PRESENTACION EL 29 DE ABRIL
A LAS 7 DE LA TARDE
Un poco de historia
En un interesante reportaje publicado el 30 de octubre de 2010 en el suplemento cultural El Perseguidor, del rotativo canario Diario de Avisos, realizado por Eduardo García Rojas, el periodista daba cuenta del hecho de la irrupción de unos nuevos novelistas canarios que “exploran sin complejos los territorios de la novela de género”. García Rojas cita, a nuestro juicio acertadamente, a los escritores David Galloway, Javier Hernández Velázquez, José Luis Correa, Anelio Rodríguez Concepción, Álvaro Marcos Arvelo, Víctor Álamo de la Rosa, Santiago Gil, Nicolás Melini, Pablo Martín Carbajal, Alexis Ravelo, Víctor Conde, Bruno Mesa y Carlos Cruz, cuyas fechas de nacimiento van desde 1960 (David Galloway) a 1977, (Carlos Cruz). Son, indudablemente, algunos de los principales protagonistas de este nuevo renacimiento de la narrativa canaria. A ellos, aunque no incluido en el reportaje citado de García Rojas, habría que sumar el nombre de Cristo Hernández Morales (La Laguna, 1968), mientras que en los casos de Bruno Mesa y Carlos Cruz habrá que esperar aún por sus futuras entregas novelísticas después de su prometedora puesta de largo con sus primeras novelas publicadas en la ya concluida primera década del siglo XXI.
Pero hagamos un poco de historia, porque no queremos decir, en ningún momento, que la narrativa canaria anterior haya vivido momentos de zozobra o atonía. Antes al contrario. Gracias a un nutrido grupo de novelistas, cuya producción literaria se mezcla y entrecruza en los últimos cincuenta años del siglo XX, podemos asegurar que la narrativa canaria ha gozado siempre de buena salud, contradiciendo el tópico antes mencionado de que Canarias es tierra sólo de poetas, como bien se encargan de demostrar los pioneros trabajos sobre la última narrativa canaria del siglo XX debidos a los críticos Sabas Martín y Juan José Delgado. Las últimas décadas del siglo XX, a partir, sobre todo, del fin de la dictadura franquista, constataron el vigor de muchos novelistas canarios. Desde las aportaciones canónicas de grandes clásicos de nuestras letras, como Isaac de Vega, Rafael Arozarena, Alfonso García Ramos o José Rivero Vivas, al empeño de algunos narradores del 70 que han continuado hasta hoy manteniendo una gran producción narrativa, como Víctor Ramírez, Juan Cruz, Armas Marcelo, Fernando Delgado, Alberto Omar, Luis León Barreto y Juan Pedro Castañeda, pasando por nuestro más conocido best seller Alberto Vázquez Figueroa y escritores algo posteriores que sin embargo han contribuido también decisivamente a nuestra novelística, como son los casos de Emilio González Déniz, Juan José Delgado, Sabas Martín, José Carlos Cataño, Sinesio Domínguez Suria, Jesús Rodríguez Castellano, Domingo Luis Hernández, Quintín Alonso Méndez, Miguel Ángel Díaz Palarea y Antolín Dávila, principalmente.
En un interesante monográfico dedicado a la literatura canaria por la revista La Página en 2008, titulado ¿Bajo el volcán?, Sabas Martín vuelve a ocuparse de la última narrativa canaria, esta vez en un esclarecedor ensayo titulado Narrativa canaria de los 80 y su proyección al siglo XXI: ¿Qué hay de nuevo, viejo? En dicho ensayo, Sabas Martín apunta “tres notas generales que, según entiendo, aportan novedades en la narrativa canaria de los 80 y su proyección al siglo XXI”. Esas tres peculiaridades enumeradas por el crítico serían la proliferación del cuento, el incremento de la nómina de mujeres escritoras y la aparición de un género negro específicamente canario. Y tiene razón el ensayista, aunque en nuestra opinión insistimos en que lamentablemente la inmensa mayoría de los autores de cuentos en Canarias no escriben novela, y lo mismo ocurre con las mujeres escritoras, que, salvo rarísimas excepciones, no han desarrollado una obra novelística mínima, como demuestra el hecho de que entre los integrantes de las últimas generaciones no haya una sola joven novelista reseñable. En cuanto al último punto, la aparición de un género negro canario, tiene Sabas Martín toda la razón, como demuestran las obras de José Luis Correa, Alexis Ravelo, Antonio Lozano, Javier Hernández Velázquez o Jaime Mir, entre otros, pero, en nuestra opinión, seríamos más exactos si habláramos de la irrupción general de novelas de género, no sólo de novela negra o policíaca, como vemos por ejemplo en las propuestas narrativas de Víctor Conde y su ciencia ficción o literatura fantástica, plagada de voluminosas sagas pobladas de ángeles y demonios y odiseas espaciales y extraterrestres.
En el mismo ensayo, Sabas Martín establece algunas constantes narrativas, como la “continuidad de ese universo-isla, legado de la generación anterior, que se manifiesta en la creación de obras fundamentadas en una corriente mítico-histórica, con la creación de territorios míticos en que se resume la vivencia del pasado, la geografía y la condición existencial de la insularidad”. Los principales representantes de esta tendencia entre los últimos narradores son Álvaro Marcos Arvelo y Víctor Álamo de la Rosa. Asimismo indica el ensayista que además “es posible constatar una narrativa enmarcada en escenarios urbanos” y, finalmente, una línea narrativa que “da cabida a elementos y referentes de una cierta cultura pop, con sustento en ámbitos de lo audiovisual o del mundo del cómic”. Aunque completamente de acuerdo con Sabas Martín, quien deliberadamente no cita nombres en su ensayo, nos gustaría añadir, sin embargo, esa línea narrativa enmarcada en el realismo sucio, bien representada por autores como Jaime Centurión, J. Ramallo y Miguel Díaz Díaz, o la novela de marcado carácter erótico, casos de Anelio Rodríguez Concepción y Jesús Rodríguez Castellano con sus últimas entregas. La novela testimonial tiene en Ezequiel Pérez Plasencia y su obra El orden del día a uno de sus principales baluartes.
Una ojeada rápida a la narrativa canaria de los últimos años arrojaría una nómina amplísima, pero, por eso mismo, engañosa. Muchos de estos autores sólo han escrito una novela o se han dedicado sustancialmente al relato breve, mientras que nuestro propósito es colaborar en la necesaria labor de clarificación de este confuso panorama y, en pocas palabras, destacar a aquellos autores que nos parece que se han venido distinguiendo por una inquebrantable voluntad de narradores, esto es, de novelistas. En este sentido, es hora de destacar las aportaciones de esos autores cuyas fechas de nacimiento delimitan este trabajo, es decir, desde David Galloway (1960) a Víctor Conde (1973), pasando por Javier Hernández Velázquez, José Luis Correa, Cristo Hernández Morales, Anelio Rodríguez Concepción, Álvaro Marcos Arvelo, Víctor Álamo de la Rosa, Santiago Gil, Nicolás Melini, Pablo Martín Carbajal y Alexis Ravelo.
Antes, sin embargo, queremos citar (aunque sea mezclando autores de distintas generaciones en una nómina necesariamente incompleta) al menos los nombres de esos otros prometedores autores que han hecho interesantes entregas narrativas más o menos puntuales, y de los que esperamos, esperanzados, continuidad en el oficio narrativo y una decidida apuesta por la novela. Son los casos de María Teresa de Vega, Saro Díaz Monroy, Elena Morales, Alicia Llarena, Francisco León, Roberto A. Cabrera, Cristina R. Court, Orlando Alonso Suárez, Paula Nogales, Ana Criado, Moisés Cabello Alemán, Enrique Reyes, Bruno Mesa, Carlos Cruz, Inocencio Javier Hernández, Iván Cabrera Cartaya, Talía Luis Casado, Daniel Ortiz Peñate, José Manuel Brito, Eduardo Delgado Montelongo, Ignacio Gaspar, Juan Manuel Torres Vera, Marcelino Rodrigues Marichal, Ricardo Peytaví, Gabriel Cruz, Roberto Cabrera, José Fajardo Spínola, Juan Báez, Emilio Farrujia de la Rosa, Rosario Valcárcel, Julia Gil, Francisco J. Quevedo, Juan José Mendoza, Ernesto R. Abad, Fernando Pérez Rodríguez, Eduardo González Ascanio, Agustín Díaz Pacheco, Daniel Duque, Balbina Rivero, Andrés Servando Llopis, Mariano Gambín, María de los Ángeles Teixeira Cerviá, Elsa López, Cecilia Domínguez Luis y Ángel Sánchez (magnífica novela, por cierto, su Cuchillo criollo), entre muchos otros autores que no acaban de consolidar una obra narrativa pero que sin embargo han demostrado sobradas cualidades y grandes posibilidades en sus libros. Estamos seguros de que será cuestión de dar tiempo al tiempo, sobre todo en el caso de los más jóvenes. Sin embargo, recordemos, a modo de ejemplo y entresacando de esta amplia nómina, novelas significativas como Las brujas de la isla del viento, de Elsa López; El camarote de la memoria, de Agustín Díaz Pacheco o El viento en contra, de Cecilia Domínguez Luis. En este sentido, además, son muy prometedores los debuts novelísticos de autores más jóvenes, como Bruno Mesa (Santa Cruz de Tenerife, 1975), con la novela El hombre encuadernado; Iván Morales Torres (Santa Cruz de Tenerife, 1986) con la novela Oikia (dualidad) y Carlos Cruz (Los Realejos, 1977), con H.
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