ELLOS POR DINERO, NOSOTRAS POR AMOR
IGNACIO PATO
Ha sido un poco una autoinculpación. Una gustosa, sin embargo. Viernes de julio, quizá para muchos de vacaciones, y enseguida nos hemos delatado: miramos el móvil al poco de abrir el ojo. Esta vez ha habido premio. Uno mucho mayor, dónde va a parar, que cualquier me gusta a ninguna ocurrencia rápidamente obsoleta y sepultada bajo esas decenas de últimas horas (¿no paran de pasar cosas para que no pase nada?) que nos noquean cada día. Entre el cielo ya roto de Madrid y la luz de farolas que alumbra casas de empeño cae una pancarta. “Ni alquileres, ni hipotecas, ni deudas: vivienda gratuita, universal, de calidad y bajo control obrero”. El lugar elegido era igual de importante que el mensaje.
“El Movimiento por
la Vivienda de Madrid boicotea la lona de Desokupa”, leemos. De pronto, muchos
nos hemos tomado el primer café con movimientos algo más ágiles que de
costumbre. De hecho, podríamos habernos preguntado si necesitábamos ese café o
ya teníamos el latido al galope. Agente, deténganos, nuestro único delito fue
necesitar chutes de energía. Tertuliano cínico, llámenos yonquis de la
esperanza.
Sin caer en la
homeopatía política, es interesante detenernos en cómo nos sentimos
colectivamente. Es difícil resistirse a la idea de que, si la sociedad fuera
una persona, tendríamos serias preocupaciones sobre su estado anímico. Veríamos
las garras de la depresión estirarse, crujir y ponerse en su hombro proponiendo
su intercambio: las ilusiones a cambio de nada. Si fuera un amigo,
intentaríamos sacarle de casa. Un café en el bar de abajo, un paseo, o si no
subimos nosotros con unas patatas sabor respiro y durante un rato le abrimos la
ventana a los fantasmas. Algo de a poco, que quizá ese amigo, esta sociedad, no
esté para empujarla a un cotillón o hacerle lo peor que se le puede hacer a
alguien que en una fiesta no baila. Sacarle al centro de la pista. Lo sabía el
cantante siciliano que hizo un himno que se limitaba a dejar claro cómo se
moría de ganas de verte bailar. Volveremos a danzar, Battiato. Pero las ganas
de bailar no suelen ser una libre elección: o se tienen o se necesitan. Pasa
parecido con la serenidad.
Nadie puede darle a
la clase trabajadora lecciones sobre paciencia. El dinero te libera de los
andenes del cercanías y de las listas de espera
Nadie puede darle a
la clase trabajadora lecciones sobre paciencia. El dinero te libera de los
andenes del cercanías y de las listas de espera. Te permite, también, no tener
que esperar a un viaje del Imserso para ir una semana a Canarias. La propuesta
del Círculo de Empresarios de elevar la edad de jubilación a los 72 años ha
tenido diversas réplicas. Una ha sido la de María Teresa Pérez, exdirectora
general de Juventud, que ha resuelto rápido la artificiosa guerra generacional
que pretende convertir la edad en nueva clase social. Pérez ha recordado que su
padre está picando piedra con 60 años y le ha contrapropuesto a la patronal
irse a “tomar por culo”. Ya conocemos la amonestación clasista sobre las
formas, pero la reacción no ha sido negativa, de hecho unos cuantos aplausos ha
habido, entre quienes nunca ven llegar su turno en este insignificante hall,
que diría un creyente para apaciguar —todavía más— los ánimos.
Hoy nos tomamos el
segundo café, ya más reposados, sin quitarnos de la cabeza la imagen de la
lona. ¿Ha sido solo simbólico? No hay pruebas empíricas, pero tampoco mucha
duda de la manera en que acciones como esta demuestran la necesidad de chutes
de ánimo para la autoestima colectiva. Es una energía complementaria y, de
hecho, seguramente armónica con votar, y más en unas elecciones con tanto en
juego. Eso que no se dude. Pero qué importante que nos siga quedando eso que
los chicos y chicas de los colectivos de vivienda nos han recordado con ese
lema precioso y preciso: “Ellos por dinero, nosotras por amor”. Un amor tan
propio como colectivo.
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