SIMA DEL GENOCIDIO
«Allí mientras los hombres iban subiendo en fila de uno con las manos amarradas a la espalda los falangistas de arriba iban preparando los fusiles y pistolas en una algarabía de risas y fiestas que escuchábamos las vecinas de las casas cercanas a la Sima, era terrible los gritos de los que iban muriendo, cayendo por aquel agujero sin fondo…» Carmelita Martel Florido
En
la finca de los Ascanio, ahora del Maipez, tiraban a los dos pozos actualmente
tapiados a quienes llegaban más destrozados por las torturas y no podían
caminar hasta la Sima de Jinámar. Hombres y algunas mujeres de cada rincón de
Gran Canaria, secuestrados, detenidos en sus casas o sacados a golpes desde las
comisarías de Falange o los campos de concentración de la isla.
Los testimonios hablan de cientos que en la boca de la chimenea volcánica fueron arrodillados a la fuerza por tipos vestidos de azul para el rutinario tiro en la nuca, antes de arrojarlos al oscuro abismo de más de ochenta metros de profundidad. Posibilidades escasas de sobrevivir y los cuerpos caían unos sobre otros en las madrugadas, formando una simbólica montaña, un monumento espontáneo a la dignidad, a la lucha por la democracia y la libertad.