ARGENTINA. FUTBOLISTAS RICOS, HÉROES
EN UN PAÍS EMPOBRECIDO
POR SILVANA
MELO
Los futbolistas
ricos que representan a un país empobrecido son espejos de un piberío que no
llega a los nutrientes básicos. Desde la distancia donde viven, ven al país
“bien”. Son los próceres de un universo donde el resto vino fallado. Donde la
familia se quiebra, la escuela deserta, los que mandan destruyen. Qué otro
espejo puede haber donde mirarse. Y verse triunfador.
El sueño de jugar al fútbol vibra en cada zurda de cada barrio donde empobrecerse es un día a día casi imperceptible. Despacito se va resbalando la vida hasta que la comida se desvanece y la dignidad se da de boca en el piso cuando se cambia de categoría. La indigencia es no comer. Dos millones de pibes cayeron en esa oquedad. Mientras soñaban con llegar a un club donde mostraran que pueden jugar como Messi. O atajar como el Dibu. Aun sin carne ni lentejas. Aun sin la dieta equilibradísima y costosa que mantiene a Messi como Messi. Aunque después publicite papas fritas, hamburguesas y gaseosas que no prueba jamás.
Cada pibe –y
muchas de las pibas de los barrios populares- de los siete de cada diez que
fueron empobrecidos por un sistema implacable, se deslumbra con ese equipo
fantástico que le ha tocado ver en esta vida, tan dura, tan áspera. Ese equipo
mágico tan discordante en brillo con la opacidad de estos días. Qué niño, qué
adolescente no pensó en ser ellos. En llegar a robar la pelota en la mitad de la
cancha, en eludir la persecución de un croata con máscara, diez años más joven,
como Messi en las semifinales de Qatar. En abrirse de brazos y piernas y que
sean diez brazos y piernas en lugar de cuatro como Dibu en el momento fatal de
la
Superhéroes.
Próceres de un universo donde el resto vino fallado. Donde la familia se
quiebra, la escuela deserta, los que mandan destruyen. Qué otro ídolo puede
haber. Qué otro espejo donde mirarse. Y verse triunfador, entero, planetario.
Los ídolos viven en Europa. O en Estados Unidos. En un mundo al que llaman Primero. Porque está ubicado en un lugar que los pibes de acá jamás podrán alcanzar. Porque ellos están
en la cola del mundo. En el sur remoto. En los pies de un planeta que no los ve, tan lejos están, tan abajo. Tan empobrecidos.
Dibu Martínez
habla un inglés británico envidiable. Ha vivido en Gran Bretaña gran parte de
su adultez. Gana 7 millones de euros al año. Unos 20.000 euros cotidianos.
Cierto periodismo calcula que le alcanza para comprarse un auto por día.
La infancia olvidada de los barrios perdió la preferencia inclaudicable por el
9 y el 10 en la espalda y se desesperó por los guantes y la camiseta verde 23.
El Dibu se puso la copa del Mundo y la copa América en los genitales, lo que no
sería más que un detalle de comportamiento. Pero también dice, desde los 11 mil
kilómetros que separan a Buenos Aires de Londres, que la familia le cuenta del
país. “A Argentina la veo bien. Por años estuvo muy mal, pero ahora se van
cambiando cosas para que se pueda mejorar”. Hay cinco millones de empobrecidos
flamantes en los primeros seis meses del año. Y dos millones de niños con
hambre. Pero el Dibu, a 11 mil kilómetros, ve las cosas bien. Mientras tanto,
hace publicidad de plataformas de apuestas on line. Donde les dice a los chicos
que no apuesten. Que es lo mismo que decirles que lo hagan. No sabe que hay
miles que están jugándose la vida y hasta la muerte en una nueva adicción que
nadie vio venir. Y a la que él promociona.
Lionel Messi
gana 12 millones de dólares al año, además de las publicidades y los contratos
por promociones como los dos millones de dólares con Arabia Saudita y la
sociedad con Beckham en el Inter de Miami para popularizar el fútbol en Estados
Unidos. Messi se cuida mucho de no hablar acerca de la realidad del país,
aunque las fotografías elegidas han sido con Mauricio Macri y las manos
tendidas, con el dictador salvadoreño Nayib Bukele
Lionel Scaloni
gana 2,6 millones de dólares anuales. “Lo que veo es la zona mía del campo, y
para nosotros es fundamental que al país le vaya bien y que se confíe en el
campo. Entiendo que estamos bien, tenemos potencial para estar bien”.
Es el mismo
país. El mismo donde los ingresos de los trabajadores han sufrido la caída más
grande de los últimos 20 años. Donde el empobrecimiento ha sido brutal. Donde
el inicio fatal de la destrucción de la ciencia, de la cultura, de la educación
y de la salud públicas vaticina el derrumbe de un país que alguna vez supo
tener vanaglorias. O vanas glorias.
Los espejos de
los niños y los adolescentes ferozmente empobrecidos son esos veintidós que en
diciembre del 2022 hicieron estallar de felicidad a cinco millones de personas
en las calles del país.
Cuando no hay
nada que sea motor de felicidad.
Sólo esos diez
ricos que vienen de Europa y luego se van.
Mirando de
reojo a un país que ya desconocen. Atreviéndose a decir que la cosa anda bien.
Y a publicitar hamburguesas y jabón de lavar la ropa y plataformas de apuestas
on line.
Y los pibes sin
un peso para ir a Mostaza juntan lo que se puede para apostarle a Riestra y
salvar el finde. Mientras la derecha estúpida y maldita discute salvajemente la
ESI y el acceso de los adolescentes a la educación y a la literatura. Porque
parece más sano que sigan adelante deslumbrados por la zanahoria de oro que no
alcanzarán jamás.
Fuente: Pelota de Trapo
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