domingo, 17 de noviembre de 2013

Al otro lado de la valla

Al otro lado de la valla

Luis Rivero Afonso
Las autoridades españolas han decidido la instalación de concertinas en la verja de Melilla. Se trata de una alambrada con cuchillas y una malla metálica, fina, que impide a una persona introducir los dedos para treparla.

La medida parece tener un carácter disuasorio para aquellos emigrantes que pretendan entrar en territorio español eludiendo los controles fronterizos. Y en el peor de los casos, cuando no logre disuadirlos, podría tener fatales consecuencias.

La respuesta no se ha hecho esperar. Y el comisario de derechos humanos del Consejo de Europa, Niel Muiznieks (que no hay que confundir con el Consejo Europeo) ya ha criticado la utilización de tales medios. El Consejo de Europa es una Organización Internacional que agrupa a 47 Estados y cuyo fin es velar por el respeto de los derechos humanos. Esta organización se ha manifestado, en más de una ocasión, contra las políticas de control de fronteras de la Unión Europea, que ha calificado de poco respetuosas con los derechos humanos.

Pero hay que decir que la medida adoptada por el Gobierno, no es del todo original. El mérito se le atribuye al Ejecutivo anterior que ya instaló en 2005 este tipo de vallas, aunque posteriormente fueran retiradas ante las protestas de varias ONG. Tampoco resulta original el circundar un enclave con muros, murallas, alambradas, verjas o cualquier barrera destinada a impedir el paso de las personas.

La historia de la humanidad está llena de muros y vallados. Son memorables las murallas de las fortalezas medievales, rodeadas por fosas o empalizadas para protegerse de las invasiones enemigas. Y que, a la postre, sirvieron -en ocasiones- para contener a una masa hambrienta que se asentaba en los arrabales de las ciudades.

De triste recuerdo es el muro del gueto judío de Varsovia, durante la ocupación alemana en la II Guerra Mundial. O los terribles alambres electrificados que bordeaban los campos de exterminio del nazismo. Durante la Guerra fría, el muro de Berlín dividió en dos esta capital y, de paso, a miles de familia que quedaron aisladas a un lado y a otro de la mole. Otro ejemplo más reciente es el muro que delimita y separa los territorios bajo jurisdicción de la Autoridad palestina del Estado de Israel.

La verja que circunda el perímetro de la ciudad de Melilla no difiere de los muros y vallas que, a través de la historia, han sido erigidos por el hombre. Siempre tratando de persuadir o impedir el paso de un mundo a otro (o, quizás, se alzan para tapar las vergüenzas y penurias, propias y ajenas). Cuando un Gobierno adopta una medida de este tipo, seguramente, se olvida de algo elemental, que es la desesperación la que mueve el ánimo de quienes se aventuran a sortear tales trabas.

Muchas veces, ni siquiera el peligro de morir en el intento persuade frente a la necesidad de huir de la desgracia. Para quienes escapan de la guerra, el hambre o situaciones de extrema pobreza, todas las barreras que se interpongan en su camino no son más que meros accidentes geográficos. Un obstáculo que separa la miseria de la esperanza.

Sin embargo, se da la paradoja que aquellos que vienen huyendo de una situación desesperada, se encuentran -al pasar la frontera- con gente atormentada por sus propias desdichas.

De este lado de la valla también hay quienes intentan escapar atravesando los confines. Miles de jóvenes, de impecable formación académica (licenciados, diplomados, "masterizados"...) que, exasperados por un futuro incierto, se aventuran a dejar su país y a su familia a este lado.

Quizás ello se explique por la relatividad de todas las cosas. Si todo es relativo, seguramente la desesperación y la miseria también lo son.

Así como en este lado, hay quienes han perdido su trabajo y hasta la casa; del otro lado, los hay que nunca han tenido ni casa ni trabajo. Y, quizás, hayan perdido a toda su familia en una guerra que ni siquiera entienden; y lo peor es que no les queda nada de lo que despojarse, salvo la vida.

Si muchos de los que están a este lado de la valla pueden sentirse sumidos en la desesperación, para los que vienen del otro lado, esto significa la esperanza.

Y eso es lo último que se pierde, antes de la vida.

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