¿CUÁNDO SE JODIÓ VARGAS LLOSA?
Para mí
que ya te habías jodido mucho antes de la Plaza de Colón, cuando escribiste
para Planeta aquel relato filoesotérico sobre Sendero Luminoso.
JUAN OLIVER
No sé cuando te jodiste, Pichulita Vargas. No sé cuando te convertiste en ese viejo Chicago-playboy que eres hoy. Llegué a pensar si no te habría devorado la entrepierna un perro rabioso en el colegio de curas donde estudiaste en Lima, y si no te habría emasculado el cerebro de genio. Porque no me negarás que tienes parte del cerebro en la entrepierna. Si no, ¿cómo explicar tu primer matrimonio con la hermana de tu tía diez años mayor que tú; el segundo con tu prima y sobrina de tu exmujer; y el tercero con la visitadora de la prensa rosa que se pasó por el chivo a la dictadura, la transición y la democracia sin solución de continuidad?
Quizás naciste ya
jodido, con tus padres divorciándose antes de bautizarte. O fue que tu madre y
tu abuelo te condenaron a una infancia en shock ocultándote hasta los diez años
que tu padre estaba vivo. Tu padre era un cabrón a quién le repugnaba tu
vocación literaria, y al poco de conoceros te mandó a un internado militar para
que te la borraran a hotias. De allí salió tu primera novela. Pero ellos, tu
madre y tu abuelo, digo, también se pasaron. Escogieron la indignidad de
decirte que él había muerto antes que confesar que había engañado su mujer.
Tu abuelo. El que
te llevó a vivir a Piura porque su primo, presidente de la República, lo había
hecho prefecto allí. Favor con favor se paga, así que después, en la
Universidad, renegarías del comunismo y del Grupo Cahuide para afiliarte al
Partido Demócrata Cristiano. Diecisiete años y ya eras demócrata cristiano,
Pichulita. ¿Tú te crees? Igual ya entonces querías llegar a presidente.
¿Te imaginas? Tú de
presidente. En 1990 no pensabas en otra cosa y lo tuviste al alcance de la
mano. Fujimori era un desconocido y tú habías ganado la primera vuelta. Una
lástima que al final el Antonio Conselheiro de aquella guerra de fin de siglo
era él, y no tú, León de Natuba, deforme e impasible el ademán de la derrota.
Me vas a perdonar, Pichulita, pero fue ahí cuando se jodió el Perú. Cuando los
peruanos tuvieron que escoger entre Fujimori y tú. Ahí se jodieron. Luego
viniste tú a España a joder con UpyD, y con Ciudadanos, y con el PP. Pero esa
es otra historia.
Para mí que ya te
habías jodido mucho antes de la plaza de Colón, cuando escribiste para Planeta
aquel relato filoesotérico sobre Sendero Luminoso. Tú, que ya habías ganado el
Rómulo Gallegos, el Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica, que ya tenías
la Legión de Honor de Francia y el Príncipe de Asturias, que ya sabías, como
sabíamos todos, que antes o después te iban a dar el Cervantes, y el Nobel, y
lo que hubiera que darte.
Te dejaste llevar
por Lara y Carmen Balcells. Como hizo Cela un año después y como no se dejó
hacer Delibes, que rechazó escribir al dictado de aquel premio de jurado fake.
Tú, que podrías tener hecho una genialidad con Abimael Guzmán, como hiciste con
Trujillo y con Castillo de Armas. No sé que pensarán Cerebrito Cabral, Santiago
Zavala y Johnny Abbes García de aquellos personajes insulsos y desconstruídos
con los que ganaste los cincuenta millones del Planeta de 1993.
Tú ya venías jodido
de casa, pero a mí bien que me jodiste domingos enteros con aquellas
"Piedras de Toque" en las que defendías las mismas políticas
clasistas y austericidas que mataban gente en tu país y que acabarían matándola
en el mío. En la última que te leí –no pierdo la esperanza, Pichulita– pedías
el voto para Keiko Fujimori, que se presentó a las elecciones en Perú con el
único propósito de sacar de la cárcel su padre, condenado a más de cincuenta
años por malversación y violación de los derechos humanos.
Fujimori ordenó a
s(t)u ejército secuestrar, torturar y asesinar a un profesor, a ocho
estudiantes, a un periodista y a un empresario, y mandó ametrallar a quince
supuestos terroristas. Eran inocentes vecinos de un barrio pobre, y entre ellos
había un niño de ocho años, Pichulita. Y vas tú y pides el voto para que la
hija del asesino saque a su padre de la cárcel. Y eso no está bien. Por muy
rojo peligroso que sea Pedro Castillo.
¡Ai, Pichulita! Que
no sé cuando te jodiste. Sigo leyéndote, regalándote, prestándote y
recomendándote. Pero echo de menos esa conversación que tenemos pendiente.
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