HISTORIA DE UN BORRACHÍN
JUAN LOSA
Leo que un hombre borracho desaparecido en Turquía participó en su propia búsqueda. La melopea le impidió darse cuenta de que era él y no otro el desaparecido. Cuentan sus amigos que estaban echando unos litros en pleno bosque cuando Beyhan, que así se llama el fulano, comenzó a enarbolar tremenda papa. Una papa que alcanzó tintes grotescos y que motivó la marcha de sus compañeros, incapaces de hacer frente a la mortadela que blandía su colega. El caso es que Beyhan quedó desorientado y a la deriva cual borrachín, por lo que no es descartable –y aquí entramos en el terreno de las conjeturas– que cayera dormido plácidamente abrazado a un alcornoque o lo que sea que crezca en el norte de Turquía, de donde Beyhan es oriundo. Su ausencia a la mañana siguiente movilizó a los servicios de emergencia, que organizaron una batida a la que, curiosamente, se unió Beyhan cuando hubo despertado de su correoso letargo.
Beyhan buscó
incansable durante horas hasta que uno de los rastreadores gritó su nombre. Fue
entonces cuando se apercibió que le buscaban, que el ausente era él y, como
tal, protagonista de una movida a la que creía asistir en calidad de comparsa.
La ilusión de libertad que habitó Beyhan las pocas horas que buscó sin saber lo
que buscaba, ajeno a su condición de prófugo, se esfumó en cuanto escuchó su
nombre en boca de otro fulano. El hechizo había terminado. "Estoy
aquí", esgrimió Beyhan, desarmado. Como cuando el bachiller escucha su
nombre a primera hora y dice aquello de presente. Nombrar tiene algo de impune,
ser nombrado es asumir la primera derrota. Beyhan somos todos (también los
abstemios).
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