JUECES CONTRA LA PRENSA LIBRE
JOAQUÍN URÍAS
Son tiempos difíciles para el periodismo. La democratización de las redes sociales ha traído una avalancha de noticias falseadas que se difunden como ciertas con la intención de manipular las mentes de la gente de buena fe. Proliferan también los pseudoperiodistas a sueldo de los políticos que se dedican a hostigar agresivamente a los de signo contrario y a construir noticias que tergiversan la realidad a su conveniencia. La polarización ideológica, con gran parte de la ciudadanía convertida en auténticos hooligans de un bando u otro que no quieren recibir más que aquellas noticias que refuerzan lo que ya creen, empuja a muchos medios de comunicación a tomar partido hasta límites nunca imaginados. Las dificultades económicas de la prensa independiente y la precarización de los periodistas tampoco ayudan. El resultado es que hay cada vez menos información rigurosa y objetiva disponible. Eso debilita a una sociedad que es cada vez menos libre. Sin recibir datos contrastados nos es extremadamente difícil crearnos nuestro propio criterio sobre las cosas y compensar los mensajes interesados.
En este panorama,
cada ataque a la prensa independiente es una paletada más sobre el ataúd de la
libertad. Se entiende, por ello, la preocupación que ha causado entre los periodistas
una sentencia de la Audiencia Provincial de Huelva que para el público en
general ha pasado prácticamente desapercibida. Se refiere al caso de Laura
Huelmo, la joven maestra asesinada en un pueblo onubense. Cuando la sociedad
sólo sabía del crimen por las escuetas notas fragmentarias emitidas por la
policía, una periodista del diario Huelva Información consiguió una copia de
las diligencias judiciales. Gracias a ello pudo contar que se iba a volver a
tomar declaración al acusado, por si en el delito había participado más gente;
también reprodujo la declaración del asesino en la que contaba cómo la había
secuestrado con intención de violarla, golpeándola fatalmente. Posteriormente,
narró de nuevo en su periódico un resumen de la autopsia, explicando la causa
de la muerte por un golpe y que en el cuerpo de la víctima no se había
encontrado semen pero sí ADN del culpable. En otro artículo, por fin, contaba
que en las actuaciones se había incluido un vídeo con las últimas imágenes de
la fallecida mientras compraba en un supermercado de la localidad, vídeo que se
describía en la noticia.
En el derecho
español hay una norma respecto a los sumarios judiciales: son secretos para
facilitar las investigaciones, pero sólo se persigue al juez o funcionario que
los filtra. No a quien los difunde. El legislador español, con buen criterio,
ha querido castigar a quien rompe el deber de confidencialidad, pero con
cuidado de no silenciar la libertad de información. El delito no está
relacionado con el contenido del sumario, sino con la ruptura de la confianza.
Se penaliza a quien no es capaz de proteger un documento reservado que ha de
custodiar, pero el legislador entiende que sería inconstitucional castigar
igualmente a los periodistas que difunden hechos de innegable interés
informativo. Por supuesto, si al difundir unas diligencias judiciales un
periodista perjudica una investigación, podrá ser acusado de obstaculizar la
acción de la justicia. Si difunde el nombre de una víctima de violación o de un
testigo protegido también podrá ser castigado por dañar la intimidad o por
poner en peligro una vida. Pero lo que no es posible es perseguirlo por el
simple hecho de hacer públicas las diligencias del asunto.
La publicación del
contenido de las diligencias judiciales es frecuente en nuestro país
Así, la publicación
del contenido de las diligencias judiciales es frecuente en nuestro país. Basta
recordar la emisión en televisión de los vídeos de las declaraciones judiciales
de Isabel Pantoja, la infanta Cristina o los acusados de la Púnica. Igualmente,
se emitieron sin más problemas unas grabaciones de la mafia italiana
interceptadas por la policía en las que se hacía referencia a Bárcenas; la
declaración del director de la FAFFE en el macrojuicio andaluz por corrupción o
la declaración de la asesina del niño Gabriel en Almería, entre otras muchas. A
diario, todos los buenos periodistas construyen sus artículos gracias a datos
que consiguen de algún sumario judicial. Puede parecer deplorable que esto
suceda porque demuestra una justicia agujereada, pero el culpable nunca es el
periodista que difunde información de innegable relevancia pública, sino el
funcionario desleal incapaz de guardarlos para sí.
Esta situación
siempre ha molestado a los jueces. Por dos motivos: porque les inquieta no
saber cuál de sus funcionarios está traicionando su confianza y pasándole
información a la prensa, y porque saben que cuantos más detalles conozca la
gente de un caso, más fácil es que critiquen su papel en el asunto. Así,
nuestros jueces llevan años intentando evitar estas filtraciones. En Baleares,
en el caso Cursach, llegaron a intervenir los teléfonos de los periodistas para
leer sus mensajes y averiguar –violando el secreto profesional que garantiza la
Constitución– quiénes eran sus fuentes. Otras veces han llegado a emitir
auténticos mandatos de censura, prohibiendo a un medio contar hechos
noticiosos. Esta vez han ido más lejos y, saltándose lo que dice la ley, han
decidido directamente castigar a la periodista, usando una interpretación
disparatada de qué es o no es información.
Lo que ha hecho la
Audiencia Provincial de Huelva es un auténtico fraude de ley para silenciar a
la prensa. Se inventan que difundir los datos de un sumario judicial puede
constituir delito contra la intimidad. Para que así fuera, sería necesario que
se tratara de datos personales conseguidos ilícitamente y que fueran relativos
a la intimidad. Nada de ello se da en este caso. No hay un acceso ilegítimo,
pues la ley no castiga al periodista que recibe un sumario a través de una
filtración. Tampoco se trata de datos personales, pues van a ser discutidos
públicamente en el juicio. Y no se afecta a la intimidad, puesto que estamos
ante cuestiones de relevancia pública. Nada de ello frena a unos magistrados
que debieron saltarse las clases sobre libertad de información en la escuela
judicial, si es que se las dieron. Van con ello y como saben que pueden estar
vulnerando la Constitución, se ven obligados a incluir unos párrafos
pintorescos intentando demostrar que lo que contaba la periodista no era
información.
Lo que ha hecho la
Audiencia Provincial de Huelva es un auténtico fraude de ley para silenciar a
la prensa
Estos jueces de
Huelva deben ser periodistas aficionados. Pero poco. Su sentencia es en gran
medida un caricaturesco “curso de ética periodística” sin pies ni cabeza. Dicen
que un periodista no debe contar que se va a tomar declaración de nuevo al
acusado. Para sus señorías, convertidas en auténtico tribunal de censura, es
algo poco novedoso y que podría llevar a confusión a la población. El lector
creería que, en vez de una sentencia, lee un informe de los censores
franquistas al encontrarse con que los jueces también afirman que contar con
mucho detalle las lesiones sufridas por la víctima es más de lo que la
comunidad en general necesita saber sobre un crimen; incluso insisten en que la
población no necesita saber qué llevó al acusado a golpearla. Más aún, según
los magistrados no tiene interés público saber que en la vagina de la muerta
apareció ADN del acusado, de forma que para ellos lo ideal es que la sociedad
no sepa si hubo o no agresión sexual –según los datos objetivos–. Por último,
los tres juristas metidos a periodistas tampoco creen que la sociedad deba
conocer qué se ve en las últimas imágenes con vida de la maestra cuando
compraba en un supermercado. Básicamente, la Audiencia Provincial de Huelva
viene a decir que cuanto menos sepamos de los asuntos que ellos juzgan, mejor.
Esta argumentación
choca frontalmente con lo que explica el Tribunal Constitucional acerca de la
relevancia informativa. En una sociedad democrática debe poder difundirse todo
lo que aporte algo al debate social. Cualquier dato que permita a la ciudadanía
juzgar cómo es su sociedad y valorar tanto las propuestas para cambiarla como
la gestión de nuestros gobernantes, es imprescindible para la democracia.
Entender un suceso de trascendencia, como el asesinato de Laura Luelmo, permite
a la sociedad hacerse una idea sobre los riesgos a los que se enfrenta. En
democracia es útil conocer incluso detalles tan ínfimos como cuántas veces
declara un investigado, cuáles son su versiones, qué datos apuntan a la
naturaleza machista del crimen o cómo era la personalidad de la víctima. Sólo
así podremos valorar si hay muchos delitos de este tipo, contra quiénes se
enfocan o, más importante aún, si se investigan bien y cómo responden los
jueces ante ellos.
No nos engañemos.
Detrás de la prohibición de que una periodista nos cuente los detalles del caso
se esconde un interés personal de los jueces: si logran impedir que la sociedad
conozca las pruebas existentes, podrán dificultar que nadie opine sobre cómo
condujeron la instrucción o sobre la razonabilidad de la sentencia en la que
finalmente declaren o no culpable al acusado. La prohibición de conocer el
sumario que nos quieren imponer estos señores es la mejor manera de silenciar
las críticas al trabajo de los jueces. Si amordazan a la prensa es, en gran
medida, para erigirse ellos mismos como un poder inmune al control democrático
y social.
Hay muchos
periodistas que trabajan cada día para hacer un mundo mejor y contrastan cada
pequeño detalle antes de publicarlo. Suelen ser profesionales de verdad y se
les reconoce porque reciben ataques tanto de un bando político como del otro,
según a quienes molesten las verdades que difunden. Por culpa de esta
sentencia, esos periodistas, que no aparecen en las novelas de aventuras pero
que la mayoría de los días echan más horas de trabajo de las que les
corresponden, están asustados. Por si fuera poco con lo que tienen que bregar,
ahora también los jueces los amenazan con inhabilitarlos o meterlos en la
cárcel.
La periodista que
consiguió el sumario del crimen de Huelva y que nos lo contó vive en la
precariedad, cambiando demasiado de trabajo. Es una profesional anónima que por
una vez sacó una exclusiva que todos los medios replicaron. De hecho, Ana Rosa
Quintana, en su programa televisivo de máxima audiencia, difundió las mismas
imágenes que a ella le reprochan narrar. Los jueces onubenses, por supuesto, no
se atreven con Ana Rosa, pero a esta periodista la han condenado a dos años de
cárcel, a una multa desproporcionada y a no poder trabajar de periodista
durante dos años.
Son muy malos
tiempos para el periodismo, pero también para la democracia. Cuando la justicia
se desliga de la voluntad del legislador y utiliza su terrible poder
sancionador para amordazar las críticas a su tarea, todo el edificio
democrático se tambalea. Y cuando se mete en la cárcel a una periodista por
contar la verdad todos perdemos un trozo de libertad.
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