EL PROYECTO DE YOLANDA DÍAZ SERÁ
RANCIO O NO SERÁ
Tal
vez la mayor innovación para la nueva izquierda que nazca en el Matadero
–déjense de bromitas con el nombre– debiera ser la de dejar de innovar tanto.
Aprender algo de los usos y costumbres de los rancios partidos de la vieja
política
GERARDO TECÉ
Yolanda Díaz, ministra de Trabajo y
vicepresidenta
segunda del Gobierno.
En los corrillos de Izquierda Unida no se disimulaba en enero de 2014 el malestar ante el nacimiento de Podemos. ¿A qué vienen estos, si ya existe una opción a la izquierda del PSOE? Aquella noche en el Teatro del Barrio de Madrid la formación encabezada por el mediático profesor universitario Pablo Iglesias presentaba un plan claro y ambicioso: darle un vuelco a la política española. Ocho años y medio después sabemos que lo lograron. No sólo poniendo fin al bipartidismo o imponiendo la agenda de saneamiento democrático, sino también y, sobre todo, innovando como nunca antes habíamos visto innovar en la política de este país. De entre todas esas innovaciones, quizá la de necesitar refundarse a pesar de estar gobernando España sea la más espectacular.
A veinte minutos a
pie del Teatro del Barrio está el Matadero de Madrid. Allí, la izquierda
española iniciará este viernes 8 de julio su nueva andadura con la ministra de
Trabajo, Yolanda Díaz, al frente. No sin cierto malestar en los corrillos de
Podemos. A pesar de ello, y tras años de persecución mediática y judicial
contra sus líderes, de puñales internos, de grandes éxitos y sonados fracasos,
hay quien dice públicamente, incluido el fundador de Podemos, que Yolanda Díaz
es la mejor opción que tiene la izquierda para afrontar el futuro. La mejor y
también la única, añadiría. El camino empieza bien. El nombre elegido por la
plataforma que impulsará el liderazgo de Yolanda Díaz no puede ser más
acertado. Sumar. Porque sumar es la mejor opción, pero también la única cuando
la izquierda viene de aplicar con esmero la máxima que hace triunfar a la
música indie granadina: que en la ciudad haya más bandas que músicos. Entre
quienes aquella noche de enero se subieron al escenario del Teatro del Barrio a
presentar Podemos hay hoy líderes de tres formaciones políticas distintas con
idénticos programas. Lo cual nos habla del enorme espíritu emprendedor de la
izquierda por mucho que Juan Ramón Rallo o Daniel Lacalle opinen lo contrario.
Tal vez la mayor
innovación para la nueva izquierda que nazca en el Matadero –déjense de
bromitas con el nombre– debiera ser la de dejar de innovar tanto. Aprender algo
de los usos y costumbres de los rancios partidos de la vieja política. Algunas
cosas funcionan. Por ejemplo, el respeto a los liderazgos. Yolanda Díaz tiene
todo lo necesario para dar la gran batalla si las batallas internas se lo
permiten. Tiene la personalidad y tiene la fuerza. Tiene el talante y tiene el
colmillo. Tiene la frescura de lo nuevo y también la experiencia. Quizá la
próxima nueva izquierda debería ver qué tal funciona eso.
Otro hábito de la
política rancia que suele ir bien es construir una marca reconocible y que
perdure en el tiempo más allá de la siguiente convocatoria electoral. El
Partido Popular no pasó a llamarse Vamos España Cojones cuando Aznar perdió el
poder, ni el PSOE Coalición de la Rosa Marchita cuando lo perdió Zapatero.
Ambos, curiosamente, mantuvieron sus siglas y volvieron a la disputa. Quizá,
después de quinientas veinte coaliciones electorales, ilusionantísimas todas
ellas, haya llegado el momento de optar por el aburrimiento de una marca
reconocible que perdure en el tiempo y libre al pobre votante de la tesitura de
tener que preguntar en la puerta del colegio electoral cómo se llaman los suyos
esta semana.
Por último, el
respeto al pasado suele ser una fórmula practicada por la vieja política que
cohesiona internamente y transmite estabilidad. Sin la figura de Pablo
Iglesias, la nueva izquierda a punto de renacer no lo haría desde los sillones
del Gobierno, sino desde la protesta externa de siempre. Hacer borrón y cuenta
nueva no sería ni justo ni recomendable. Sin poner en su lugar a quien fue
declarado enemigo público número uno del poder, sin reivindicar el papel de
quien pagó el paso adelante de señalar los errores del sistema con una
persecución nunca vista, no podrá hablarse de suma. La izquierda transformadora
haría bien en transformarse por una vez dejando de lado los egos, adquiriendo
algunos hábitos saludables de la vieja y rancia política. Por probar no va a
pasar nada. Lo contrario ya sabemos cómo acaba
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