Fingir
el orgasmo por patriotismo
Angela
Merkel y Mariano Rajoy son una pareja sadomasoquista en la que ella pone el
sado
JUAN JOSÉ MILLÁS
Angela
Merkel y Mariano Rajoy son una pareja sadomasoquista en la que ella pone el
sado y él el maso. Así que cuando la canciller azota el culo del gallego, nos
castiga a todos los españoles por haber sido malos. Lo que al principio parecía
un juego inocente, una mera representación de burdel democristiano, ha devenido
con el tiempo en porno duro de casa de putas ultraliberal. Ahora los látigos
son de verdad, los moratones auténticos y si bien es cierto que usted y yo no
hemos hecho nada para llegar a esta situación de mierda, Merkel y Rajoy, dos
perversos de los que hacen historia, están logrando que nos lo creamos hasta el
punto de que ya hay voces procedentes de la derecha y la extrema derecha que
piden más castigo en sus editoriales y artículos de fondo.
—Hemos
sido malos, seño, péguenos, péguenos. Así, así, más fuerte, agggg, qué gusto.
¿Da usted su autorización para que eyaculemos?
Y ahí
está la madame, ataviada de correas y hierros, dándonos fuerte en el IVA, en
las pensiones, en la paga extraordinaria, en la prestación de desempleo,
dejando caer cera fundida sobre los pezones de los enfermos terminales,
clavando agujas en la educación, en la justicia, aplicando corrientes
eléctricas en las condiciones de trabajo y en las descondiciones del paro. Y
todo le parece poco, pues cada día se presenta con un nuevo instrumento de
tortura sin que la prima de riesgo afloje por eso su presión o las Bolsas nos
den un respiro.
En cierto
modo, las relaciones entre Merkel y Rajoy metaforizan las existentes entre los
países del norte y los del sur de Europa, que se casaron en un rapto de locura
política de consecuencias trágicas sin hacer siquiera separación de bienes
(juntamos lo tuyo y lo mío y lo llamamos euro). La sociedad de gananciales, a
la hora de la separación, crea tantas complicaciones que hay parejas que
prefieren seguir juntas sin amor a divorciarse. Europa y España ya no se
quieren, quizá no se han querido nunca, pero como el piso en el que vivimos es
de las dos, no queda otro remedio que aguantar. Nos podemos ir de casa, claro,
pero para vivir en un camping, que no es plan.
Rajoy
ganó las elecciones con un programa de dos patas: según la primera, él era un
hombre medicina, un brujo, de modo que su mera presencia en la habitación del
moribundo le haría revivir. De acuerdo con la segunda, era también un latin
lover ante el que la dura Merkel, hija de un pastor luterano y formada en las
Juventudes Comunistas de la RDA, caería rendida como una adolescente ante
George Clooney. Ignoramos quién pudo convencerle de que tenía una gracia que no
se podía aguantar, pero lo cierto es que Rajoy transmitió al contribuyente la
idea de que él, al contrario de Zapatero, gustaba mucho a la señora Merkel, de
quien procede todo el bien y todo el mal al que un europeo puede aspirar en
función de sus gustos y disgustos.
—No es
cuestión de programa político —vino a decir Mariano—, es cuestión de seducir o
no seducir a los mercados y a la señora Merkel. Cuando yo gobierne, los
inversores nos pedirán de rodillas que les dejemos invertir en nuestro suelo.
Se le
votó por eso, pues conociendo a la canciller tampoco resultaba del todo
inverosímil que bebiera los vientos por un sujeto con maneras de auxiliar
administrativo de los de vuelva usted mañana y aquí faltan dos pólizas. Al fin
y al cabo, la señora, como hemos dicho, viene de la religión y del comunismo,
un corsé explosivo de burocracia ciega y obediencia irracional al mando. Más
dudoso era que Rajoy se enamorara de Merkel, no le concedemos esa capacidad, la
de enamorarse, pero creímos que podía fingir el orgasmo por patriotismo.
El
fingimiento, de hecho, no se le da mal: nos hizo creer que la crisis era de
confianza y que subir el IVA de “los chuches” constituía una indecencia y que
las niñas que nacieran bajo su mandato serían, sin excepción, rubias y de ojos
azules. No dijo una verdad, una sola, pero logró que aceptáramos la mentira
como animal de compañía, de modo que desde entonces nos acostamos con ella, nos
levantamos con ella y la sacamos a pasear varias veces al día para que la
mentira haga sus necesidades, que recogemos en una bolsita de plástico con la
que volvemos a casa para comérnosla frente a la tele. Estamos comiendo mierda
por un tubo.
Esto de
que Rajoy mintiera sin rubor y a todas horas, incluso cuando la mentira
careciera de objetivo sexual o político reconocible, conectaba oscuramente con
la idiosincrasia del español medio, pues si Merkel, como se ha dicho, viene de
las Juventudes Comunistas, nosotros venimos de la novela picaresca. Quiere
decirse que necesitábamos un listillo capaz de hacer creer a los tontos
centroeuropeos que estábamos concediéndoles un crédito cuando en realidad se lo
estábamos solicitando. Y la verdad es que Rajoy creyó haberlo logrado, pues
volvió de uno de aquellos viajes a territorio hostil jactándose de haberles
hecho la picha un lío a todos, lo que celebró marchándose al fútbol.
La mentira
carece de piernas, de modo que le pillamos enseguida, claro. Pero él, lejos de
arredrarse, continuó vendiéndonos la especie de que tenía completamente
sometida a Angela Merkel.
—Hasta me
ha invitado a dar un paseo romántico en barco —presumió a través de sus
portavoces, que filtraron profusamente las imágenes de aquel encuentro
vendiéndolas como un idilio en el que la frígida mandataria se había rendido a
los encantos de nuestro latin lover gallego, valga la contradicción.
Lo del
paseo en barco, visto con perspectiva, constituyó uno de esos momentos en los
que el sádico levanta ligeramente la presión sobre el masoquista para atizarle
más fuerte después. Y nos atizó, vaya si nos atizó, con todas las medidas que
Rajoy desgranó en el Parlamento reconociendo que no eran suyas porque él era un
mandado.
—No tengo
libertad para escoger.
En
efecto, había devenido en un esclavo sexual de la señora. Lo lógico es que ante
esa falta de autonomía intelectual y política, hubiera dimitido. Pero se ve que
le ha cogido gusto al maso, que practica fuera, con Merkel, y al sado, que
practica dentro, con usted y conmigo. Y a aguantar. Lo que hace falta es que
sea para bien.
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