LA DANA Y EL DILUVIO
DE MENTIRAS
PEPE VIYUELA
Decenas de personas durante una
vigilia solidaria con los afectados por la DANA, en Madrid. -Mateo Lanzuela /
Europa Press.
Las
trágicas consecuencias de la reciente dana, que han afectado fundamentalmente a
la Comunidad Valenciana, además de a otros puntos de nuestro país, nos
llevan a pensar que, además del peligro al que nos someten estos fenómenos
meteorológicos, estamos también sometidos a otro tipo de monstruosidades como
son la difusión de mentiras y bulos que, lejos de aliviar el dolor de las
víctimas y de hacernos conscientes de nuestra responsabilidad en las causas del
calentamiento global, provocan una bronca absolutamente vergonzosa que desplaza
el foco de atención y nos abocan a seguir aumentando los peligros de un medio
ambiente alterado y enfurecido por la estupidez y la idiocia humana.
Mientras el planeta entero se ve amenazado y castigado por el cambio climático, este peligro se hace aún más grave cuando se siguen negando las causas que lo provocan, y cuando se apela al argumento de que estos desastres se han producido siempre y nada podemos hacer por evitarlos.
La
tragedia de la dana y sus más de dos centenares de muertos se vuelve aún
más trágica cuando estas víctimas y las de quienes, aún salvando la vida, lo
han perdido todo, son usadas como arma arrojadiza en el tablero político;
cuando la cuestión se desvía por el primer partido de la oposición, con
espúreos fines electoralistas, hasta poner en peligro la propia estabilidad del
futuro gobierno de la Unión Europea; cuando se impone el todo vale con
tal de evadir responsabilidades; cuando los pseudomedios inventan mentiras
constantes para conseguir audiencia o se dedican a hacer numeritos bochornosos
delante de las cámaras, para incrementar el morbo y la confusión; cuando la
pseudopolítica y sus agentes contaminan la convivencia con mentiras y cuando
las redes sociales se atiborran de una basura que aumenta la desinformación y
fomenta el calentamiento no solo climático, sino el de la propia sociedad, que
asiste, día a día, al aumento de una crispación que solo beneficia a un
radicalismo y un fanatismo creciente.
Hablar
del tiempo era, hasta hace poco, considerado como propio de una conversación
intrascendente, un tema del que tirar para acabar con un silencio
incómodo.
En
el taxi o el ascensor, cuando uno no sabía de qué hablar, y con el fin de
evitar entrar en debates incómodos, se echaba mano de la climatología como una
buena opción para salir del paso. Hablar del tiempo era tanto como hablar de
nada. A nadie parecías molestar si hablabas de sequías o del exceso de frío o
de calor. El tiempo era apolítico y a nadie comprometía opinar sobre él.
Esto
ha dejado de ser así y la cuestión climática es un asunto eminentemente
político, además de muy espinoso. Hoy en día hablar de temperaturas, lluvias y
danas se ha convertido en una cuestión que puede acabar llevándonos a
discusiones acaloradas o a dejarnos congelados ante la desfachatez y la
ignorancia de quien niega que los fenómenos extremos puedan estar provocados
por las prácticas contaminantes del ser humano. Se corre, por lo que se ve,
hasta el peligro de ser amenazado de muerte.
Mientras
la comunidad científica del planeta lleva décadas desgañitándose, intentando
hacernos conscientes del peligro que corremos, los conspiranoicos climáticos no
dejan de inventar sandeces para rebatirles. La ultraderecha internacional se
esfuerza día a día en contaminar con su discurso incendiario la posibilidad de
un debate sosegado, que fructifique en acuerdos que conduzcan a encontrar
soluciones.
El
contumaz empeño de los negacionistas en no reconocer lo demostrado en los
estudios de los más prestigiosos científicos e instituciones, resulta a estas
alturas muy peligroso. A las danas meteorológicas se une ahora una dana
creciente de mentiras, bulos y propuestas políticas, que pretenden convertir
los datos aportados por la investigación científica en un complot marxista a
escala mundial.
El
reciente triunfo de Donald Trump y la composición de su gobierno, empezando
por Elon Musk, dueño y señor de la gran plataforma de la desinformación
y el odio, o el nombramiento de Chris Wright, negacionista climático
convencido, como Secretario de Energía, alguien que no parece que vaya a dudar
en apoyar el uso y el abuso de los combustibles fósiles y del fracking, augura
una época oscura en la lucha contra el cambio climático.
Sobre
todo, por el efecto contagio que provocará en sus seguidores y admiradores en
todo el planeta. Los 'trumpistas' de todo el mundo, en su versión
'bolsonarista', 'mileinista' o 'ayusista', replicarán su discurso
envalentonados, porque acogerse a los argumentos científicos ya no es garantía
de éxito en las urnas y resulta más rentable inventar majaderías con tal de
llamar la atención del electorado y hacerse pasar por defensor de una libertad
muy mal entendida.
Que
el rey midas de las mentiras y los bulos vuelva a sentarse en el despacho oval
es todo un aliciente para los lunáticos de todo el orbe, para esos impulsores
de bulos que, lejos de defender a las víctimas de estos desastres, optan por la
desinformación y la intoxicación informativa antes que por escuchar la voz de
quienes verdaderamente son expertos en cuestiones medioambientales.
Tampoco
ofrece mucha tranquilidad el hecho de que las negociaciones climáticas que
tienen lugar estos días en Bakú, en el seno de la COP29, estén poniendo el foco
en la financiación necesaria para provocar un cambio efectivo en el
calentamiento global, (los expertos proponen pasar de los 100.000 millones,
fijados en el Acuerdo de París, al billón de dólares anuales). En un
mundo en el que el dinero y el rendimiento económico se valora más que el
bienestar y la seguridad de las personas, sobre todo la de las más
desfavorecidas, hace pensar que esas teorías que torpedean el discurso
científico están orquestadas desde los grandes poderes económicos.
Hablar
del tiempo hoy no parece, por tanto, un asunto baladí ni intrascendente y
demostrado está que nos estamos jugando la vida.
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