CARTA ABIERTA A PEPE MUJICA
Germán
Parula Ferrando
(versión
escrita de la videocarta que publicamos ayer, en respuesta a sus declaraciones
ante la ONU)
"Bellas
palabras que arrancan el aplauso fácil de la comunidad internacional.
Mientras las
expresás, vemos al estado uruguayo corriendo excitado detrás del modelo
insustentable que denunciás, ávido de dinero para su caja chica, temeroso de
represalias o de "quedar fuera" del mercado mundial. Mientras hablás,
grandes transnacionales devoran nuestra tierra y ensucian nuestra agua,
envenenando a nuestros niños con agroquímicos y otras pestes, convirtiendo
nuestras praderas en desiertos. Mientras te escuchamos, miles de familias
ignoradas son expulsadas del campo.
De
“entrecasa” nos hablás de diversificar la matriz productiva, confundiendo
actividades productivas con otras que convierten nuestra tierra y nuestra agua
en papel para el primer mundo, en ración para ganado criado al norte del
planeta, en minerales para el desarrollo de las industrias de las potencias
emergentes. Esto no configura producción ni industrialización, sino el más puro
extractivismo, el más duro saqueo.
Subestimás
nuestra inteligencia cuando afirmás que estas actividades se justifican en
nuestro propio consumo. Consumo de qué? De salsa de soja? De PH? De motos
chinas? La soja, la pasta de celulosa, los metales que se extraen de las
entrañas de nuestro suelo, son para alimentar mercados que consumen per cápita
diez veces más que el nuestro. Si el mundo consumiera racional y sosteniblemente,
no serían necesarios emprendimientos de la escala que se están instalando en
nuestra pequeña y rica tierra.
Pretendés
justificar el saqueo mostrándonos como propio el despilfarro ajeno.
Hablás de
generar empleo. Se está expulsando a miles de trabajadores del campo. Tanto a
pequeños productores como a peones, esos mal pagos que durante décadas fueron
explotados por sus patrones, tanto como ninguneados por el sistema político.
La soja y los
eucaliptos ocupan 2 ó 3 trabajadores cada mil hectáreas. La megaminería ocupa
gente para la construcción de infraestructura, pero un número incierto de
trabajadores durante el desarrollo de la actividad. Nos sobran motivos para no
creer en las expectativas de puestos de trabajo que prometen. Botnia nos quitó
la inocencia en este aspecto. Estas empresas evitan a toda costa la generación
de empleo que aumente sus costos fijos. Son garantía de desocupación y miseria
para el futuro.
Las
transnacionales vienen aquí a desarrollar actividades que son resistidas en el
primer mundo. Los países centrales no quieren seguir sacrificando su agua ni
sus bosques –lo hicieron en exceso durante décadas-, para eso impulsan tratados
bilaterales y estimulan a las empresas a que se instalen en los países
periféricos. No trasladan a aquí industrias de alta tecnología, sino
actividades extractivas que implican gran sacrificio de gente, tierra y agua, y
mínimo valor agregado.
No vienen a
facilitarnos riqueza ni desarrollo. Los principales beneficiarios con estas
actividades siguen siendo las transnacionales que alimentan el crecimiento
económico del primer mundo, y las potencias que reciben nuestras materias
primas a módico precio. Así se perpetúa la brecha entre los países
desarrollados y nosotros, y con ella, la dependencia.
La
primarización de las exportaciones ha sido sinónimo de subdesarrollo entre los
países del sur, desde 1492 en América. La teoría del crecimiento a partir de
los “desbordes” de capital, repetida por dictadores y presidentes desde hace
décadas, representa una vil mentira, y una perversa justificación para el
creciente saqueo de bienes naturales.
Tus palabras
dichas en Río+20 son una infame contradicción en boca del presidente de un país
respetuoso del modelo imperante de saqueo y contaminación, de oprimidos y
opresores. Un presidente que, paradójicamente, vio morir compañeras y
compañeros que lucharon por un mundo distinto.
Perpetuar el
saqueo y la dominación fue la razón de ser de las dictaduras, y vos,
facilitando la entrega de nuestros bienes comunes, no hacés más que reconferir
sentido a aquel macabro proceso, y asegurar el éxito final de los viejos
represores siervos de los poderosos, que hoy cosechan riqueza e impunidad del terror
que ayer sembraron.
No te veo
como a un traidor, te veo como a una víctima del síndrome de Estocolmo:
Trabajás complacido para el imperio y sus emisarios, o sea, para quienes te
tuvieron enterrado en un pozo durante más de una década.
Nos has
tratado muy mal. Nos ninguneás alevosamente. No somos ecologistas roñosos ni un
bolsón de ambientalistas. Somos gente común preocupada por las futuras
generaciones y los bienes naturales. No somos mandaderos de la oposición. En mi
caso, solía ser invitado –y concurría entusiasmado- a las cenas de recaudación
de fondos para las campañas preelectorales de tu sector político, aquel sector
que prometía construir una nueva sociedad, sin tanto consumismo, sin ricos tan
ricos, sin pobres tan pobres.
Tenemos pocas
expectativas de que cambies el rumbo elegido. No estamos educando para la
creación de una nueva sociedad. No estamos invirtiendo en escuelas ni
reformando la educación. Has sido capaz de decir a los maestros que si quieren
ganar más deberían conseguirse otro empleo para el tiempo libre. Esa patraña no
es más que otra prueba de tu visión inmediatista y tu desinterés por el futuro.
Se diría que gobernás condicionado no sólo por los poderosos de siempre, sino
también por tu caduca biología y, probablemente, por no haber dejado
descendencia.
Seguiremos
resistiendo a este modelo que vos y el resto del acomodado sistema político
partidario promueven y avalan. No nos detendremos. Y creéme: Cada vez, somos
más.
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