MENTIRAS DE LA IGLESIA SOBRE LA MUERTE Y EL MÁS
ALLÁ.
ESCRITO POR PATROCINIO NAVARRO
El
1 de noviembre de cada año, millones de personas se acercan a rendir culto a
sus muertos poniendo flores y lágrimas en tumbas apretujadas unas contra otras,
y uno piensa que si el difunto estuviera por allí, estaría muy preocupado por
el mal sitio y enfadado por recibir solo una visita al año.
El
1 de Noviembre de cada año, millones de personas se acercan a rendir culto a
sus muertos poniendo flores y lágrimas en tumbas apretujadas unas contra otras,
y uno piensa que si el difunto estuviera
por allí, estaría muy preocupado por el mal sitio y enfadado por el abandono de
sus familiares que sólo le visitan una vez al año con sus flores.. Y si no está allí, poner flores a
ataúdes llenos de materia orgánica en descomposición viene a resultar algo extraño a la sensatez,
un punto de desvarío y
extravagancia necrofílica, aunque
lo hagan millones.
Una
vez estuve a punto de morir. Creo que
bastantes de nosotros pasamos por eso a
lo largo de nuestra vida. Entonces decimos eso de “uf, de la que me he librado”... “menos mal
que pasó esto o lo otro, que si no, ni lo cuento...”. Pero si algo no nos
preguntamos es cuántas veces está cerca de nosotros y jamás nos enteramos.
En
todo caso, cuando la muerte nos da de lado
por circunstancias que atribuimos a la casualidad, nos decimos aquello
de que no nos ha llegado la hora. La Hora... Y la idea nos consuela, porque esa hora que no llegó nos alarga el plazo de
algo que es tan irremediable como necesario, y tan imprescindible como respirar, pues queremos ser eternos en
este planeta y mantener nuestros cuerpos eternamente jóvenes, lo que es una
imposibilidad natural. Pero de ese sueño de inmortalidad física se aprovechan
los científicos investigando sin cesar para
superar a la imperfecta naturaleza creyéndose superiores a Dios, o al
menos a Su nivel, y conseguir que seamos
inmortales. Ya lo somos, gracias, podríamos decir, recordando que somos almas,
formas de energía indestructible, envueltas en cuerpos físicos perecederos.
Pero los científicos quieren superar a Dios y desean atarnos a la Tierra por
tiempo indefinido, pero si han leído el cuento “Los inmortales”, de Borges,
habrán caído en la cuenta de lo dramática que podría ser tal solución. ¿Cómo
viviríamos si alguien descubriera la forma de inmortalizar
nuestros cuerpos físicos en este Planeta que estamos convirtiendo en inhabitable?
¿Cómo sería cumplir cien, doscientos, cien mil, doscientos mil años con este
modo de pensar y sentir que nos hemos procurado, nos han impuesto o hemos
heredado de nuestros antepasados y asumido voluntariamente y nos llevó a explotarnos, maltratarnos, matarnos,
ignorarnos, degradarnos a nosotros mismos, degradar a nuestros semejantes y al
mismísimo Planeta Tierra con todas sus especies convertidas en nuestras
víctimas o nuestras rehenes? ¿Qué sería ser eternamente infelices?
Quien
haya leído el cuento de “Los inmortales”, de Borges, se hará una idea
aproximada de la desesperación de ser inmortal en un mundo como este. Al final
llamaríamos desesperadamente al ángel de la muerte para que nos dejara partir
liberados del peso mineral y de las
miserias que nos rodean ,como quien se va de una casa que se hizo inhabitable e
insufrible.
Aún
así algunos estarían dispuestos a ser inmortales, pero jamás lo podrían
conseguir, porque aunque la Ciencia descubriera el famoso elixir de la eterna
juventud, lo que nunca podría nadie es
parar el devenir del cosmos y darle de beber al Sol .Así que cuando le llegara
el turno a nuestro maravilloso amigo solar, rey de los planetas, fin de la
película de Los Inmortales.
La vez que estuve a punto de morir, sobre la
pared blanca frente a mi cama tomaba vida un sol perfecto, un sol “vivo”, que
se acercaba y se alejaba de mí por momentos, crecía y disminuía de tamaño ,
avanzaba o retrocedía como aguardando una decisión mía final. Por mi parte,
tenía la seguridad de que si le llamaba en mi interior, si me dejaba ir,
vendría hasta mí y aquella luz dorada me llevaría consigo. En cierto momento
perdí el conocimiento, y cuando desperté me encontraba en una clínica en la que
por poco no aciertan con el tratamiento. Salvé mi cuerpo, me recuperé, y pude
decir aquello de “no había llegado mi
hora”. Pero me quedó una sensación extraña: no sentía miedo mientras aquel sol
se acercaba y se alejaba .Sólo era un observador que dudaba…
Creo
que hay un momento en que uno sabe que ha llegado su hora y no hay otra que
dejarse llevar. Esta es, por cierto, una experiencia observada por familiares y
médicos. Cuando llega la hora uno sube
al tren en dirección a su nuevo destino, y una de sus preocupaciones en ese instante, es el dolor de los que se
quedan. Por eso conviene ser generosos y dejarles ir a su destino sin
interferir en sus emociones. Es mejor acompañarles en el trance y rezar por ellos -y con ellos mientras
mantengan la consciencia - que llorar
por nosotros, aunque lo disfracemos de otra cosa.
Entre
tanto el difunto debe seguir su camino, pasando del mundo astral, que es el
siguiente, menos material, a aquellos planos o planetas de energía afín a la
suya desde los cuales seguirá evolucionando;
o por el contrario, puede quedarse como alma atada a la Tierra,
queriendo vivir en su anterior casa intentando reproducir su vida cotidiana. Algunos
llegan a creer que no están muertos hasta comprende que ya no disponen del
cuerpo físico. Y eso puede tardar, dependiendo de la capacidad del alma
difunto.
Comprendo
que el culto a los muertos es tan antiguo y
está tan extendido que hasta los altares de las iglesias, que han
heredado del paganismo romano este culto- conservan una pequeña oquedad con restos de muertos venerados a los que llaman reliquias de santos y a los
que está dedicado el mismo altar... Pero eso resulta tan necrofílico como absurdo,
especialmente cuando las iglesias hablan de la vida eterna en los púlpitos (si
es que todavía se usan).La iglesia- que siempre vende algo- vende mal la muerte
porque quiere tener la exclusiva del poder sobre los vivos y hacer de
intermediarios consoladores con todas esas supercherías y ceremonias inútiles.
Esto es paganismo puro, pero da poder, prestigio y dinero, que es lo que buscan
los ancianos príncipes purpurados que usurpan el nombre de cristianos en El
Vaticano y sus delegaciones.
la
Iglesia bautizó el 1 de Noviembre como “Todos los Santos”. Y uno se pregunta:
¿son santos los que mueren por el hecho de morir? No parece serio. Y ya que
hablamos de santos ¿por qué no todos los Papas son proclamados santos? ¿Irán al
Infierno por no serlo, y este 1 de Noviembre están excluidos de la fiesta? Y
pos que son proclamados santos, pensarán que ya han igualado al mismo Dios, el
único Santo? ¿Y qué hay de los papas y obispos que cometieron durante su vida
terrenal crímenes, injusticias, abusos, etc.? ¿Están también entre los santos?
Menos mal que no hay infierno, aunque eso parece que ya lo saben y por eso
hacen lo que hacen y viven como viven.
Sabe
de sobras cualquier creyente informado que sólo Dios es Santo, y no hay ninguno
más, por mucho que se empeñen en dar títulos falsos quienes carecen de toda autoridad y legitimidad
moral. Y lo mismo podemos decir sobre la reencarnación, pues ¿cómo eliminar uno
sus defectos si no tuvo ocasión de hacerlo en una sola existencia? Así que es
lógico el volver a nacer, ya que la evolución nos exige el ir hacia delante, no
estancarnos, pues somos hijos de Dios y Dios es la perfección absoluta a la que
estamos llamados como sus hijos pródigos, empezando por hacer méritos en esta
vida, pues tal cosa es lo que da sentido a nuestra existencia provisional aquí.
Sin embargo, la Iglesia niega la reencarnación, porque eso forma parte del
sistema de control y presión que ejerce sobre sus creyentes, a pesar de que
Cristo predicó esa doctrina.
El
culto a los muertos ya sabemos cuán
extendido estaba en las civilizaciones antiguas y hasta en pueblos aborígenes contemporáneos de diversos
lugares, pero no evidencia más que miedo a la muerte, miedo a los muertos,
ignorancia sobre el más allá, tradiciones rancias que no se reflexionan para
cambiarlas y cosas de este estilo. Por no hablar del negocio de las funerarias,
compañías de seguros, curas que cobran por rezar, y floristas, que el 1 Noviembre hacen su
agosto todos y cada uno.
Todos
debemos dejar este mundo sencillamente porque no somos de aquí. De lo
contrario, la Naturaleza, tan sabia y estricta en sus propósitos, habría
cometido un error. El error lo cometemos nosotros cuando nos negamos a querer
saber lo que hay tras el velo del morir, cuando
nos aferramos a esta vida material por pensar que somos un error de
cálculo de la naturaleza y al cerrar los ojos se acabó la vida. Y cometemos un
error científico cuando ignoramos que la vida que nos alimenta es energía y como energía nos pertenece tanto
como nosotros a ella, y es imperecedera. Así que la muerte no es un concepto
defendible. Los muertos no existen: son seres vivos – también cada uno de
nosotros- en otras estaciones a las que no llegó todavía nuestro tren. Y si de
verdad queremos a los que ya partieron,
podemos rezar por ellos desde el corazón sin necesidad de curas ni de iglesias
ni de visitar el cementerio (dónde ya no hay nada de ellos), pero no
convocarlos, no invocarlos. Eso resulta peligroso, pues algunos de los difuntos
si fueron almas poco evolucionadas
-y ya antes de morir poco recomendables
como personas- se hallan próximas a la gente que es parecida a ellos o les
invoca, circunstancias que les permiten entrar en contacto –inconsciente
para el “contactado”-y ejercer
influencia telepática sobre él. De ese modo pueden inducirle a actuaciones
encaminadas a la satisfacción del difunto que se halla apegado a la Tierra y
deambula como fantasma intentando inútilmente vivir como lo hacía antes
practicando los mismos vicios a los que pretenderá arrastrar a “su” contactado
para vivirlos a través de él. Por eso resultan tan peligrosos esos juegos en
que se invocan espíritus y se les hacen preguntas, como la famosa “Ouija”.
Acabaré
con una anécdota divertida sobre
Sócrates. Estando en su lecho de muerte le preguntaron los amigos que en ese momento le acompañaban:
“¿Dónde quieres que te enterremos”? A lo que el buen filósofo respondió con su
sorna habitual: “Si podéis alcanzarme cuando parta, ya os diré dónde”...
No hay comentarios:
Publicar un comentario