LAS NIÑAS QUE ABORTAN
Y EL PELIGRO DE LA ‘NORMALIDAD’
El Gobierno del
PP quiere condenar a la clandestinidad a las menores que decidan abortar y no
quieran informar a sus padres. Rajoy quiere que esas menores se sometan a
intervenciones de interrupción del embarazo sin las garantías médicas
suficientes, haciéndolo de tapadillo, quizá con métodos peligrosos. El
Ejecutivo quiere multiplicar el sufrimiento que sienten esas adolescentes y el
riesgo al que se enfrentan. El argumento (que también se
escucha en algunos opinadores –y opinadoras– es el siguiente: ‘a mí no me
gustaría que mi hija abortara sin decírmelo’).
No sé si puede
existir un argumento más imbécil para elaborar una ley. El Gobierno parece incapaz de pensar que existen padres odiosos,
que maltratan a sus hijas, que incluso las violan, y que quizá nunca
permitirían que su hija abortara (y no necesariamente por un
imperativo religioso: sino por mera extorsión). No sé si será que los dirigentes
del PP y esos opinadores profesionales viven en un mundo feliz, en el que todas
las familias son modélicas, como sacadas de un anuncio de la tele. Parece que
no hay conflictos graves en las familias de los dirigentes del PP.
No es necesaria
una reforma de la ley, y no lo es por dos motivos: Primero porque una menor siempre informará a sus padres de que está embaraza, si
esos padres le han demostrado amor, si la han educado en un clima de confianza
y seguridad. Y si la menor no quiere informar, tendrá poderosos
motivos. En segundo lugar porque, en cualquier caso, ni siquiera es un fenómeno habitual ni generalizado el que busca
‘corregir’ esa reforma legal: sólo un 12,3% de las menores de 16 y
17 años que abortan lo hace sin informar sus padres, según datos que presentó
la semana pasada laAsociación de Clínicas
Acreditadas para la Interrupción del Embarazo (ACAI).
Redoblando la
crueldad y el cinismo, encima el Gobierno pretende introducir esa reforma
en la llamada Ley Orgánica de Protección de la Infancia. Me pregunto quién va a proteger la infancia de esas menores condenadas a
practicarse un aborto clandestino, a esas niñas paralizadas por el
miedo que no se atreven siquiera a denunciar a un padre violador, o
maltratador…
Las leyes no
deben enfocarse a regular situaciones supuestamente ‘normales’, porque la normalidad no existe. Que lo normal sea que los
padres no maltraten y violen a sus hijas, no quiere decir que la ley deba
olvidarse de todas esas niñas cuyos padres les
cruzan la cara por pintarse los labios, o por llegar tarde a casa, o
simplemente por opinar.
No es un hecho
aislado éste de legislar desde el totalitarismo de lo normal, es una pulsión típica de la derecha. Lo normal es que dos personas del mismo sexo no se
casen. Lo normal es que los españoles
reciban ayudas antes que los inmigrantes. Lo normal es que
las mujeres tengan hijos y se encarguen de ellos en casa… Qué asco de normalidad.
El auténtico progreso, las leyes que de verdad hacen que se ahonde en la
democracia, no son aquellas que regulan lo normal, sino aquéllas elaboradas con la suficiente sensibilidad como para
atender a las necesidades de todos, especialmente de las personas
más vulnerables, que viven realidades terribles, como esas niñas que deciden
abortar sin decírselo a sus padres, porque sus padres nunca las quisieron.
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