OBAMA, SOMBRA DEL SUEÑO DE LUTHER KING
Eduardo Sanguinetti - Filósofo Rioplatense
La
operación militar contra Damasco parece estar decidida. Buques de guerra
estadounidenses y europeos se encuentran frente a las costas de Siria.
Las
declaraciones del Pentágono y de altas fuentes del ejército imperial dan la
pauta del ataque contra el régimen de Bashar Al Asad, sin el visto bueno del
Consejo de Seguridad de la ONU, aguardando la orden de Obama, el presidente y
Premio Nobel de la ¿paz?
Estados
Unidos y sus aliados siguen construyendo un mundo donde el genocidio asume
categoría de ley. Con la complicidad, devenida en silencio, de todas las
naciones del mundo, que se limitan a repudiar los bestiales actos de asesinato
contra civiles de las más diversas regiones del planeta.
El
avasallamiento de los tan proclamados y poco aplicados Derechos Humanos, cuya
Declaración Universal fue aprobada por 48 estados, el 10 de diciembre de 1948
en la sede de la Asamblea General de las Naciones Unidas, es ya una rutina del
imperio y sus aliados.
Toda
condena de la violencia es estéril, si no va acompañada del accionar concreto
de sanciones a quienes la ejercen.
Una
alternativa en este caso sería que las naciones que repudian este acto de
vandalismo y genocidio suspendan relaciones con el imperio hasta tanto se
finalice con los atropellos y violaciones del orden mundial, alterado de manera
permanente con la excusa de implementar la democracia al uso imperial.
Pareciera
que en nuestros países, los gobernantes, elegidos por el voto de un pueblo que
repudia y sanciona desde el llano esta violencia y matanzas de cientos de miles
de mujeres, hombres y niños, hacen la vista gorda y no denuncian de manera
rotunda los genocidios del presente; así van cumpliendo pactos existentes, de
manera obediente, con los poderosos, los amos del mundo, los señores de la
sangre y la muerte, guiados solo por un materialismo ilusorio y la caída y suba
de la Bolsa en los centros mundiales del capitalismo, pues la muerte se cotiza
en Mercado de Valores; no lo olviden, estimados lectores.
El
sentido popular, asimilado en sensibilidad y ética, no ignora que una gran
parte de la comunidad mundial está envilecida tras el lucro, en cuyas manos se
concentra la riqueza y el poder de decidir sobre la vida de comunidades
enteras. Lejos de promover la armonía y el bienestar de los hombres y mujeres
en educación, salud y conocimiento, solo ha provocado resentimiento, odio y ha
despertado los bajos instintos en una aldea global que expulsa a los más
dotados y premia la mediocridad, la prostitución y la traición.
Nuestros
representantes, elegidos por voto popular en una democracia procedimental, ¿nos
representan ante la comunidad internacional, de la que forman parte, accionando
en nombre de la comunidad que les cedió su puesto de privilegio? La respuesta
sería un rotundo ¡no! No nos representan, pareciera que están desde siempre en
sus sitiales de poder, siendo solo esclavos de imperios en putrefacción.
Con
urgencia, es preciso una reunión del Mercosur o de la Unasur acerca de temas
donde la vida y la muerte de pueblos están en juego, expidiéndose de manera
potente ante el genocidio que se esta perpetrando.
Esta
realidad de gobernantes tan tímidos con el imperio y tan implacables a la hora
de accionar sobre las comunidades que les otorgaron su voto, gobernando en nombre
de las mayorías, solo se supera mediante el establecimiento de una toma de
posición intransigente, que vendría a ser revolucionaria, ante el estado de las
cosas.
En
rigor ya estamos en esta revolución; se visualiza en las redes sociales, en las
calles, en el diario existir de los que no aceptamos esta trampa que el
capitalismo impuso y cayó como una red sobre todos. Si accionamos en
consonancia con el orden natural y la ley que nos ampara, este tiempo será
considerado trascendente y el hombre dará, por fin, el paso de la prehistoria a
la historia.
“Yo
tengo un sueño”, había dicho Martin Luther King, asesinado el 4 de abril de
1968. “Antes de su asesinato, King repitió que su sueño se había convertido en
una pesadilla”, afirma David Garrow, historiador y biógrafo de Luther King.
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