CÓMO APESTA
LA MARCA ESPAÑA
RAFAEL CALERO PALMA
Lo de la
corrupción en este país no tiene nombre. Cuando uno cree que la cosa ya ha
tocado fondo y que ya es prácticamente imposible que empeore, aparece un nuevo
caso. Últimamente salimos, más o menos, a una media de uno por semana: las
tarjetas de Bankia, lo de la operación Púnica, lo de los viajes de Monago, la
imputación de Cotino, la de Grau, la cuenta de Pujol en el extranjero, los ERES
andaluces, lo del millón y medio de euros del sindicalista asturiano Fernández
Villa, lo de la Pantoja, lo de la Infanta Cristina, etc., etc. Lo último es lo
de la operación Madeja, que es de hoy mismo. Pero a mí esto ya no me produce ni
frío ni calor.
Dice un buen
amigo mío que no hay ni un solo político honrado en todo el país. Y visto lo visto, va a resultar que mi amigo
tiene toda la razón del mundo. Ni uno solo. Desde el presidente del gobierno
hasta el último concejal del pueblo más pequeño. Según mi amigo, todos, en un
momento u otro de su carrera política, acaban cometiendo algún tipo de
fechoría. Unos meten la mano en el cajón de los dineros; otros le buscan un
trabajito a su cuñado o al primo de su amante, que no sabe hacer la o con un
canuto, pero que de todas formas, para lo que tiene que hacer en ese puesto, va
sobrado; otros cobran una comisión del tres por ciento, como si tal cosa, y
otros te construyen un parque, plantan cuatro árboles y al final multiplican
por seis o siete el presupuesto inicial y, de la noche a la mañana, resulta que
son multimillonarios y que habían recibido una herencia del padre que tenía una
tienda de comestibles. Y luego están los que, si hay que construir un hotel en
una zona de alto valor ecológico pues se construye y tan tranquilos, total,
luego vendrá el Tribunal Superior de In-Justicia de la comunidad y dirá que sí,
que todo es legal, y que además, el hotel es, desde el punto de vista estético,
una auténtica maravilla, digna de figurar en los manuales de arquitectura.
Está claro que
en esta orgía desatada de corrupción, todos los partidos han hecho lo que han
podido, y un poquito más. Cada cual mangonea según sus posibilidades. En los
años noventa, fueron los socialistas los que se llevaron la palma, porque
acaparaban todas las parcelas del poder. Conforme la cosa fue cambiando y el PP
se fue haciendo con el control de ayuntamientos, diputaciones, comunidades
autónomas e incluso del estado, la balanza se fue inclinando claramente hacia
ellos. Aunque los socialistas no han abandonado del todo sus viejas y queridas
prácticas. Ahí está el ejemplo andaluz para demostrarlo. O lo del alcalde de
Parla, imputado en la operación Púnica, hace unos días. De todas formas, yo no
creo que los del PP sean, por naturaleza, más corruptos que los de otros
partidos. Tal vez más avaros. Eso no lo pongo en duda. Lo que sí creo es que
van más sobrados de confianza. Y hasta tal punto ha llegado su capacidad de
control en lugares como Valencia o Madrid, que piensan que es imposible que
alguien se dé cuenta de sus fechorías. Y a lo mejor hasta llevan razón. Porque
digo yo que sólo conocemos los casos que salen a la luz. Pero seguro que hay
otros muchos ocultos en las entretelas del poder.
Lo que tiene de
bueno todo este asunto de la corrupción es que uno aprende geografía tumbado
tranquilamente en el sofá de su casa. Yo, hace unos meses, era incapaz de
nombrar más de seis o siete pueblos de la provincia de Madrid, y hoy, gracias a
la operación Gürtel y a la Púnica, ya soy capaz de poner en el mapa un montón
de pueblos. Mejor que un máster, oiga usted. Y lo mismo me ocurre con la
comunidad valenciana o con Murcia, que a fuerza de verlos en los telediarios he
acabado por aprendérmelos.
Dice el
filósofo Fernando Savater que lo que ocurre en España es “inmoral y
desmoralizador”. Yo creo, sencillamente, que es una tomadura de pelo. Ellos nos
lo toman a nosotros. Y nosotros a tragar. Y es que al fin y al cabo, ser
corrupto en la Marca España, sale, muy barato. Prácticamente gratis, diría
yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario