, a Casado se le
ha ocurrido que la mejor manera de contrarrestar las buenas noticias que el
gobierno está trasladando gracias a la coyuntura del final de la pandemia es la
de poner en el debate público la posibilidad de quiebra del país.
El día previo a la
Fiesta Nacional del 12 de octubre se le ocurrió la idea de crear un museo de
historia en el Paseo del Prado. Conociendo su filia revisionista ya nos
imaginamos cómo pasaría por el periodo de sus herederos de la dictadura, una
representación dañada de nuestro pasado es lo único que puede ofrecernos como
líder de la oposición, como no es capaz de construir en el presente tiene que
aludir a un pasado imperial idílico mientras se convierte en el vate de la
tragedia por venir. Casado no es capaz de ver lo evidente, y es que nadie vota
a un cenizo.
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