La isla que decidió vivir
Agapito de Cruz Franco
Para Fernando Gutiérrez (ADENIH, Asociación para la defensa de la naturaleza e identidad de El Hierro),
Le quitaron su meridiano un día para llevarlo a la capital de un imperio, pero no le importó porque podía vivir sin él, aunque siguió marcando el límite con la mar océana. Su Garoé entró en la leyenda, pero los alisios continuaron dejando la vida sobre sus cumbres. Se extinguieron a lo largo y ancho de toda la Macaronesia los grandes lagartos, pero sus islotes de Salmor, en El Golfo, reservaron los suyos para la eternidad. Pasaron a la historia príncipes y reyes, pero El Sabinar cobijó a su Virgen para llevarla una y otra vez en volandas hacia el Oriente.
Hubo un tiempo incluso, entre orchillas y lajiales, que los lejanos bimbaches transmitieron su vocación celeste en El Julan, y legaron para la posteridad la sencillez de la artesanía a Doña Pancha en su telar de Sabinosa junto al Pozo de la Salud, o a Doña Juana, la de Las Casas, en El Pinar, o a Alcira también en el Pinar, junto a Eloy Quintero, un hombre de la Edad del Hierro.
Con el tiempo, el pueblo que nunca echaba la llave a las puertas de sus casas, se convertiría en ejemplo mundial al abandonar los combustibles fósiles, y obtener la energía únicamente a través del agua, el viento y el sol. Pero hubo un tiempo también, en este paraíso de la ese sonora, en el que los jinetes del Apocalipsis se fijaron en su Pico de Malpaso y en las costas de su Mar de Las Calmas, como lugares estratégicos para ubicar un radar militar y una lanzadera espacial.
Fue entonces cuando la espiral de sus piedras ancestrales se desdibujó dibujando un NO. Y en ese vértigo por defender la vida y la paz, se transformó en barco con toda la isla a bordo un 17 de mayo de 1997 hace ya catorce primaveras. Arribó a Los Cristianos (Tenerife), donde serían recibidos por un pequeño gran grupo de ecologistas del TEA y de Tabona, con una pancarta que el tiempo ha conservado milagrosamente intacta y que decía así: “Bienvenido pueblo herreño”. Y tras una caravana multicolor desde el Sur hasta la capital administrativa de Tenerife, se les unirían 25.000 personas más para defender la vida y la paz, en la manifestación más grande jamás habida hasta ese momento en Canarias. Convocada por la Comisión Malpaso y la Plataforma Canaria por la Paz contra los proyectos del Ministerio de Defensa, aquel Barco por la Paz navegó desde el Parque La Granja hasta la Plaza La Candelaria de Santa Cruz con sus velas desplegadas al viento y en las que se podía leer:”Ni lanzadera ni radar, El Hierro para la paz”. Con los más viejos y más jóvenes de la isla al timón, la Presidencia del Gobierno de Canarias les abrió las puertas recibiendo su Manifiesto. El Parlamento, no. Entre gritos de: “Fuera, fuera, fuera, no queremos lanzadera” y “Paso, paso, paso, de la Base de Malpaso”, las alumnas y alumnos del Mae de la Escuela Montessori de Santa Cruz, realizaron una representación teatral donde imitaban a los militares instalando una catapulta de caramelos como lanzadera ideal del pueblo.
Y cuentan, los que entonces convivieron con aquellas gentes vitales venidas de más allá del mar, que una vez que se extinguió el eco de las chácaras y tambores herreños en la vieja plaza santacrucera, y el Barco por la Paz regresó de nuevo a casa, los Jinetes del Apocalipsis se olvidaron para siempre de la Isla del Meridiano y pusieron definitivamente rumbo a otro lugar.
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