CON LO DE PABLO MOTOS Y BRONCANO, SE ENTIENDE
TODO MUCHO MEJOR
DIARIO
RED
El haber roto el pacto de silencio que pesaba sobre la falta de ética que
hay detrás de las bambalinas del programa de las hormigas hace un poco más
fácil entender cuál es su verdadera función
Un
conocido aforismo afirma que el mejor truco del diablo fue convencer a la
humanidad de que no existe. Del mismo modo, el control oligárquico de las
sociedades modernas requiere también de una serie de ocultaciones y de juegos
de máscaras para poder ser operativo. En el momento en el que se pasa de los
regímenes feudales, absolutistas o de sufragio censitario a las modernas
democracias liberales con sufragio universal, las mismas élites que controlaban
los sistemas anteriores necesitan desarrollar y utilizar herramientas distintas
que les permitan mantener el mismo control por otras vías. Para ello, es
indispensable convencer a la sociedad de que determinados manejos no
existen y también de que determinados actores no son lo que realmente
son.
En el sistema político español, por ejemplo, es indispensable que la ciudadanía se represente al rey no como lo que realmente es —el garante último de los intereses de la oligarquía y, por tanto, un actor político determinante en el campo conservador— sino como una figura sin agencia, sin ideología y que se ocupa —como mucho— de llevar a cabo una mediación imparcial por encima del resto de instituciones y actores. Como es evidente, si la realidad se convirtiese en un consenso mayoritario y la sociedad española entendiese en su conjunto que la función política del rey es ser el último candado que impide abrir el almacén para repartir el pan entre el pueblo, entonces la monarquía parlamentaria alumbrada por voluntad del dictador a finales de los años 70 tendría sus días contados.
Del mismo
modo, es vital para la continuidad del régimen político conservador el poder
proyectar de forma eficaz la ficción que sujeta al sistema del turno
bipartidista. Si el juego de máscaras mediante el cual PP y PSOE, con la ayuda
inestimable del sistema mediático, hacen creer a buena parte de la población
española que representan proyectos políticos muy diferentes llegase a caer y se
convirtiese en convicción mayoritaria la realidad —esto es, que los dos
partidos dinásticos del bipartidismo defienden exactamente lo mismo en
los asuntos nucleares del modelo de Estado, la subordinación de España a
Estados Unidos a través de la OTAN, el mantenimiento del velo de secretos sobre
los primeros años de la "nueva democracia" española, el papel
subalterno de nuestro país en el reparto productivo europeo, la corrupción como
sistema de gobernanza para aceitar las concesiones administrativas o el
blindaje de los privilegios económicos del 1% más pudiente de la población—, si
las máscaras cayesen al suelo y la mayor parte de la ciudadanía fuera
consciente de que el bipartidismo no es otra cosa que un único proyecto de país
con diferentes sabores y acentos en determinados temas pero nada más, entonces
un cambio político real sería posible en España. Por eso les daba tanto miedo
que el 15M cantase "PSOE y PP, la misma mierda es".
Si
hablamos de la judicatura, aparece otra ficción que es indispensable para
mantener el statu quo. A saber, que todos los jueces se dedican a aplicar de
forma mecánica el derecho, sin ningún tipo de arbitrariedad ni orientación
política de sus decisiones. Según este relato falso, verbalizar la realidad de
que muchos jueces retuercen el derecho para encajar sus sentencias a
martillazos en el buque del proyecto político conservador, decir la verdad y
nombrar al 'lawfare' —la utilización espuria de la justicia para intentar
destruir al adversario democrático de dicho proyecto— como una de las más
graves amenazas a la democracia, sería todo ello "atacar a la justicia y a
la separación de poderes". Ningún juez es un actor político, nos dicen,
precisamente porque saben que si la mayoría de los españoles llegan a la
conclusión correcta —es decir, justo la contraria—, entonces ya no se podría
utilizar el poder judicial como el brazo armado del régimen para evitar los
cambios sociales de forma antidemocrática.
La mayor parte del ecosistema
mediático opera políticamente y en muchos casos directamente intoxica
Por
último y como no nos cansamos de señalar en Canal Red y en Diario Red, otra de
las realidades que no se puede desconocer si uno quiere entender mínimamente el
funcionamiento del actual sistema es el hecho de que los medios de comunicación
son quizás el principal actor político del mismo. Justo por ello —es decir, porque
entender cómo funciona el sistema es el primer paso para cambiarlo—, se hace
perentoria la necesidad de manufacturar el consenso contrario. A saber, que
todos los programas "informativos" y "de actualidad" (y las
correspondientes piezas escritas) se limitan a constatar los hechos probados y
transmitirlos de forma rigurosa y ecuánime a los espectadores, los oyentes y
los lectores. Sin llevar a cabo una selección política de los temas, sin
orientar políticamente el enfoque de los mismos, sin elegir a los colaboradores
y tertulianos con una voluntad política concreta, sin manipular y sin mentir.
Obviamente, hay algunos programas y algunos periodistas que intentan hacer su
trabajo así —como hay jueces que intentan juzgar con imparcialidad—, pero negar
el hecho de que la mayor parte del ecosistema mediático opera políticamente y
en muchos casos directamente intoxica es sencillamente mentir.
Esta
ficción es indispensable para que el poder mediático pueda tener la capacidad
de orientar a la población y por eso se dedican ríos de tinta y horas y horas
de programas audiovisuales a intentar apuntalarla. Sin embargo, después de
episodios como los audios de Ferreras con Villarejo, después de la difusión de
bulos sobre la DANA en varias de las principales televisiones o después de ver
cinco minutos nada más el programa de Ana Rosa, resulta muy difícil ya mantener
activo este velo concreto. La realidad evidente de que la mayoría del
ecosistema mediático se dedica a hacer política, a mentir o a las dos cosas a
la vez se ha abierto paso en la sociedad durante la última década y la ficción
que mantiene lo contrario se halla, en 2024, muy maltrecha.
Quizás
como consecuencia de esta pérdida de credibilidad de los programas y las piezas
supuestamente "informativas" la acción política del poder mediático
se ha ido trasladando cada vez más hacia otros ámbitos donde resulta al menos
un poco más viable mantener la ficción. Para cualquiera que tenga ojos en la
cara y una mínima alfabetización política y mediática, resulta bastante obvio
que hay muchos programas "de deportes", "del corazón",
"realities" o "de entretenimiento" en general que cada vez
van exhibiendo un mayor contenido ideológico y una orientación política que se
vuelve nítida por momentos. No obstante, es posible que esta realidad no haya
alcanzado todavía a una mayoría de la población porque el contenido
supuestamente "no político" de estos programas hace objetivamente más
difícil detectar el juego de máscaras. Muchísima gente ya sabe cuál es la
orientación ideológica que se intenta propagar desde el programa de Pablo
Motos, pero también es posible que otra muchísima gente piense que es
"simplemente entretenimiento".
Broncano hizo público ante
cientos de miles de espectadores algo que era un secreto a voces en el sector:
que Pablo Motos juega sucio con la competencia
Por eso
es tan importante lo que hizo Broncano la noche del jueves. No porque señalase
al programa de Motos como lo que es —es decir, como un poderoso difusor de
ideas derechistas. No está todavía el debate tan maduro como para que Broncano
se pudiera atrever a llegar tan lejos y no fue eso lo que hizo. Pero sí
consiguió sacudir el tablero mediático dando un primer golpe con ondas sísmicas
que recorrieron como un relámpago la totalidad de las redes sociales, así como
los corrillos políticos y periodísticos. En horario de máxima audiencia, con
sinceridad y con tranquilidad, Broncano hizo público ante cientos de miles de
espectadores algo que era un secreto a voces en el sector: que Pablo
Motos juega sucio con la competencia, intentando usar su poder para sabotear
los programas que le pueden disputar audiencia. No es todavía una
explicación política completa del papel que juega El Hormiguero en el sistema
español, no pone el foco todavía en por qué el programa de Motos resulta un
lugar tan cómodo para personas como Santiago Abascal o Arturo Pérez Reverte o
por qué se ataca tan habitualmente desde ese plató las ideas feministas y de
izquierdas. Pero el haber roto el tabú, el haber roto el pacto de silencio que
pesaba sobre la falta de ética que hay detrás de las bambalinas del programa de
las hormigas hace un poco más fácil entender cuál es su verdadera función. La
naturaleza política de la operativa de una buena parte del poder mediático —y
muy en particular de ciertos espacios "de entretenimiento"— no ha
sido todavía completamente desvelada. Pero Broncano ha señalado sus formas
mafiosas en un programa de máxima audiencia y que ve muchísima gente no
interesada en contenidos formalmente "políticos". Poco a poco, todo
llegará.
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