LA JUSTICIA COMO PROBLEMA
PARA LA DEMOCRACIA
BEATRIZ GIMENO
Carlos Lesmes, presidente del CGPJ y
del Tribunal Supremo (d), y Manuel Marchena, presidente de la Sala II del
Supremo. EFE
La justicia española se ha convertido en un problema para la democracia. Según las encuestas esta institución figura entre las más desprestigiadas del Estado, y no ha tocado fondo. Es de temer que seguirá cayendo en el descrédito mientras gobierne la izquierda cosa que, afortunadamente, puede ir para largo. Pero cuando la mayoría social de un país percibe que la justicia no es justa, que no es igual para todos, que es arbitraria o que es, simplemente, el brazo de un determinado sector ideológico y político, entonces la democracia se tambalea. Podríamos llegar a ver un "no nos representan" destinado a la justicia, porque lo cierto es que se percibe que tenemos a una parte importante de uno de los poderes del estado levantado contra la democracia.
La independencia
que reivindican constantemente tanto desde el CGPJ como desde la justicia en su
conjunto no significa en modo alguno posibilidad de independizarse de la
democracia, que es lo que está ocurriendo. La independencia judicial no
significa que quepa la posibilidad de
corregir lo decidido en las urnas. Los jueces son independientes sí, pero su
independencia consiste en aplicar las leyes aprobadas por el parlamento sin
atender a presiones externas.
Su independencia se
garantiza para que puedan defender la ley (es decir, la democracia) frente a
los diversos poderes que pueden pretender situarse al margen o por encima de
aquella. Lo que vemos en muchas ocasiones es lo contrario. Sentencias que
pretenden proteger a los poderes de la democracia; sentencias cada vez más
desligadas de las leyes aprobadas, sentencias que tratan de imponer un
determinado modelo de sociedad, un modelo reaccionario, sentencias que
retuercen la realidad lo que haga falta, sentencias sin pruebas, sentencias que
claramente son tendenciosas desde el punto de visto político.
La élite económica
y social de este país, representada por la derecha, sigue pensando que el país
es suyo, y en parte lo creen con razón, ya que nunca les fue arrebatado. A la
muerte de Franco aceptaron que era inevitable aprobar nuevas reglas, sí, pero
se encargaron de que dichas nuevas reglas no supusieran una completa ruptura
con el pasado. Así que nadie detuvo a los torturadores, nadie obligo a los
ladrones a devolver lo robado, nadie expulsó de la carrera judicial a los
jueces franquistas, nadie desposeyó de nada a las grandes fortunas que se
hicieron sobre la rapiña de la guerra y la posguerra; las reglas cambiaron
mansamente para ellos y aunque llegó la
democracia, la derecha quiso que eso no implicara pérdida de privilegios ni de
poder.
No voy a entrar en
si se pudo o no se pudo hacer de otra manera, esa es otra cuestión. Se hizo así
y así estamos. Desde entonces, la derecha gobierna cuando puede y, cuando no
puede porque así lo decide la ciudadanía, la única política que sabe hacer
consiste en deslegitimar a quienes han sido elegidos como representantes
legítimos. No conocen otra manera de hacer política en la oposición que esa. Y
eso incluye a un Poder Judicial que, cada vez más, está defendiendo los
intereses ideológicos y políticos de la derecha más dura y si para ello tienen
que torcer la democracia y deslegitimar a la justicia en su conjunto, ya han
demostrado que no les importa hacerlo.
Pero cuando se
rompió el bipartidismo y el PSOE tuvo que pactar por primera vez una coalición
de gobierno con un partido que está a su izquierda y que pretende hacer
políticas socialdemócratas (no tiene otro nombre), la derecha se echó al monte
viendo que, además, tiene difícil gobernar próximamente. Por una parte el PP ha
arrasado a sus posibles aliados de la derecha nacionalista y si decide volver a
la senda moderada para tratar de pactar con esa derecha, entonces con quien no
contará será con Vox, así que sus opciones son cada vez más limitadas. Ante
esta situación, el Partido Popular se ha lanzado a hacer un uso descarado del
poder judicial para tratar de achicar desde ahí el espacio de las políticas que
se pueden hacer desde el gobierno y para tratar de condicionar la política sea
cual sea el resultado de las elecciones. Es lo que se conoce como lawfare y lo
que está haciendo la derecha cuando comprueba que no llega al poder por las
urnas, un golpe de estado "blando" que usa la justicia en lugar de
las armas.
El CGPJ es un
órgano político en estado de insumisión. Sus integrantes han decidido no
dimitir y ocuparlo hasta que el PP quiera, y si este partido decide no
renovarlo nunca pueden estar ahí siempre. La propuesta del partido popular de
que "los jueces elijan a los jueces" es inimaginable desde el punto
de vista democrático. Recordemos que el CCGPJ es un órgano político, no jurisdiccional,
por lo que es normal que en una democracia este órgano político sea elegido por
el parlamento.
Y más normal
todavía porque el CGPJ, además de gobernar a los jueces, se encarga de elegir a
dedo a los integrantes del Tribunal Supremo, que sí tienen función
jurisdiccional Si el CGPJ es siempre de derechas, los jueces que llegan al
Supremo, y que sí dictan sentencias, y muy importantes, serán siempre cercanos
al PP y VOX, como estamos viendo. Y si
la llegada de Podemos al gobierno supuso la rebelión del Partido Popular
respecto a sus obligaciones democráticas con el CGPJ, la llegada de Vox al
Congreso ha supuesto que este partido tenga ahora la posibilidad de recurrir al
Constitucional cualquier ley aprobada en el Parlamento. Y eso es lo que está haciendo
ante un Tribunal Constitucional que parece que se siete cómodo con lo que VOX
representa.
Y en la medida en
que los altos tribunales dictan sentencias que son discutibles e ininteligibles
para la mayoría, los jueces "de a pie" comienzan también a atreverse
a hacer lo mismo en cuestiones que no son menores; sobre todo en las relativas
a la libertad de expresión, delitos de
odio y violencia de género. La
persecución judicial a Podemos es absolutamente incomprensible desde el punto
de vista democrático y roza lo ridículo si no fuera porque es muy real y sólo
pretende torcer la voluntad popular. Vemos como la corrupción grave no recibe
castigo mientras que se puede condenar sin prueba alguna y a penas
desproporcionadas a personas de izquierdas.
Si quemas la
bandera de España puedes acabar en la cárcel, si quemas la senyera no pasará
nada; si insultas al rey puedes acabar en la cárcel, si insultas a una alta
autoridad del estado que sea de izquierdas no pasará nada. Si llamas a alguien
"negro de mierda" es libertad de expresión, pero si llamas a alguien
"nazi" te pueden condenar; si te ríes de la muerte de un torero te
espera la cárcel, pero si te ríes de la muerte de un político de izquierdas, no
te pasará nada.
Tenemos a un
tribunal que ha admitido a trámite una denuncia de Vox porque no le gustan las
sentencias de Tezanos, tenemos a una jueza que ha decidido censurar unos libros
de los que la propia ley decía que debían estar en la biblioteca, tenemos a otra jueza llamando a declarar a
activistas feministas por educar contra la violencia machista, tenemos a cargos
políticos condenados sin prueba alguna mientras que otros diputados, como
Espinosa de los Monteros, están condenados en firme y ahí siguen.
Vemos que Francis
Franco encañona a un policía y sale absuelto mientras hay gente condenada por
un tuit en el que insulta a la policía; se absuelve a Cifuentes de una falsedad
documental retransmitida en directo y a Roció Monasterio se la absuelve de lo mismo
porque su falsificación "es demasiado burda". Todo el país lee que no
es posible identificar a M. Rajoy y mientras vemos un caso Dina Bousselham en
fase de esperpento. Cualquier persona de Podemos puede ser llamada a declarar
en cualquier momento por lo que a un juez o jueza le parezca, por la demanda de
cualquier grupo de extrema derecha que en cualquier otro país estaría
ilegalizado, por el afán de venganza de un ex empleado, por un narcotraficante
que pretende ganar tiempo. Podríamos llenar un libro de arbitrariedades
inexplicables, sentencias políticas, ideológicas, sentencias ejemplarizantes
(en democracia las sentencias no pueden ser nunca ejemplarizantes, tienen que
ser ajustadas a de derecho, sin más), sentencias que parecen venganzas.
Tanto es así que la
palabra "prevaricación" ha dejado de tener sentido en este contexto
porque cada vez más los jueces dictan sentencias que son injustas a ojos del
más elemental sentido común. Lo cierto es que en los últimos años parece que
tenemos un poder judicial que tiene agenda propia, que no responde a ningún
control y el único que tiene, su elección parlamentaria, ha decidido que no
será efectivo hasta que pueda asegurarse de que sea la derecha quien pueda
configurar la mayoría. Digamos, por último,
que un PSOE timorato no ayuda, que la intervención de Batet ha sido
desastrosa, que no se acaban de derogar leyes como la ley Mordaza, o las
referidas a la libertad de expresión: ofensa a los sentimientos religiosos o
injurias al rey. que son de otra época y que no pasarían por un mínimo estándar
democrático.
¿Qué democracia
puede aguantar una justicia completamente injusta? ¿Cuánto tiempo antes de que
reaccionemos?
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