En
el aire queda de Damián
H. Estévez
por
Aquiles García Brito
Al recibir de las manos de Angel Morales el libro que hoy
presentamos, a quien había encargado me lo trajera de Tenerife en alguno de sus
viajes, ya observé la relación de continuidad de este ...En el aire queda,
con Lo que queda en el aire, la primera
colección de cuentos publicada por Damián H. Estévez en el año dos mil diez, no
por el presumible parecido en los
títulos, que, como conjunto, debería llamarse
Lo que queda en el aire en el aire queda, sino por la presencia y el
peso evidente de un cosmos propio donde
se desarrollan todas las historias contenidas en ambos volúmenes, apreciable
con un simple hojeo.
Se trata de Lotavia, isla situada en el archipiélago canario o
muy próximo a él, en algún punto de la zona macaronésica, según mis cálculos,
no siendo desde luego Tenerife, de donde es natural Damián H. Estévez, ya que
en El barco, el relato más extenso, se nos dice de un personaje habitante de La
Orotava:
...después de tantos viajes en avión a Gran Canaria y La Palma y
Lotavia, (pág 72),
formada por dos «semiislas» unidas por un descomunal promontorio
llamado La Pared, de imponentes precipicios y acantilados sobrecogedores
cayendo al mar, en cuya lejana
superficie apenas se distingue la serie de roques que conforman
una réplica del archipiélago de las Canaria (pág.79).
Aunque la presencia de un universo literario propio, nos
remite indefectiblemente al
paradigma Macondo, ideado por Gabriel
García Márquez en Cien años de soledad,, no debemos preceder así en este caso.
Sin negar que Cien años de soledad,
publicada en 1967 pudiera haber influido en Damián H. Estévez, como lo
hizo en casi todos los escritores y
lectores de su generación, el universo propio que nos ocupa es de otra
naturaleza bien distinta, hondamente relacionado con aquel otro de Fetasa, 1ª
edición 1955, por lo tanto más antiguo, la inmortal obra de Isaac de Vega, a
quien tuvo que conocer y tratar nuestro autor en sus años de estudiante en la
Universidad de La Laguna, me atrevo a afirmar, o posteriormente al residir en
la misma isla. Ahora recuerdo que cuando tuvo la amabilidad de presentar mi
poemario La voz mirada en Santa Cruz de Tenerife, estuvimos acompañados por la
también excelente escritora María Teresa de Vega, hija del inaugurador del
movimiento fetasiano.
Luego ve a la graja emprender el vuelo hacia el acantilado donde
mora, donde yace la anciana, adonde él mismo irá (pág.25),
de «Futuro imperfecto», o
Y entonces, cuando todo esto ocurra, vuelva a casa, pero antes,
alce la mirada, y vea que todas los palomas regresan al palomar, todas
(pág.38),
de «Gera es feo», o
Anselmo Damas, bajo el sicomoro, mira el mar...a veces cree
distinguir un barco grande..pero de inmediato se acuerda de que este es un mar
aparte, sin barcos...y ahora sólo espera que un barco se acerque a la costa.
Embarcar en él hacia la soledad (pág.82-83),
de «El barco».
O ese espacio increíble de Fetasa donde se puede pasar de una
isla a una ciudad a través de un túnel
cuya entrada era una cueva en una playa, o por medio de otro, aparecer en una
pradera paradisíaca. Leemos a propósito de la meseta peninsular en «Paisajes
con hombres en el asfalto»:
... y como preveías, el hombre acaba de cruzar y desaparece por
la orilla izquierda, después de permanecer un instante aferrado a uno de los
árboles cuyo nombre no identificas porque no se parece en absoluto a los que
crecen junto a tu casa al borde del acantilado sobre el atlántico, en la
isla... 20 ... y se te antoja que la
tierra amarillenta ha modificado su color, No logras discernir en qué consiste
con exactitud esa transformación, solo que los colores devienen más oscuros,
verdes y grises. Bajas del coche y te acercas al borde. Aquí en vez de la zanja
que habías imaginado, se abre a tus pies el altísimo precipicio. El mar, abajo,
bate tenaz y colérico... mientras te aferras al drago para contrarrestar el
vértigo. Después de un instante en que te saturas de la maresía, te vuelves y
te parece que los cardones encarapitados en la ladera menean convulsos sus
brazos para ahuyentarte.
Cierto es que algunas de las situaciones surrealistas, no todas, que suceden en los
cuentos acaban teniendo una explicación aproximada a lo racional pero, en estos
casos, lo que queda es una sensación de fracaso del intento de cambio, de huída
de la normalidad abrumadora, un agotamiento de las escapatorias, un decir «no
hay solución», a veces ni eso, sino un triste
y sumiso retomar de la cordura, volver al redil del que nunca se salió realmente, como le ocurre, por
ejemplo, a Frucho, en «Frucho y los
zapatos perdidos», último relato del libro, equiparable a la aceptación de los
personajes de Isaac de Vega de las extrañas situaciones en las que se
encuentran, o con la asunción final de Josef K de una culpa desconocida, en El
proceso, de Kafka.
El Hijo, los Altos
Empleados, ambos con mayúscula, o el Consejo de Dirección, de «El barco»
en...En el aire queda, Juan, el extraño que esclaviza y maltrata a su antojo a
Ramón sin ningún motivo, de Fetasa, el
tribunal, los funcionarios, el guardián de la puerta de la Ley, de El proceso, y el nuevo Número 2 (un personaje
distinto cada vez que aparece) o el invisible Número 1, de El prisionero, todos
con sus nombres genéricos e impersonales son la misma entidad desconocida,
intratable, inaccesible, todopoderosa y dictadora de las vidas de los individuos simples.
Con gran efectividad narrativa se utiliza la segunda persona en
dos relatos, «Paisajes con hombres en el asfalto» y «Gero es feo». Aunque a
quien se dirige el narrador es a un personaje, las continuas advertencias y
exhortaciones meten de inmediato en la piel de este al lector, quien acaba
sintiendo el encadenamiento fatal de los sucesos, los empujones de la fuerza
ignota que mueve la realidad, con apariencia imaginaria.
En los restantes, el narrador continúa guiándonos con mano firme
hacia el final decidido, mediante su omnipresencia sin resquicios, extremo en
el caso de «Futuro imperfecto» donde nos indica lo que piensa una graja posada
en un cable del tendido eléctrico,
la mujer aun no había
ocupado la silla, ni siquiera había salido de la vivienda, pero no vio en ese
retraso motivo de preocupación, porque, aunque en escasas ocasiones, ya había
ocurrido antes... (pág. 22),
o bien mediante el uso del leitmotiv, la bandada de palomas
urbanas en su vuelo circular que se deja ver en más de un relato, «Gera es
feo», «Rosa sobre luna», los árboles ajenos no identificados en «Paisajes con
hombres en el asfalto», el whisky y un puzle, en otro.
La mirada kafkiana ha estado presente en toda la literatura
mundial hasta nuestros días —Camus, Sartre, Borges, y García Márquez son
algunos de los escritores influenciados por ella—, también en Isaac de Vega el cual, con su novela Fetasa, se situaría hoy como
pionero y primera figura de la novelística española actual si no fuera por los
mecanismos que mueven el imaginario mundo literario de las islas, del que no se podrá escapar
jamás, nosotros tampoco, y, por supuesto, en Damián Hernández Estévez quien,
con...En el aire queda, cultivador de una
corriente literaria auténticamente canaria a la que dignifica, renueva y
actualiza, entronca con la tradición literaria europea del siglo XX y XXI y
marca una hoja de ruta, esboza un camino nuevo para la literatura canaria
actual, que ojalá sea seguido por otros escritores y se alargué y bifurque en
un futuro próximo.
Parafraseando una de las preguntas del autor en la
contracubierta de su libro, nos podríamos preguntar:
—¿Hasta qué territorios hemos de huir de nosotros mismos para
comprender que ya la huida no es posible?
—A Lotavia —contestaría yo.
Pero ocurre que no hay más noticias del lugar que este puñado de
cuentos y, como toda cartografía de tan extraño sitio, un solo mapa sin
coordenadas, así que, para arribar en él,
no nos queda más remedio que adentrarnos en las páginas de ...En el aire
queda, de Damián H. Estévez, y disfrutar del viaje y la buena literatura.
Cinco de julio de dos
mil trece
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