Por MARIA PALERMO
Intentó alivianarse, como si fuera posible, quitándose
las capas
de una delicada y única cebolla, crecida al amparo de
la luz, de
lunas llenas, de soles fantásticos, que imploraban un
poco de humedad.
Necesitaba despellejarse la primera envoltura, esa que
tenía aspecto humanoide, donde una pequeña porción se
había
atrevido a nombrarse a sí misma con el pronombre yo, adquiriendo
características engorrosas y dominantes. Lo llevaba
justo en
su centro, pero este fragmento yoico sentía, que
ningún espacio
le era cómodo y luchaba por emerger a cada instante. A
veces
crecía como esas enredaderas selváticas, a las que no
les interesa
si les quitan espacio, o aire o agua, o sol, o luna, o
viento a
otras, simplemente se introducen y se apoyan y se
apropian, llegando
a estrangular a los distintos, sin miramientos y sin
culpas.
Arrancada la primera capa, que por momentos le pareció
una
etapa inmensa y arrugada, encontró un animal de ojos
melancólicos;
luchaba contra una cerca de púas, que a cada intento
le atravesaba
el cuero cubierto por un pelo duro y brillante. Animal
con
garras, pero sin deseos de destrozar por destrozar, si
no, necesitado
de un motivo, aunque fuera aparente. Esto lo hacía
aullar, lo
empujaba hacia ese color sangre, que por momentos le
enceguecía
la mirada, le desbocaba la razón, le dislocaba la
fuerza. No
podía destruir todo, había un límite; pero el impulso
palpitaba en
su interior. ¡Cuántas pérdidas, cuántos dolores!,
¡cuántos sinsabores!
¿Cómo dar ese crucial salto al más allá del vacío?,
vacío
sólo lleno de penumbras.
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Con su último aliento, presintiendo que debía hacerlo
para continuar
su transitar, quitó otra capa, otra etapa de siglos y
siglos.
Allá estaba, verde, lánguido, lleno de pólenes exquisitos.
Estaba
dormido, debía purificase en sus cambios, era un
embrión vegetal
que intentaba aumentar su circunferencia; tenía
pliegues,
tenía un adentro más adentro, tenía una vida
palpitante, como un
trino sin atreverse a salir al aire. Estaba pronto
para reiniciar el
ciclo tantas veces como fuera necesario.
La involución había dado sus frutos, pero la evolución
exigente,
arrolladora, plateada de luna llena, pintada de soles
fantásticos y
virginales, de vientos etéreos e interminables, iba a
comenzar otra
vez… y otras tantas veces...
Hermoso! Así espero la primavera de la naturaleza y feliz porque ella siempre vuelve a explotar para contagiarnos de sol, de luz de colores; entonces podremos decir gracia vida.
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