VALEN24
TOMO 1
LA
ZAMBULLIDA
Novela
(Hacia 1980)
(Obra: NL.05 (a.27)
Inédita
(Fragmentos de Cap. 8)
José Rivero Vivas
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__________
Pasada a ordenador: mayo de 2007
Revisión: junio de 2008
Corrección: febrero de 2010
Visto: diciembre de 2023
*
(Pendiente
de oportuna Incrustación)
________________________________
Tenerife
Islas
Canarias
Noviembre
de 2024
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José
Rivero Vivas
LA ZAMBULLIDA
Visto: diciembre de 2023
(Fragmentos de Cap. 8)
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8
Un mayo nací en Valencia,
en calle del Cabañal
cerca de la Malvarrosa.
Crescencio fui bautizado
por miedo a que no creciera,
o quizá que era gigante
a los ojos de mis padres.
Pasé mis primeros años
lampeando de un sitio a otro
por los rincones del Grao,
y el borde de la Albufera,
antes de alcanzar el mar,
donde embarqué de grumete
en un buque que hacía escala
en Italia, Grecia y Chipre,
y en el Líbano atracaba.
Tuve una novia en Torrente,
más allá de Chirivella,
y cuando tocaba puerto
recorríamos gozosos
el nuevo cauce del Turia,
profundizando, atrevidos,
en busca del agua clara
que el río traía turbia.
Se alargaban mis ausencias
y mi novia entristecía.
Sin fuego que la atizara,
nuestra pasión feneció.
El Turia de ayer sin agua,
el amor perdió influencia.
Ella se agenció suplente,
y yo continué en cubierta
cada nueva travesía,
diciendo adiós a Valencia
y al mismo Guadalaviar:
En Torrente y Chirivella
dejé mi ilusión un día.
Cansado de navegar
por el mar Mediterráneo,
de regreso a Barcelona
pedí la liquidación
y desembarqué en Marsella.
Anduve desorientado
media noche, una mañana,
tres horas y diez minutos.
Urdí mi plan finalmente;
preparé mis aparejos,
y, sin miedo a riesgo alguno,
puse proa tierra adentro
con propósito inequívoco
de a pie recorrer Europa.
*
Mi historia es de tinte oscuro, carente de
subrayados, de paréntesis ilustres y espacios iluminados. No conservo en mi
haber anécdota importante que contar. Mi niñez no fue rica en experiencias, y
la juventud me ha quedado parca en variedad, lo que claramente demuestra cuán
poco afortunado he sido. Apenas pude disfrutar las delicias de los demás
jóvenes, durante el período zumbón, antes de echarse novia y resultar formal.
Mi gozo mayor fue compartido con aquella muchacha de Torrente, cuando paseábamos
por Chirivella. Luego, a partir de su enfado, pocas mieles he degustado. Mis
distracciones siguen escasas, que nunca he tenido participación en banquetes y
festines.
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Cuando Crescencio
quiso arreglar su casa, se embarcó rumbo a Guinea en un petrolero, de pabellón
noruego. El barco sufrió avería a su regreso del golfo: un boquete enorme se
produjo en su banda de babor, por donde entraba un chorro de agua a presión,
que amenazaba anegar sollados y máquinas y hasta compartimentos estancos del oil
tanker. De prolongarse, existía peligro de hundimiento, y se imponía por
tanto la necesidad de repararlo urgentemente. Bajaron los submarinistas,
expertos en soldadura eléctrica, y aun sin detener la marcha, se pusieron a
restañar la vía abierta. Se produjo de pronto una explosión, y de inmediato se
declaró el incendio.
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Por fin, su voz se hizo audible para
quien estaba en cubierta, acaso porque el viento soplaba en aquella dirección;
al rato vio que botaban una lancha, con un par de marineros que, una vez en el
agua, remaron hacia él. Entonces se desvaneció. Cuando despertó se halló en un
camarote rodeado de gente que lo atendía y que pronto le preguntaron por la
suerte de sus compañeros.
-Los
tiburones.
El náufrago supo
que había sido recogido por un guardacostas, con base en Las Palmas, que captó
el mensaje de socorro lanzado por el petrolero. Pasó un mes en una clínica de
la capital de Gran Canaria, y, una vez dado de alta, voló a Valencia.
Crescencio
padeció mucho como consecuencia de su viaje malhadado. Quedó medio loco,
totalmente desquiciado, y estuvo en manos de un psiquíatra por espacio de dos
años. Durante ese tiempo, el muchacho vagaba alucinado de un sitio a otro de la
zona, mascullando párrafos enteros, hilados a trompicones, pero que
transparentaban la confusión y desorden de aquel espíritu, gravemente
alborotado tras la terrible epopeya en la que vio perder la vida a varios
compañeros, nadando junto a él, y que
de pronto desaparecían pasto de los
voraces escualos.
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No
trabajaba ni se divertía. El dinero era poco y no había forma de ganarlo. Lo
mejor era escapar. Y se fugaba cada día a las viejas márgenes del Turia, seco,
sin ser río, lleno de yerbajos, cañas y chabolas. Dentro del recinto de la
ciudad, iba a veces a una Gran Vía cualquiera, aunque no le apetecía la
práctica por causa de los humos y el ruido de tanto coche circulando, sujeto el
tráfago a la locura del momento. Otras, se internaba en los Viveros, atravesaba
el río y se acercaba al Miguelete y su entorno. Recorrió todo Valencia, y ya no
tuvo donde ir. Pero le atraía llegarse a Chirivella y bajar al vivo curso del
Turia, añorando el recuerdo de los tiernos arrumacos prodigados por su novia de
Torrente, de quien no sabía nada desde el final de su idilio.
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Proseguía
Crescencio su cotidiano itinerario hacia la confusión del día, ensartando, en
cerrado monólogo, múltiples arbitrariedades sin ilación ni coherencia:
Sigo
sin encontrar norte, y no veo estrella que me guíe ni sol que alumbre mi
camino. Sombra y oscuridad se derrama por doquiera, y son infinitas las luces
que parpadean en difuso horizonte, sin motivo alusivo al gesto sonriente de
príncipes extranjeros que gozan de inmunidad diplomática en el seno de una
nación ignorada.
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José
Rivero Vivas
LA ZAMBULLIDA
Visto: diciembre de 2023
(Fragmentos de Cap. 8)
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LA ZAMBULLIDA
Novela
(Hacia 1980)
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José Rivero Vivas
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