EL REY QUE NO SABE NADA DE SU PADRE
FÉLIX BORNSTEIN
Todos sabemos que al Rey Viejo siempre le ha dado pereza acercarse al confesionario fiscal. También sabemos que en dos ocasiones el mal llamado "rey emérito" ha salido de su letargo tributario y, de forma extemporánea (transcurridos los plazos legales), ha ingresado ciertas cantidades que debía al Tesoro Público y a una Hacienda autonómica.
La primera vez que
Juan Carlos I reconoció que estaba en fuera de juego se remonta al mes de
diciembre de 2020. Entonces el Rey Viejo ingresó 678.393,72 euros (incluidos
recargos e intereses de demora), correspondientes al uso de tarjetas opacas, a
través de un testaferro, con cargo a una cuenta bancaria de la que era titular
su amigo Allen Sanginés-Krause, un acaudalado hombre de negocios mexicano. Los
"donativos" de este capitán de empresa se habrían devengado en 2016,
2017 y 2018 (períodos todos ellos en los que Juan Carlos I ni había ganado la
prescripción ni gozaba ya del privilegio de la inviolabilidad regia).
La segunda
regularización se produjo el 25 de febrero de 2021, por un importe de
4.395.901,96 euros (también incluidos recargos e intereses de demora). En este
caso el Rey Viejo reconoció los pagos recibidos de la Fundación Zagatka, una
entidad dirigida por su primo lejano Álvaro de Orleans.
Las
autoliquidaciones realizadas por el Rey Viejo fueron conocidas por la opinión
pública a través de sendos comunicados de su abogado, Javier Sánchez-Junco. En
los dos textos, el letrado de Juan Carlos I manifestó literalmente que las dos
regularizaciones fueron "espontáneas" ("sin requerimiento previo
de clase alguna"). Sin embargo, en su edición del 20 de septiembre, el
diario El País difundió la noticia de que el Teniente Fiscal del Tribunal
Supremo había comunicado formalmente al emérito (a través del letrado
Sánchez-Junco) la apertura de diligencias de investigación relativas a la
posible comisión de varios ilícitos criminales atribuidos al anterior Jefe del
Estado.
Tres fueron las
comunicaciones de la Fiscalía del Supremo. Las primeras se efectuaron antes de
que el Rey Viejo ingresara, el 9 de diciembre de 2020, la cantidad de
678.393,72 euros. La tercera se produjo antes de que el emérito abonara al
Tesoro 4.395.901,96 euros. En todos los casos, Sánchez-Junco acusó recibo de
las notificaciones de la Fiscalía.
Los hechos
difundidos por El País revelan un giro de 180º en la situación jurídica del Rey
Viejo y (¡por qué no decirlo!) ponen al Rey Chico contra las cuerdas:
1.- Las dos
liquidaciones del emérito no han sido espontáneas sino obligadas por tener
sobre su cogote la sombra amenazadora de la Justicia. El antiguo monarca
efectivo (ahora solo lo es a título formal) no puede amparar su conducta en la
llamada "excusa absolutoria" (artículo 305.4 del Código Penal).
Hablando en cristiano, Juan Carlos I no ha conseguido evitar una persecución
penal por la posible comisión de varios delitos contra la Hacienda Pública.
Aunque, al parecer, los fiscales del Supremo están dispuestos a hacer la vista
gorda en un asunto tan gordo como turbio. A la espera de noticias ibéricas, el
Rey Viejo no puede despistarse de la amenaza legal sobre su real persona que
pende en los tribunales de Ginebra y Londres, donde nunca ha gozado de la
inviolabilidad (perdón, impunidad) que le ha regalado nuestro desquiciado
Estado de Derecho.
El Código Penal,
siempre que la cuota defraudada resulte superior a 120.000 euros, castiga el
delito contra la Hacienda Pública con una pena de prisión de uno a cinco años,
y multa del tanto al séxtuplo de la cuota defraudada. Aparte, claro está, del
pago de la responsabilidad civil (el importe de la deuda tributaria). No
obstante, el Código establece un subtipo agravado cuando la cuota defraudada
exceda de 600.000 euros o cuando, en la comisión del delito, se hubieran
utilizado personas físicas o jurídicas interpuestas, negocios o instrumentos
fiduciarios, o paraísos fiscales. El Código, de esta forma, castiga con una
mayor severidad los intentos, a través de los métodos antes citados, de ocultar
o dificultar la identidad del obligado tributario, la determinación de la
cuantía defraudada o del patrimonio del obligado tributario. En dichos casos,
las penas previstas ascienden a la de prisión de dos a seis años, y multa
pecuniaria del doble al séxtuplo de la cuota defraudada. Aquí aparece un riesgo
más inquietante para el príncipe romano, debido a varios nombres propios: Dante
Canonica, Arturo Fasana, Álvaro de Orleans, la Fundación Lucum y la Fundación
Zagatka, por no hablar del militar de su Casa que hizo el canelo al utilizar a
favor del emérito la tarjeta de Sanginés- Krause. Esto me parece lo peor de
todo. Es inadmisible que el capitán general de las fuerzas armadas ordene
recados a un sargento de cocina. ¡Cuánta prepotencia, Dios bendito!
2.- La vida privada
del "piloto del cambio" me interesa menos que un comino. Otra cosa es
la dimensión pública de sus actos, siempre velados por una opacidad impropia en
una democracia digna de tal nombre. Ahora sabemos, además, que Juan Carlos I es
un mentiroso compulsivo respecto a sus obligaciones ciudadanas con la Hacienda
Pública de su país, al que ama (eso dice) como un oficial del Tercio se enrolla
con la muerte. Hay amores que matan.
3.- El cazador de
paquidermos africanos cree que la mejor defensa contra la Justicia es hacerse
el tonto, mirar para otro lado y esperar a que los fiscales y los jueces
(incluidos los de Suiza) se cansen o incluso se pudran. En sus comunicaciones
formales, la Fiscalía del Supremo le invitó a personarse en las diligencias de
investigación. Sin embargo, el emérito, pudiendo defenderse desde el primer
minuto, ha hecho mutis por el foro. Una persona "normal" nunca habría
despreciado la invitación dando un portazo. Como decían los viejos aduaneros:
¿Tiene el señor algo que declarar? –No, en la maleta solo llevo el pijama de
seda, dos novelitas de pistoleros y la maquinilla de afeitar.
En esta coyuntura
tan peligrosa para su progenitor (aunque la Fiscalía española ponga a su
servicio una alfombra voladora para huir del Fisco español), entra en escena el
Rey Chico, Felipe VI, que cuenta con la estima y el viento a favor que siempre
expelen los padres de la patria: "su conducta es ejemplar", como si
fuera el maître del Restaurante El Rodizio. Aunque no existe ningún rastro de
que Felipe VI haya seguido el tortuoso camino tributario del Rey Viejo, su
conducta respecto a las supuestas tropelías de su padre puede merecer cualquier
calificativo menos el de "ejemplar".
En la actualidad,
la Casa Real está compuesta por seis miembros: el rey Felipe VI, la reina
Letizia, la princesa de Asturias, la infanta Sofía, el rey Juan Carlos y, por
último, la reina Sofía. En relación con el ejercicio 2021, el legislador
presupuestario asignó la suma de 8.431.150 euros para el mantenimiento de la
Casa Real. El pago de dicha cantidad se efectuó mediante una transferencia
directa a S.M. el Rey para el sostenimiento de su Familia y Casa. El rey Felipe
VI decide en régimen de monopolio sobre la distribución interna de los fondos
recibidos del Estado (recordemos que "Hacienda somos todos"). Felipe
VI desglosa y reparte discrecionalmente las asignaciones individuales
atribuidas a los miembros de la Casa y al personal a su servicio. En dicha
labor le asisten el Jefe de la Casa (un cargo que, desde el 23 de julio de 2014,
desempeña Jaime Alfonsín Alfonso) y el Secretario General (actualmente, Domingo
Martínez Palomo). Creo que el mejor ejemplo de la omnipotencia económica
(interna) de Felipe VI ha sido, hasta la fecha, la retirada de la asignación
(161.636,34 euros anuales) a su padre el 15 de marzo de 2014, coincidiendo en
el tiempo con la difusión en los medios de las cuentas e inversiones que Juan
Carlos I tenía en el extranjero. La cantidad señalada no se devolvió al Tesoro
Público, se quedó en la Casa para atender contingencias de diverso tipo.
El dominio que
ostenta Felipe VI sobre la organización de su Casa no se limita a los capítulos
económicos y financieros. Su poder es absoluto e incluye las decisiones
relativas a sus miembros. Todos sabemos que, en su momento, el rey expulsó de
su real Casa a sus dos hermanas, las infantas Elena y Cristina. Es decir,
Felipe VI puede disponer ad libitum sobre el estatuto de las personas y sobre
el régimen de las cosas que le rodean.
Enfocada así la
responsabilidad de Felipe VI, sorprende la pasividad y, sobre todo, la falta de
transparencia del rey sobre los desmanes tributarios (y probablemente los de
otra naturaleza) cometidos por su padre, antes y después de su abdicación.
Parece ser que el 15 de marzo de 2014 significó el punto final en la tarea de
Felipe VI de oxigenar el palacio de La Zarzuela. Las irregularidades de Juan
Carlos I no son ya rumores gaseosos ni noticias periodísticas. Con sus dos
regularizaciones, el Rey Viejo ha reconocido y puesto al desnudo el
incumplimiento persistente de sus obligaciones legales, de su pésima ralea como
ciudadano español. ¿Por qué Felipe VI (por circunstancias subjetivas de mucha
menor gravedad) apartó de su Casa, como si fueran leprosas, a sus hermanas
Elena y Cristina, y no ha procedido a hacer lo mismo con su padre, objeto de
una investigación penal por los fiscales del Supremo?
A los 43 años de la
entrada en vigor, seguimos huérfanos de una ley que regule la organización y
funcionamiento de la Corona. No me parece del todo impertinente suponer (solo
suponer) que dicha omisión legal se debe a la voluntad regia, que está
acostumbrada a usar el teléfono en posición de manos libres. Los Borbones
ejercen sus derechos históricos y se aplican a sí mismos un célebre adagio de
tiempos pretéritos: "Rex legibus solutus". No obstante, tienen una
serie de obligaciones con la soberanía popular que dimanan, de manera
inmediata, de la Carta Magna. Por ejemplo, en mi opinión, el titular de la
Corona no es ajeno al artículo 136 CE, que otorga al Tribunal de Cuentas el
control de la tesorería del Estado. De acuerdo con su Ley Orgánica, el Tribunal
de Cuentas debe fiscalizar las subvenciones, créditos, avales u otras ayudas
del sector público percibidas por personas físicas o jurídicas. Sin excepción
alguna.
Juan Carlos I
reside desde hace más de un año en Abu Dabi (uno de los Emiratos Árabes Unidos,
que tienen la consideración de paraíso fiscal para las autoridades españolas).
Al parecer vive en una mansión de lujo rodeado de escoltas y otras personas
dedicadas a su servicio personal (médico, fisioterapeuta…) costeados por
Patrimonio Nacional. No creo que sea impertinente preguntar la razón por la que
todos los ciudadanos sufragamos con nuestros impuestos la vida muelle de una
persona que, hasta hace cuatro días, no pagaba cantidad alguna a la Hacienda
española. Tampoco creo que sea impertinente solicitar información sobre el
coste total y su detalle por capítulos de gasto que origina la estancia del
emérito en el Golfo, dicho sea sin mala intención.
Por otro lado, no
estaría de más preguntar al jefe del Gobierno, Pedro Sánchez, las razones que
le han llevado a mantener vigente el Real Decreto de 2014 aprobado por Mariano
Rajoy para conceder a Juan Carlos I el privilegio vitalicio de rey después de
su abdicación, con los títulos honoríficos propios de un antiguo emperador de
China.
El gran Albert
Camus dijo en ocasión célebre: "Entre la verdad y mi madre, elijo a mi
madre". Vale, pero Camus no tenía ninguna responsabilidad institucional.
El rey Felipe VI debe elegir la verdad y no a su padre. Si altera la opción se
pondrá en grave peligro y, con él, pondrá en riesgo la convivencia social en
España.
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