LA TRANSICIÓN
DE MARTÍN VILLA Y LAS ELÉCTRICAS
ESCRITO POR LA COMUNA
Las objeciones
al régimen surgido después del periodo 1975-1982 se resumen en una palabra:
continuismo.
El
cuestionamiento de la Transición Española ya no es un anatema. Si bien el
establishment político, económico y mediático todavía cierra filas ante cualquier
crítica del proceso, las grietas en la narración oficial son demasiado
profundas, y los aspectos menos brillantes de la Transición han llegado a la
superficie del debate público. Las objeciones al régimen surgido después del
periodo 1975-1982 se resumen en una palabra: continuismo. Por un lado, la
Transición supuso la llegada de la democracia y un giro mediante el cual España
volvió a mirar a Europa. Pero por otro, tutelada por miembros del Movimiento,
fue una transformación que logró mantener hasta niveles insólitos el statu quo
franquista.
Sobre la
continuidad en las élites políticas se ha escrito mucho. A casi nadie sorprende
que Juan Carlos I jurase fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional, o
que los árboles genealógicos de numerosos políticos actuales tengan hondas
raíces franquistas. Sin embargo, probablemente estamos menos familiarizados con
la idea del continuismo en las élites económicas. Resulta especialmente
asombroso el caso de las todopoderosas empresas eléctricas, que llevan décadas
haciendo y deshaciendo a su antojo. Por si fuera poco, personajes y linajes
familiares del antiguo régimen ocupan sus puestos directivos antes y después de
la Transición como si esta jamás hubiese tenido lugar.
La orden de
detención internacional sobre Rodolfo Martín Villa emitida por la justicia
argentina el pasado 31 de octubre proporciona una buena excusa para refrescar
algunos momentos espectaculares, a ratos casi increíbles, de esta historia.
La trayectoria
política de Rodolfo Martín Villa es de sobra conocida y ha sido muy bien
repasada en los últimos días.El episodio más sangriento de su siniestra
biografía tiene lugar precisamente durante la Transición, siendo Ministro de
Relaciones Sindicales, unos meses antes de que Adolfo Suárez lo nombrara
Ministro de Gobernación: en marzo de 1976, la Policía Armada asesinó a cinco
personas en la salvaje represión de una protesta obrera. Es por este crimen que
se ha lanzado la orden de detención de Martín Villa.
No parecería
disparatado pedir que tras la transición de un régimen dictatorial a uno
democrático, un personaje así (como tantos otros) fuese juzgado en el marco de
un Estado de Derecho. Muy al contrario, la orden argentina es el primer intento
en este sentido. Descartado el juicio en España, al menos podríamos haber
esperado que con la llegada de la democracia Martín Villa hubiese tenido que
esconderse bajo una piedra. Nada más lejos de la realidad. “Uno no puede
cambiar su biografía; yo no lo deseo”, dijo en una ocasión. Entre muchos otros
cargos de relumbrón, fue designado por el Gobierno de Aznar comisionado en la
investigación del accidente del Prestige y, en 2012, el Gobierno de Rajoy lo
nombró consejero de la SAREB (el banco malo). Pero los hitos de su vida
empresarial tuvieron lugar en los últimos años del siglo XX y los primeros del
XXI. Como resultado de algunos de ellos, hoy es presidente de honor de Endesa.
El primer
Gobierno de Aznar decidió llevar a cabo la privatización total de la Empresa
Nacional de Electricidad, Endesa, que aún era de mayoría estatal. Corría el año
1997 y Endesa era la “ la tercera compañía española por ventas y la primera por
beneficios.” ¿Y a quién nombró el Gobierno presidente de la empresa para
capitanear el tramo final de la privatización? Efectivamente, a la Porra de la
Transición, apodo por el que era coloquialmente conocido Rodolfo Martín Villa.
El consejo de Endesa recibió la noticia con alegría, pues Martín Villa era el
mejor de los candidatos, un hombre “sensato, veterano y con tablas”. En
realidad, Suárez ya le había ofrecido el puesto en su día “para recompensarle
por su labor en el Ministerio del Interior”; lo rechazó porque “entonces Endesa
era una Endesita”.
En paralelo a
la privatización de Endesa tuvo lugar la adquisición de Enersis, la mayor
eléctrica chilena, que se saldó con escándalo nacional y querellas. Esto
permitió a Martín Villa pasear su sensatez y veteranía por Chile. Se había
acusado a los directivos de la eléctrica chilena de otorgar a Endesa
condiciones favorables a cambio de cobrar mucho más por acción que el resto de
accionistas, que eran fundamentalmente fondos de pensiones chilenos. Uno de
esos directivos, apodado el Zar de la Electricidad, era ferviente defensor del
dictador Augusto Pinochet y por tanto homólogo de nuestra Porra de la
Transición en más de un sentido.
No acabaron
aquí sus actividades en relación con Chile y los pinochetistas. En 1998, el
juez Garzón procesó al exdictador Pinochet por presuntas violaciones de
derechos humanos. En pleno maremágnum diplomático (aunque estos lo negaban, se
daba por hecho que los Gobiernos español y chileno estaban maniobrando para
impedir la extradición de Pinochet a España), Martín Villa fue una de las
personas encargadas de realizar gestiones con las autoridades chilenas. No se
sabe si en calidad de empresario con intereses en Chile o de experto en
dictaduras.
Pero quizá su
actuación más notable al frente de la ya privada Endesa fue la fallida fusión
con Iberdrola, preparada en el año 2000 en colaboración con el presidente de
esta, Íñigo de Oriol (en efecto, de estos Oriol). Si la privatización de Endesa
había dado origen en la práctica a un duopolio privado, tal fusión habría dado
lugar a un monopolio que habría controlado el 80% del mercado español. Incluso
para un Gobierno del PP (Rodrigo Rato era Ministro de Economía y Luis de
Guindos responsable de Competencia), eso fue demasiado. En paralelo al intento
de fusión ambos se volcaron en la liberalización del sector eléctrico, cuyas
consecuencias vemos hoy, entre otras cosas, en la factura de la luz.
Que fuese
precisamente Martín Villa quien, como presidente, diera la puntilla a la gran
eléctrica pública, tratara de crear un gigante monopolista privado y animara a
la liberalización del sector eléctrico es muy significativo. Que lo hiciera
mano a mano con un Oriol, más todavía. Pero a nadie que conociese el panorama
pudo sorprenderle todo esto.
La relación de
las grandes eléctricas españolas con la dictadura franquista comenzó aún antes
del franquismo mismo: un empresario eléctrico, José Luis Oriol y Urigüen, se
entrevistó un mes antes de la Guerra Civil con el general Mola, en ese momento
líder de los conspiradores, le comunicó “el apoyo del carlismo alavés al
alzamiento” y puso a su disposición “un cuarto de millón de pesetas”. Años más tarde, le sería concedido el título de II Marqués de Casa
Oriol por “ su activa y decidida cooperación”.
Es difícil
exagerar el poder que tendrían las eléctricas privadas en las décadas
siguientes. El 2 de diciembre de 1944 fue aprobada una Orden ministerial cuyo
primer artículo decía simplemente:
“Se aprueba el
plan de conjugación de sistemas regionales de producción de energía eléctrica
propuesto por Don José Mª de Oriol y Urquijo, Presidente de UNESA, a quien se
encomienda su ejecución”.
Unesa, una
asociación de las eléctricas privadas, se había fundado meses antes; su
presidente, también presidente de Hidrola, era hijo del Oriol que había
financiado el golpe de Estado. Este control casi absoluto de las eléctricas
privadas sobre el sector duraría décadas. Muestra de ello es una carta, fechada
en los últimos años de dictadura, de la que dio cuenta años después El País. En
ella, el mismo Oriol se dirigía al entonces vicepresidente del Gobierno de la
dictadura, Luis Carrero Blanco (tuteándolo y comenzando la misiva por “Querido
Luis”), para sugerirle determinadas acciones relacionadas con la política de
instalación de centrales térmicas.
Cabría esperar
que la situación cambiase durante y después de la Transición. Como muestra de
que no ocurrió tal cosa, tenemos una deliciosa anécdota de la que dio cuenta
Miguel Ángel Fernández Ordóñez en una columna de El País:
“En tiempos de
UCD, durante una reunión del Gabinete en la que se discutía el Plan Energético,
un ministro advirtió que el documento que iba a aprobar el Gobierno llevaba el
membrete de UNESA. Sucedió que, con las prisas, el entonces director general de
la Energía ¡había olvidado borrarlo!”
A pesar de eso,
los empresarios eléctricos negaban efusivamente constituir un grupo de presión
político “en ese momento” y se veían obligados a manifestar explícitamente que
no se oponían a la democracia. Esta aclaración era la respuesta a un periodista
que, con un atrevimiento difícil de ver hoy en día, le preguntaba.
De siempre el
sector eléctrico ha sido identificado con los grupos económicos más
recalcitrantes y con mayor poder político en la España de las últimas décadas
[...] ¿Continúan ustedes nombrando ministros?
El periodista
también inquiría acerca de “con qué medios se opondría el sector” a políticas
adversas. Esta última pregunta quizá no era tan extemporánea como los
empresarios eléctricos hacían ver: tres años después se publicó que militares
golpistas, que planeaban una “maniobra involucionista” la víspera de las
elecciones generales de 1982, se habían reunido varias veces con José María de
Oriol, que todavía presidía Hidrola.
Décadas
después, lejos ya del ruido de sables de la Transición, las eléctricas
siguieron siendo parte activa de la configuración del sector eléctrico en su
beneficio. Así lo dice la web de Iberdrola (sucesora de Hidrola tras su fusión
con Iberduero): su presidente Íñigo de Oriol, hijo de José María, también fue
presidente de Unesa y “protagonista destacado de procesos tan relevantes para
el sector como el intercambio de activos entre empresas (1993) y la
promulgación de la Ley de Ordenación del Sistema Eléctrico Nacional (1994) y la
Ley del Sector Eléctrico (1997), que inicia el proceso de liberalización y
apertura de los mercados energéticos.”
Y así llegamos
a la actualidad. Una actualidad en la que algunas cosas son diferentes a como
eran en 1975, pero muchas se parecen bastante. Una actualidad en que Unesa pide
y el Gobierno concede . Una actualidad en la que los acomodados protagonistas
de esta historia y sus herederos biológicos y políticos abarrotan los consejos
de administración de un oligopolio opaco que abandona a millones de personas en
la pobreza energética. “Transición, ¿qué Transición?”, se preguntarán estas
buenas gentes. Y es que, ciertamente, de todos ellos solo Martín Villa ha visto
mínimamente perturbada su expectativa de impunidad con las noticias llegadas de
Argentina. Los demás siguen ahí, igual que en 1975, indiferentes ante el
régimen en que les toque vivir. Al menos, por ahora.
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