“ELOGIO AL
POCHOCLO”
Por
Eduardo Sanguinetti
“El
clan”, film del argentino Pablo Trapero, como era predecible, fue seleccionada
por el voto de los miembros de la Academia de Cine de la Argentina para
representar a dicho país ante la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas
de Hollywood, en el rubro mejor filme hablado en idioma extranjero… Trapero va
por su Oscar.
El
film de Trapero, para gusto de la enorme audiencia que aplaude películas
pochocleras, tiene un perfil netamente comercial y epidérmico. Es realizado de
manera especulativa, al retratar de apuro el drama que lleva en sí, el relato
de una historia atroz… la de una familia: los Puccio.
Los
Puccio, grupo familiar de zona norte de Buenos Aires (San Isidro), donde
conviven la hipocresía, el feudalismo político, el Opus Dei, el rugby, el
Jockey Club, un Hipódromo que compite con el británico “Ascott”, la tradición y
las buenas costumbres, la austeridad 4×4, las actividades náuticas, los “nuevos
ricos” devenidos de la casta política menemista-peronista, modelos de pasarela
coronadas por su buen desempeño en matrimonio feliz con empresario de nuevo
cuño, los “venidos a menos”, que intentan a toda costa mantener una existencia
imposible, vendiendo la platería de la abuela… y los Puccio, asimilados al
devenir de esta comunidad, que Trapero no supo ni logró proyectar en el pobre
relato de su film. ¡Lástima!, hubiera sido de inestimable valor fílmico-cultural
y socio-político.
EL
Jefe Puccio, interpretado en el film por el inefable comediante Guillermo
Francella, tenía contacto con las fuerzas de tareas de la dictadura genocida y
los servicios de inteligencia que, posiblemente, daban lugar al accionar impune
de este criminal y su familia… secuestros extorsivos, crímenes y demás espantos
que se cometían en casa de este grupo familiar… todo un tema, minimizado por
Trapero, asimilado a la utopía democrática, en su malogrado intento de instalar
en relato su historia ficcionalizada, acerca del “horror.”
Esta
película está muy lejos de ser considerada “cine-arte” o en su defecto “cine de
autor”… entonces, ¿dónde ubicamos este intento de hacer cine?… o solo responde
a la tendencia onanística, tan asimilada a las maneras y modos de Argentina,
hoy: hacer un “buen negocio” y elevar, por contactos estratégicos, a símbolo un
producto mediocre y mal facturado… explosión del negocio del cine envasado,
cual paquete turístico de una cultura pret a porter.
Siendo
un cinéfilo a ultranza, amante del cine y sus hacedores magistrales, no puedo
más que manifestarme en desfavor del oportunismo de estos “nuevos
¿directores?”.
La
oscuridad de la sala y la imagen proyectada, cubriendo el área de visión de los
espectadores, constituyen un mecanismo de fascinación que fue, décadas atrás,
magistralmente plasmado por Alain Resnais en su film “El año pasado en
Marienbad” (1961). Y es, precisamente Resnais, con su sistemática exploración
de los resortes de la memoria y de los laberintos psicológicos de la evocación,
quien tal vez ha plasmado mejor la analogía entre filme y flujo de
representaciones psíquicas.
El
gran Federico Fellini incorpora en sus films la sustancia onírica, como
fantasía distorsionada, que ofrece una realidad aparte… sumo a Bergman y sus
planteos existenciales, Stanley Kubrick, un magistral hacedor solitario… y en
nuestra región al genial Leonardo Favio, creador nato que con magros recursos
logra hacer films que perdurarán en el tiempo, films comprometidos con la vida
y las acciones humanas… y como reflexión crítica derivada de modo más o menos
directa de las teorías de Bertolt Brecht acerca del efecto extrañamiento”, me
pregunto: ¿para qué tanta expresión fatua de deseo consumido en tiempos de
crisis creativa?…
Trapero,
¿se sentirá hermanado con los enormes directores-artistas?: Bresson, Tarcovsky,
Buñuel, Peckinpah (que film hubiera hecho este genial director con esta
historia), Rosi, Losey, Bertolucci, Truffaut, Godard, Welles, Mijalkov,
Eastwood, Scott, Cronenberg, Lynch, Burton y tantos otros que asumieron la
función responsable de hacer del cine un mundo, renunciando a premios y demás
souvenirs, operando desde la denuncia, polemizando con Academias, gobiernos, la
censura y otros tópicos que hacen a un artista: poner en juego todos los
valores, al cuestionar una sociedad congelada en los denigrantes estadios de la
fama y el éxito.
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