FUGA DE CEREBROS EN ESPAÑA
Víctor Corcoba Herrero- Escritor
La
desesperante misiva de una científica al presidente del gobierno español (Amaya
Moro-Martín), promotora de la plataforma de investigación digna, solicitándole,
entre otras cuestiones, la devolución de la dignidad a toda la comunidad de
investigadores, no puede dejarnos indiferentes. A mi manera de ver, una
petición totalmente justa. Por desgracia, nos recuerda otros tiempos pasados,
en los que una multitud de intelectuales tuvieron que huir desesperadamente y
dejar atrás los muros de la patria mía.
Los
gobiernos no pueden seguir engañando al pueblo, creando falsas expectativas y
generando multitud de conflictos en lugar de solventarlos. Así no se promueve
el conocimiento. Los programas electorales debieran ser de obligado
cumplimento, y si no se puede llevar a buen término lo prometido, el gobierno
de turno debería dimitir sin más. Desde luego, para cualquier país que aspire a
estar a la altura de lo que una sociedad moderna y avanzada requiere, debe ser
fundamental la carrera investigadora, junto a una formación que facilite la
inserción laboral.
La
desesperanza de los grupos de investigación de todas las universidades
españolas es público y notorio, y esto es malo para todos. Muy malo. Algunos,
demasiados a mi juicio, ya se han ido, se les ha abierto la puerta como si su
quehacer no fuese primordial y se les ha empujado para que se vayan. Mientras
tanto seguimos aumentando las administraciones de políticos, aunque se estorben
unos a otros y no peguen un palo al agua. Los efectos ahí están, raro es el día
que no salen una docena de casos de corrupción política en cualquier pueblo de
España. Lamentablemente, el comportamiento de algunos políticos sí que nos
retrotrae a tiempos pasados. Ellos no son el futuro, son el presente más ruin
que puede sufrir una democracia.
El
futuro, sin embargo, sí está en esta comunidad científica, a la que no se le
escucha para nada. Obligados, por políticas y políticos nefastos, vienen
haciendo las maletas hacia otros espacios más considerados con la labor
científica y con la escucha de sus peticiones, que no son otras que una digna
remuneración acorde con su preparación académica y trabajo.
Amaya
Moro-Martin, la autora de la desconsoladora misiva pública, le devuelve los mil
títulos al presidente del gobierno español, junto a otros documentos que
describen mil sueños y caminos trazados a través del programa Ramón y Cajal,
como son las actividades realizadas o el mismo compromiso de estabilización
laboral. Todo ha sido en balde. No ha pasado de ser un sueño.
La
científica Amaya Moro-Martín, como tantos otros, seguirá haciendo ciencia a
pesar de España, pero la hará lejos de España, sin su apoyo, y pensando que se
tuvo que ir de su tierra para poder subsistir. Y como en otro tiempo, sentirá
una aguda nostalgia, de su ambiente y de sus compañeros científicos. A nosotros
también se nos hace un nudo en la garganta como a ella al escribir estas
palabras salidas de lo más profundo del alma. El pueblo debe impedir que esta fuerza
joven, que estos cerebros emigren, de lo contrario pagaremos una factura
demasiado alta que no nos perdonarán las generaciones venideras. Para ello,
será necesario desbancar a esta clase política, que ha hecho de sus promesas el
mayor negocio para sí, sálvese el que pueda, y buscar verdaderos servidores,
dispuestos a darlo todo por enterrar tanta podredumbre.
Nada
aborrezco más que personas de esta altura intelectual tengan que abrirse camino
fuera de su país para poder sobrevivir. Expreso, pues, mi dolor, mi tremenda
angustia, por esos hombres de ciencia (o de letras), que han de hacer sus
equipajes en busca de otras tierras más consideradas con el misterioso y
solitario oficio de pensar e investigar. Estos hechos deberían llevarnos a
reflexionar.
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