SÁNCHEZ O LA CABRA
FERNANDO LÓPEZ AGUDÍN
El presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE, Pedro
Sanchez, interviene ante el Plenario en la clausura del XL Congreso Federal del
partido que se ha celebrado en Valencia.- EFE/Biel Aliño
Una imagen, la de Sánchez abrazado a González, resume el XL Congreso del PSOE; y una oportuna declaración de Guerra, en la que ironiza sobre los que insultan al presidente del Gobierno mientras aplauden a una cabra, explican las razones de este abrazo. Quien dirigió la transición sabe mejor que nadie que la imagen de la involución, el abrazo de Casado con Abascal, no solo acecha al Gobierno de Sánchez, sino a todas las instituciones democráticas y que, por lo tanto, la unidad de los socialdemócratas es una condición necesaria, aunque insuficiente, para frenar este retroceso. Hoy con Pedro Sánchez, como ayer con González, la sociedad española debe volver a elegir entre retroceder o avanzar. O, como diría Guerra, entre Sánchez y la cabra.
Que la cabra de la
derecha tira al monte, sin que el pastor Casado impida que el rebaño vaya
directo al precipicio, es bastante evidente. No hay más que escuchar sus
propuestas y discursos. O sea, volver a la monarquía anterior a la
Constitución, liquidar el Estado de las Autonomías, ilegalizar todos los
partidos nacionalistas catalanes y vascos, derogar las leyes sobre el aborto y
la eutanasia, plantear un Poder Judicial ajeno a la soberanía popular, y
consolidar un amplio recorte de las atribuciones de los sindicatos en la mal
llamada reforma laboral de Rajoy. El mapa de la involución: monárquicos contra
republicanos, catalanes y vascos contra españoles, clase contra clase, obreros
frente a empresarios, creyentes contra agnósticos. Luego, ley, orden y Vox.
El PSOE vuelve a
ser la columna vertebral del sistema democrático. No tanto por méritos propios
como por deméritos ajenos. Es el partido hegemónico. Tanto en el seno de toda
la izquierda como también en el resto de
los partidos constitucionales. La permanente tentación de una derecha ciclotímica,
que no acaba de asentarse como una fuerza constitucional, refuerza hoy ese
papel del socialismo que se ve, además, obligado a representar intereses que no
son los suyos en cada crisis existencial de la derecha. No es la primera vez
que ocurre, ya pasó con los gobiernos de González, pero la gravedad de lo que
sucede ahora es mucho mayor dada la creciente capacidad política de la extrema
derecha y la incapacidad de la derecha.
La gran
responsabilidad de Sánchez es conseguir estar a la altura de esta grave tarea
política. Justo cuando todo el PSOE le reconoce como líder, después de haber
anulado las anteriores desviaciones derechistas de la gran coalición con el
PP, y las izquierdistas del sorpasso,
ahora afronta el peligro cierto de una involución del sistema democrático. Sin
el intenso abrazo del XL Congreso, en el que todos los socialistas han cerrado
filas en torno a su liderazgo, Pedro Sánchez no podría ni siquiera intentar
convertir al PSOE, y con él al actual Gobierno progresista, en el protector de
la Constitución. Para bien conseguirlo,
necesita simultáneamente proteger socialmente a la mayoría de los españoles.
Sólo así logrará el PSOE ser visto, percibido y buscado como un escudo.
Pero las espaldas
del PSOE son insuficientes para cumplir esta tarea. La izquierda hegemónica
necesita hoy que la izquierda radical supere ya el marasmo en el que se
encuentra. Coincidiendo con este final del XL Congreso socialista, la
vicepresidenta Yolanda Díaz, heredera del PCE y de CCOO, ha anunciado su intención
de abrir un diálogo con la sociedad civil para intentar buscar una plataforma
ajena a los fulanismos, que termine con ese caos político en el que flota la
minoría de izquierda. Tiene dos años para impedir que los votos de ese espacio
corran el riesgo de tirarse al cubo de
la basura. La ley de D'Hondt es implacable. Esta iniciativa es la mejor noticia
que ha podido recibir Pedro Sánchez tras el abrazo de González.
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