CAMILO JOSÉ Y MARIO
IAN GIBSON
Se puede ser escritor plausible, incluso preclaro, sin ser soez, grosero, desconsiderado y chulesco. Hace casi veinte años me encargaron un libro sobre Camilo José Cela, que acababa de fallecer (2002). Yo no quería, pero, como formaba parte sine qua non de una propuesta de contrato global, no hubo más remedio que doblegarme.
Pasé un año leyendo todas sus novelas, así como otros textos suyos, y visitando lugares que había frecuentado en Galicia y el resto del país. Llegué a la conclusión de que escribió unos pocos libros de gran calidad... y toneladas de hojarasca. Cuando murió, salió un académico alabando la riqueza de su vocabulario, como si fuera un mérito literario en sí. Pero a los escritores auténticos les fascinan forzosamente las palabras, son las herramientas de su oficio. Saber utilizarlas con acierto es harina de otro costal.
Finalizada mi
tarea, Cela se quedaba para mí en tres libros fundamentales: La familia de
Pascual Duarte, La colmena –que debe mucho a Manhattan Transfer, de Dos Passos,
sin que lo reconociera nunca– y San Camilo, 1936. Lo cual no quiere decir que
no tropezara con pasajes deslumbrantes en otros textos suyos, que los hay (por
ejemplo en Mazurca para dos muertos).
Quizás lo más
miserable del hombre fue su exabrupto sobre el centenario, en 1998, del autor
de Poeta en Nueva York. “Ojalá dentro de cien años –le dijo a Carlos Casares–
los homenajes a Lorca sean más sólidos, menos anecdóticos y sin el apoyo de los
colectivos gay. No estoy ni a favor ni en contra de los homosexuales,
simplemente me limito a no tomar por el culo”.
De todas las
reacciones ante tal obscenidad, la del inolvidable Terenci Moix fue la más
demoledora. El Nobel utilizaba en público, señaló, un lenguaje “que ya no usan
siquiera los cabos chusqueros”, y la alusión a los homosexuales “como simples
tomantes” era “digna de un vulgar coñón de pueblo, macho de boina, por así
decirlo”. “Es mucho más digno tomar por el culo –opinó por su parte Maruja
Torres– que lamerle el culo al poder, como Cela ha hecho tantas veces”. Para
Fernando Delgado, el gallego, en su fuero interno, envidiaba a Lorca. “Lo que
le jode a Cela –escribió– es el éxito del otro, incluso el de los muertos”, y
tenía razones “para temer distinta gloria que la que ha correspondido a
Federico”.
Delgado no se
equivocaba. El centenario del Nobel iba a pasar prácticamente desapercibido
alrededor del país y hoy apenas se nota su presencia en las librerías.
Entretanto, Lorca es admirado universalmente: el poeta y dramaturgo español más
traducido y comentado de todos los tiempos.
Como era de
esperar, nadie del Partido Popular, tan apoyado por el escritor, criticó lo que
había dicho sobre el genial granadino. Eran “cosas de Cela”, como había
ocurrido tantas veces. Y, siendo así, se le podían perdonar.
Tampoco había dicho
ni pío el PP cuando apareció la prueba documental del ofrecimiento del joven
Cela al régimen de Franco para delatar a rojos de su conocimiento.
Cuando murió el
Nobel, el muy católico Federico Trillo se encargó de asegurar, para colmo, que
su amigo había hecho las paces a tiempo con Dios y tenía garantizado el acceso
al paraíso celestial.
Bueno, ¿y Vargas
Llosa? Es verdad que el peruano cosmopolita es un señor elegante que respeta
las formas, sabe estar y no maneja en público el lenguaje cuartelero que tanto
le gustaba a Cela. Pero su apoyo al PP en las actuales circunstancias está
haciendo un flaco servicio a nuestra democracia.
Su reacción
inmediata ante las recientes revelaciones de los llamados ‘Papeles de Pandora’
ha sido enviar una carta a la directora de El País en la que, al defenderse,
declara ser uno de “los liberales de verdad”. ¿Qué significa denominarse así?
¿Quizás quiere decir “neoliberales”? Liberal de verdad o no, en 2015, según el
referido diario, tenía una sociedad en un paraíso fiscal “para gestionar el
dinero proveniente de los derechos de autor de sus obras y la venta de varios
inmuebles en Madrid y Londres”. Es decir que, antes de conseguir la
nacionalidad española, eludía el pago de impuestos.
Las palabras de Don
Mario pronunciadas en la convención del PP, sintonizando con las imbecilidades
proferidas últimamente por Díaz Ayuso –entre ellas la crítica al Papa por su
opinión acerca de las indudables barbaridades cometidas por los conquistadores
españoles– han chocado profundamente tanto aquí como en su América nativa.
En su página
habitual de El País, Vargas Llosa nunca ha aludido, que yo sepa, a las víctimas
de la atroz máquina de muerte puesta en marcha por la dictadura, o sea a las 115.000
o más “rojos” que siguen en fosas comunes y cunetas. No creo que jamás se haya
pronunciado sobre el Valle de los Caídos ni la exhumación de Franco. Tampoco
recuerdo haberle leído comentario alguno sobre los enredos financieros del rey
emérito, ni por haber abatido un elefante siendo presidente honorífico de la
sección española del World Wildlife Fund. Quizás no sea sorprendente el fervor
que le suscita la llamada Fiesta Nacional.
Para terminar, si
Vargas Llosa es, como insiste, un auténtico “liberal”, ¿por qué no apoya a
Ciudadanos en vez de al PP, o sea al PP más Vox? ¿No sería mejor echarles una
mano para que hubiera en este bendito país un conato de partido de centro
abierto al diálogo y a los pactos?
En fin, dos Nobel
de Literatura que, según mi óptica, resultan poco... gratos
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