EL PSOE TIENE UN PROBLEMA CON LA REFORMA
LABORAL Y NO ES YOLANDA DÍAZ
JUAN TORRES LÓPEZ
Las vicepresidentas del
gobierno de Economía Nadia Calviño y Trabajo Yolanda Díaz, durante la reunión
bilateral este jueves en la Conventual de San Francisco, en el marco de la
XXXII Cumbre Hispano-Portuguesa que se celebra este jueves en la localidad
cacereña de Trujillo bajo el lema "Por una movilidad sostenible".-
EFE/Chema Moya
El conflicto que en los últimos días se ha originado, dentro y fuera del Gobierno, sobre la reforma laboral no puede tener las razones que algunos han querido hacer creer que tiene. La intranquilidad, la preocupación y las reacciones de algunos dirigentes del PSOE solo tendrían razón de haberse dado algunos motivos que, me parece, son poco realistas.
El primero, que la
ministra de Trabajo hubiera realizado propuestas y negociaciones sobre los
cambios a realizar en la legislación laboral, sin atenerse a lo acordado en el
pacto que sustenta el gobierno de coalición. Un segundo motivo podría haber
sido que ese proceso estuviera desembocando en propuestas de Yolanda Díaz,
claramente enfrentadas a los criterios de Bruselas, de modo que se pusiera así
en peligro no solo el futuro de la reforma legal sobre el mercado de trabajo
que el gobierno de coalición ha prometido, sino, por extensión, otras políticas
en áreas colindantes. La tercera razón de la intranquilidad socialista podría
ser que la ministra de Trabajo estuviera marginando al resto del Gobierno,
actuando por su cuenta y sin tomar en consideración la estrategia global que
marca su presidente.
Francamente, cuesta
mucho creer que se haya podido dar alguna de estas tres circunstancias. Por un
lado, lo que el Gobierno de Pedro Sánchez pretende cambiar de la última reforma
laboral de Rajoy está claramente expuesto en el Acuerdo mencionado. Por tanto,
es verdaderamente impensable que a Yolanda Díaz se le haya ocurrido tratar de
volar más lejos de lo allí suscrito, no sólo porque ni la ministra ni su
coalición han manifestado en algún momento que sea eso lo que desean, sino
porque sería un empeño inútil. Antes o después, el Gobierno en su conjunto,
bajo la batuta de su presidente, frenaría cualquier intento de incumplimiento
de lo firmado en su día.
Es más, a Pedro
Sánchez le corresponde la tarea de dirigir la acción del Gobierno y coordinar
las funciones de sus miembros, tal y como señala la Constitución, y no cabe
pensar que haya hecho una dejación de funciones tan grande como para haber
permitido que las acciones de una de sus ministras se haya alejado del acuerdo
del que nació la coalición.
Al revés, nada da
pie a pensar que el Presidente haya podido dejar de despachar periódicamente
con sus ministros, como es su obligación, para perfilar su agenda y garantizar
que la de cada uno de ellos y ellas se ajusta a sus directrices generales. Por
tanto, nadie puede tener la más mínima duda de que, si se hubiera producido
algún desvío por parte de la ministra de Trabajo, el presidente lo hubiera
cortado de raíz en el mismo momento en que hubiera ocurrido. Es su competencia
y su deber y tiene autoridad para ello.
Más o menos lo
mismo se puede decir sobre el segundo motivo de preocupación socialista, un
posible choque de lo que pueda estar proyectando la ministra de Trabajo con los
criterios de Bruselas. También es descartable que esto se haya producido porque
en varias ocasiones se ha informado que los dirigentes europeos estaban al
tanto de los proyectos de reforma del gobierno español y en ningún caso se ha
sabido que pusieran objeciones relevantes. O, al menos, lo suficientemente
importantes como para crear un problema. Y la experiencia nos dice que Bruselas
no es precisamente timorata a la hora de expresar desacuerdos o líneas rojas.
De haberse
producido algo así, el presidente con toda seguridad lo hubiera sabido y
evitado sobre la marcha y no habría dado la más mínima oportunidad para que
surgieran desavenencias entre su gobierno y Bruselas. Mucho menos, en una
coyuntura tan delicada como la actual, cuando se están disponiendo de los
fondos europeos para la recuperación.
Finalmente, tampoco
cabe pensar que Yolanda Díaz haya sido en algún momento tan torpe como para
creer que podría llevar a cabo la reforma laboral acordada por PSOE y Unidas
Podemos, esquivando su discusión con otros ministerios o al margen de la
decisión final del Presidente. Ni en sus trámites ni a la hora de la decisión
final hubiera conseguido evitarla, como sabe cualquier persona que conozca
mínimamente cómo funciona por dentro un Gobierno.
En consecuencia, la
única razón sensata que podría haber producido preocupación a los dirigentes
socialistas es que hubieran desconfiado de la capacidad del presidente Pedro
Sánchez para dirigir y coordinar a su Ejecutivo. Una razón que yo sinceramente
creo que también cabe descartar.
Me temo entonces
que la explicación del nerviosismo socialista en estos últimos días tiene que
ver con otras razones. Si hay un acuerdo firmado que señala muy concretamente
las medidas a llevar a cabo para eliminar los efectos más negativos de la
Reforma Laboral de Rajoy, no tiene sentido el rifirrafe que los socialistas han
montado en estos últimos días, salvo que detrás de ello esté la intención de no
cumplir el compromiso exacto de reforma.
Siempre pensé que
el nombramiento más inteligente que hizo en su día Pedro Sánchez fue el de
Nadia Calviño. Tenerla en su Ejecutivo era una especie de seguro a todo riesgo
frente a Bruselas, de donde procede la mayor amenaza a la que ha de enfrentarse
cualquier gobierno europeo que pretenda llevar a cabo una política económica y
social mínimamente progresista o alternativa.
Obviamente, con
Calviño como ministra de Economía no se garantizaba poder gobernar de cualquier
manera, pero sí que, de haber algún tipo de conflicto con los eurócratas, se
iba a poder plantear en unos términos mucho más amigables teniéndola como
interlocutora.
Si eso era una gran
ventaja, es evidente que también comporta el serio inconveniente de tener en un
puesto clave del Ejecutivo a alguien que representa y defiende una ortodoxia
económica concebida con el exclusivo propósito de salvaguardar los intereses de
la gran empresa, de los oligopolios que dominan los mercados en casi todos los
sectores económicos. Y eso es lo que probablemente se ha hecho notar cuando se
acerca la hora de perfilar definitivamente la contrarreforma laboral (me niego
a utilizar el término derogación porque creo que es un dislate, política y
técnicamente hablando).
El PSOE tiene un
problema con esta última, pero no es Yolanda Díaz. El problema del partido de
Pedro Sánchez es su propia alma liberal, que despierta siempre que la del
socialismo de verdad trata de poner en marcha un cambio de calado progresista.
Se produce entonces una tensión de resultados dispares a lo largo de la
historia pero que, al menos, no puede engañar a nadie, pues se viene
produciendo casi en los mismos términos desde hace 142 años.
Otra cosa es que,
en medio de esa tensión, algunos y algunas dirigentes socialistas se hayan
puesto nerviosos por el vacío que un mayor protagonismo de la derecha de su partido
dejaría por su flanco izquierdo, donde Yolanda Díaz afianza cada día más su
atractivo electoral.
En las próximas
semanas sabremos en qué sentido bascula Pedro Sánchez, si se deja seducir por
los intereses que defiende Calviño o si refuerza el compromiso de progreso que
en diversas ocasiones ha ofrecido a su militancia. Y esperemos que Yolanda Díaz
sea inteligente y facilite, en lugar de dificultar, que esta última sea la
elección que tome el presidente del gobierno.
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