
LA YERBA DE LOS CANTANTES
Por Ezequiel Perez Plasencia
La danza prospera entre  las espinas de  la noche.  Cada uno tiene las cartas boca arriba y en los ojos espejean los movimientos de las llamas, los brazaletes y las joyas en las finas muñecas de estiradas sedas de amor. Lo anterior es un pasaje sobre  el té del diablo, droga clásica que  si la tomas te quedas colgado casi con seguridad, como el Chamama, nos  advierte Roberto Garça, personaje de  La yerba negra, última entrega del escritor Roberto Cabrera (Santa Cruz  de Tenerife, 1954) que  será presentada a las ocho  de  la noche  en  el Ateneo  de  La Laguna bajo el sello de  la editorial Benchomo.  Primero fue el cuento  y después la novela: "El relato nació con formato breve en  la revista Taramela para explicar un viaje ritual de  iniciación y malditismo en algunos jóvenes en los años setenta".
Era  algo  así  como  un  adiós  a Heidegger  y  a la  ciudad,  un trayecto  de  ida  y  vuelta  para  los  más  afortunados,  en  busca de márgenes y los primeros canutos, cuando los músicos eran tipos comprometidos  y los  letristas  eran poetas, como  las  cadencias  del jazz se entremezclaban con el realismo mágico y el desmoronamiento de  algunos mitos o  represiones. Y  así, el cuento  se  quedó corto  y precisó del universo de la novela para narrar más exhaustivamente los efectos  de  la  yerba de  los  cantantes y las  vivencias  generacionales del  poeta  del  asfalto.  Parece  que   fue  ayer  cuando  este   músico, escritor y profesor de instituto grabó Puñetazo al silencio, con poemas
de Pedro García Cabrera, José Luis Gallardo, Pedro Lezcano y composiciones       propias.                                   Cuando          entonces,     la                      poesía                 era simultáneamente romántica y social.
Roberto Cabrera es un escritor de  la estirpe de  Cadwell y Juan Rulfo. "Escribo por necesidad. Y cuando tengo  algo que decir que no puedo expresar con la música". Comenzó muy pronto, de pibe, en las Escuelas Pías, con los curas, relatando la vida de  algunos santos. Allí ganó un  premio  de  redacción  con  una historia  titulada  El  iceberg habitado. Ya en  la adolescencia percibe que  "la literatura que  nos enseñaban los curas no era la propicia para desarrollar nuestras inquietudes creadoras, con esos giros lingüísticos españolizantes y encorsertados. También descubrimos la literatura hispanoamericana y nos percatamos de  la originalidad de  los escritores canarios que  no eran lo suficientemente conocidos". Este tipo es  un activista cultural incansable. Hace quince años fundó el grupo  musical Gato Gótico y participó en la creación de  revistas como Menstrua Alba y Teresa en el balneario. Le debemos un trabajo entrañable, la edición de Historia de  café pobre, compilación del escritor fetasiano Antonio Bermejo. Como narrador, ha publicado Ídolos de bruma, Suicidio en Desolation Road,  Amor Mora  Roma,  Viaje  a Hero  y  La  nube  especular.  Ha padecido las             vicisitudes         editoriales           del         principiante,    las incomprensiones        y      reticencias       oficiales       hacia los  proyectos innovadores, el canibalismo sectario que  salpica la vida cultural del Archipiélago. Ahora habla desde la madurez y la tolerancia."Negar o rechazar por sistema todo lo que hace el vecino es una actitud que va
en  detrimento de  todos.   Por fin  ahora se  valora la obra de  gente importante  como  Isaac  de  Vega,  Rafael  Arozarena,  José  Antonio Padrón o  Francisco Pimentel.  Debemos   cuidar nuestro  legado  más inmediato. Ahora mismo, la poesía que  se  hace tiene un excelente nivel, y la narrativa va a más. De alguna manera se debe mimar a los que   empiezan".  En ese   sentido,  la  queja  se  torna  inevitable:  los medios de comunicación deben dar más cobertura a los creadores, la crítica  no debe ejercerse  desde la  autosuficiencia y el  engreimiento. Las críticas despiadadas son nefastas. "Un pueblo sin un alto nivel de creación          no  puede            crecer                      económicamente           como                             algunos                   han anunciado en  la propaganda electoral. Un pueblo sin escritores no puede ir muy lejos".
Y lejos se nos fue Roberto Garça de la mano del niño Ben Huari en La yerba negra, con su hablar urbano y rural, con sus derrotas y compromisos, tras el mundo  mítico de  nuestros  antepasados,  tras la bodega y la posada, el trasiego del vino, las aceitunas y los arangotangos, los adoquines y La Habana, tras los pasos de Beckett y Joyce, lejos de lo cotidiano y oficial, tras los detectives de barrio y los piratas, Kafka y Borges, el hippismo y los ritmos afrocubanos, para desembocar al fin en un nihilismo existencial, por así llamarlo, en una "caligrafía  profunda  donde se  nexan los  géneros" para  reposar y cumplir años con el aura de sosiego que rodea a los supervivientes.
Ezequiel Pérez Plasencia, Carnarias7, 7 de junio de 1995
No hay comentarios:
Publicar un comentario