LAPSO
José Rivero Vivas
Tenía clara referencia de Miguel Ángel Díaz Palarea, propiciada por Pablo Quintana, aunque nuestro neto conocimiento se produjo a partir de La magua, con un cuadro suyo ilustrando la portada, publicada por Editorial Benchomo; algo después me entregó Cándido Un ron doble. El trato personal, sin embargo, tuvo su inicio mucho más tarde, en una fiesta de Manolo Mora, en fecha de Feria del Libro, todavía en la Plaza de España, antes de la reforma actual.
En
esa época iba con frecuencia a su despacho de La Cuesta, abarrotado de gente,
como consultorio de la Seguridad Social, porque Miguel Ángel tenía siempre
aliento que dar a quien acudía a su pericia de abogado capaz de solventar el
conflicto más espinoso. Tenía allí, por aquel entonces, su oficina Cándido
Hernández, y junto con Miguel Ángel y José Manuel, acompañados de otros amigos,
al cerrar la jornada del bufete, íbamos al bar a tomar unas copas.
Comenzó
su defensa de mi litigio laboral con Cabildo, con fallo de sentencia favorable
a nuestra causa. Luego hube de marchar a Londres, aunque conservamos nuestro
vínculo por medio de Ánghel Morales, con quien mantenía comunicación a través de
correo electrónico y mis visitas a su librería cuando volvía a Canarias.
Establecido
el contacto, tras gestión de Ánghel Morales, con Ediciones Idea, hubo la
publicación en bloque de nueve de mis novelas, que fueron presentadas en el
Colegio de Médicos, con participación de Ánghel Morales, Miguel Ángel Díaz Palarea,
Benigno Rivero Melián, el Director de Publicaciones y el autor. El acto estuvo
caluroso y acogedor, fuertemente emotivo para mí, lo que hizo que mi entereza
quebrara y fuera interrumpida mi intervención; pero la pronta ovación del
público asistente logró que no decayera el final, dando al evento un cierre
afectivo de reconocimiento y amistad.
Transcurridos los años, a instancias de
Ánghel Morales, fue desempolvado mi manuscrito Hilván insinuativo de San Andrés. Salió con prólogo de Cirilo Leal
-como colofón a su larga entrevista comentaron sobre mí varios amigos, Miguel
Ángel entre otros- y prólogo asimismo de Miguel Ángel Díaz Palarea. Fue
publicado por Editorial Benchomo y no sé si existe algún ejemplar en librería.
Ignoro también si antes o después, asistí a la presentación, en el Colegio de
Abogados, de su libro de cuentos, además de uno de ensayo de José María
Lizundia Zamalloa, a quien fui por él presentado, así como a algunos más de sus
colegas.
Creo
que fue él mismo quien me regaló un ejemplar de Las cucas, publicación de Ediciones Idea. Siguiendo mi costumbre de
inhibirme cuando leo y escribo, con lo cual me siento solo ante la obra y
directamente digo lo que pienso y siento en ese momento, emprendí detenidamente
su lectura, señalando, como suelo hacer, lo que atrajo mi atención, a la vez
que anoté mis impresiones al margen. Al final consideré que podía unir todo
aquello y, sin que nadie me lo pidiera, conseguí elaborar un comentario sobre
el libro.
La
fuerza creativa de Miguel Ángel Díaz Palarea no le permitía sosiego para dedicarse
a la revisión de sus obras, por lo que dejaba en manos extrañas la entrañable
corrección de sus textos. Estas personas podían ser eminentes profesores y aun
grandes escritores en boga, pero su perspectiva de la narración no sería
global, como la del propio autor. Así, cuando hay duda sobre un vocablo, o
frase completa, el corrector oficial subraya en rojo sin más, mientras que el creador
prefiere quizá modificar su parte opuesta en la regla de oro de ese pasaje, que
puede hallarse al lado, en la página siguiente o diez capítulos más allá. Ello
da como resultado su unidad de escritura, pese al supuesto error que el crítico
pueda apreciar.
___
Un día mencioné el escrito a Ánghel Morales,
se lo pasé y lo colgó en su blog. No hubo eco, quizá por el poco interés
despertado en sí. Pasados unos meses, alguien me preguntó si la crónica era canto
laudable referido a la novela o si, por el contrario, se trataba de velada
diatriba. No supe qué contestar, puesto que el artículo fue hecho sin acritud
ni demoledora intención. Claro es que, se escribe en un sentido, y quien lee
interpreta el tema a su manera, que es, en definitiva, lo que cuenta como
genuina conclusión. Pero, en su grandeza y liberalidad, Miguel Ángel sabía que
cualquier observación literaria supone sencillo mensaje intelectual, exento de
ánimo ofensivo y propósito de herir la sensibilidad de aquel a quien va
dirigido; de aquí que la reseña, constructiva respecto del aura de la obra y su
autor, no fuera bruscamente apercibida.
Sobrevino
luego su enfermedad, que nos dejó consternados, sin posibilidad de encuentro,
como convenía a su irreversible proceso y su propia estima. Tuve, no obstante,
ocasión de verlo y desearle bien, durante la presentación que hizo, en La
Laguna, de un libro de un amigo suyo, publicado tal vez por Aguere-Idea, puesto
que fue Ánghel Morales quien me dio noticia de este acto en el que también él
intervino en su introducción.
Me
sorprendió su fallecimiento en víspera de mi viaje a Londres, con corta
estancia en Madrid. Aquella tarde fui al tanatorio de Santa Lastenia a
presentarle mis respetos, cuanto mi condolencia a su familia y sus leales.
Con
el transcurso del tiempo percibimos el desconsuelo, la magua de no haber
hablado lo suficiente con él, cual nos sucede cuando se nos va alguien
allegado, un amigo, un ser querido. Este humano sentir nos confirma que el
espíritu de Miguel Ángel Díaz Palarea sigue entre nosotros, y que su figura ha
de permanecer por siempre indeleble en nuestra memoria.
José Rivero Vivas
Londres, agosto de 2013
___________
No hay comentarios:
Publicar un comentario