Páginas

lunes, 3 de noviembre de 2014

MENTIRAS DE LA IGLESIA SOBRE LA MUERTE Y EL MÁS ALLÁ.

MENTIRAS DE LA IGLESIA SOBRE LA MUERTE Y EL MÁS ALLÁ.

ESCRITO POR  PATROCINIO NAVARRO

El 1 de noviembre de cada año, millones de personas se acercan a rendir culto a sus muertos poniendo flores y lágrimas en tumbas apretujadas unas contra otras, y uno piensa que si el difunto estuviera por allí, estaría muy preocupado por el mal sitio y enfadado por recibir solo una visita al año.

El 1 de Noviembre de cada año, millones de personas se acercan a rendir culto a sus muertos poniendo flores y lágrimas en tumbas apretujadas unas contra otras, y uno piensa  que si el difunto estuviera por allí, estaría muy preocupado por el mal sitio y enfadado por el abandono de sus familiares que sólo le visitan una vez al año con sus  flores.. Y si no está allí, poner flores a ataúdes llenos de materia orgánica en descomposición  viene a resultar algo extraño a la sensatez, un punto de desvarío y  extravagancia  necrofílica, aunque lo hagan millones.

Una vez  estuve a punto de morir. Creo que bastantes  de nosotros pasamos por eso a lo largo de nuestra vida. Entonces decimos eso de  “uf, de la que me he librado”... “menos mal que pasó esto o lo otro, que si no, ni lo cuento...”. Pero si algo no nos preguntamos es cuántas veces está cerca de nosotros y jamás nos enteramos.

En todo caso, cuando la muerte nos da de lado   por circunstancias que atribuimos a la casualidad, nos decimos aquello de que no nos ha llegado la hora. La Hora... Y la idea nos consuela, porque  esa hora que no llegó nos alarga el plazo de algo que es tan irremediable como necesario, y tan imprescindible  como respirar, pues queremos ser eternos en este planeta y mantener nuestros cuerpos eternamente jóvenes, lo que es una imposibilidad natural. Pero de ese sueño de inmortalidad física se aprovechan los científicos investigando sin cesar para  superar a la imperfecta naturaleza creyéndose superiores a Dios, o al menos a Su nivel, y  conseguir que seamos inmortales. Ya lo somos, gracias, podríamos decir, recordando que somos almas, formas de energía indestructible, envueltas en cuerpos físicos perecederos. Pero los científicos quieren superar a Dios y desean atarnos a la Tierra por tiempo indefinido, pero si han leído el cuento “Los inmortales”, de Borges, habrán caído en la cuenta de lo dramática que podría ser tal solución. ¿Cómo viviríamos  si  alguien descubriera la forma de inmortalizar nuestros cuerpos físicos  en este Planeta  que estamos convirtiendo en inhabitable? ¿Cómo sería cumplir cien, doscientos, cien mil, doscientos mil años con este modo de pensar y sentir que nos hemos procurado, nos han impuesto o hemos heredado de nuestros antepasados y asumido voluntariamente y nos llevó  a explotarnos, maltratarnos, matarnos, ignorarnos, degradarnos a nosotros mismos, degradar a nuestros semejantes y al mismísimo Planeta Tierra con todas sus especies convertidas en nuestras víctimas o nuestras rehenes? ¿Qué sería ser eternamente infelices?

Quien haya leído el cuento de “Los inmortales”, de Borges, se hará una idea aproximada de la desesperación de ser inmortal en un mundo como este. Al final llamaríamos desesperadamente al ángel de la muerte para que nos dejara partir liberados del peso mineral y  de las miserias que nos rodean ,como quien se va de una casa que se hizo inhabitable e insufrible.

Aún así algunos estarían dispuestos a ser inmortales, pero jamás lo podrían conseguir, porque aunque la Ciencia descubriera el famoso elixir de la eterna juventud, lo que nunca podría nadie  es parar el devenir del cosmos y darle de beber al Sol .Así que cuando le llegara el turno a nuestro maravilloso amigo solar, rey de los planetas, fin de la película de Los Inmortales.

La  vez que estuve a punto de morir, sobre la pared blanca frente a mi cama tomaba vida un sol perfecto, un sol “vivo”, que se acercaba y se alejaba de mí por momentos, crecía y disminuía de tamaño , avanzaba o retrocedía como aguardando una decisión mía final. Por mi parte, tenía la seguridad de que si le llamaba en mi interior, si me dejaba ir, vendría hasta mí y aquella luz dorada me llevaría consigo. En cierto momento perdí el conocimiento, y cuando desperté me encontraba en una clínica en la que por poco no aciertan con el tratamiento. Salvé mi cuerpo, me recuperé, y pude decir aquello de “no había  llegado mi hora”. Pero me quedó una sensación extraña: no sentía miedo mientras aquel sol se acercaba y se alejaba .Sólo era un observador que dudaba…

Creo que hay un momento en que uno sabe que ha llegado su hora y no hay otra que dejarse llevar. Esta es, por cierto, una experiencia observada por familiares y médicos. Cuando llega la hora  uno sube al tren en dirección a su nuevo destino, y una de sus preocupaciones en  ese instante, es el dolor de los que se quedan. Por eso conviene ser generosos y dejarles ir a su destino sin interferir en sus emociones. Es mejor acompañarles en el trance y   rezar por ellos -y con ellos mientras mantengan la consciencia -  que llorar por nosotros, aunque lo disfracemos de otra cosa.

Entre tanto el difunto debe seguir su camino, pasando del mundo astral, que es el siguiente, menos material, a aquellos planos o planetas de energía afín a la suya desde los cuales seguirá evolucionando;  o por el contrario, puede quedarse como alma atada a la Tierra, queriendo vivir en su anterior casa intentando reproducir su vida cotidiana. Algunos llegan a creer que no están muertos hasta comprende que ya no disponen del cuerpo físico. Y eso puede tardar, dependiendo de la capacidad del alma difunto.

Comprendo que el culto a los muertos es tan antiguo y  está tan extendido que hasta los altares de las iglesias, que han heredado del paganismo romano este culto- conservan una pequeña oquedad  con restos de muertos venerados  a los que llaman reliquias de santos y a los que está dedicado el mismo altar... Pero eso resulta tan necrofílico como absurdo, especialmente cuando las iglesias hablan de la vida eterna en los púlpitos (si es que todavía se usan).La iglesia- que siempre vende algo- vende mal la muerte porque quiere tener la exclusiva del poder sobre los vivos y hacer de intermediarios consoladores con todas esas supercherías y ceremonias inútiles. Esto es paganismo puro, pero da poder, prestigio y dinero, que es lo que buscan los ancianos príncipes purpurados que usurpan el nombre de cristianos en El Vaticano y sus delegaciones.

la Iglesia bautizó el 1 de Noviembre como “Todos los Santos”. Y uno se pregunta: ¿son santos los que mueren por el hecho de morir? No parece serio. Y ya que hablamos de santos ¿por qué no todos los Papas son proclamados santos? ¿Irán al Infierno por no serlo, y este 1 de Noviembre están excluidos de la fiesta? Y pos que son proclamados santos, pensarán que ya han igualado al mismo Dios, el único Santo? ¿Y qué hay de los papas y obispos que cometieron durante su vida terrenal crímenes, injusticias, abusos, etc.? ¿Están también entre los santos? Menos mal que no hay infierno, aunque eso parece que ya lo saben y por eso hacen lo que hacen y viven como viven.

Sabe de sobras cualquier creyente informado que sólo Dios es Santo, y no hay ninguno más, por mucho que se empeñen en dar títulos falsos quienes  carecen de toda autoridad y legitimidad moral. Y lo mismo podemos decir sobre la reencarnación, pues ¿cómo eliminar uno sus defectos si no tuvo ocasión de hacerlo en una sola existencia? Así que es lógico el volver a nacer, ya que la evolución nos exige el ir hacia delante, no estancarnos, pues somos hijos de Dios y Dios es la perfección absoluta a la que estamos llamados como sus hijos pródigos, empezando por hacer méritos en esta vida, pues tal cosa es lo que da sentido a nuestra existencia provisional aquí. Sin embargo, la Iglesia niega la reencarnación, porque eso forma parte del sistema de control y presión que ejerce sobre sus creyentes, a pesar de que Cristo predicó esa doctrina.

El culto  a los muertos ya sabemos cuán extendido estaba en las civilizaciones antiguas y hasta en  pueblos aborígenes contemporáneos de diversos lugares, pero no evidencia más que miedo a la muerte, miedo a los muertos, ignorancia sobre el más allá, tradiciones rancias que no se reflexionan para cambiarlas y cosas de este estilo. Por no hablar del negocio de las funerarias, compañías de seguros, curas que cobran por rezar,   y floristas, que el 1 Noviembre hacen su agosto todos y cada uno.

Todos debemos dejar este mundo sencillamente porque no somos de aquí. De lo contrario, la Naturaleza, tan sabia y estricta en sus propósitos, habría cometido un error. El error lo cometemos nosotros cuando nos negamos a querer saber lo que hay tras el velo del morir, cuando  nos aferramos a esta vida material por pensar que somos un error de cálculo de la naturaleza y al cerrar los ojos se acabó la vida. Y cometemos un error científico cuando ignoramos que la vida que nos alimenta  es energía y como energía nos pertenece tanto como nosotros a ella, y es imperecedera. Así que la muerte no es un concepto defendible. Los muertos no existen: son seres vivos – también cada uno de nosotros- en otras estaciones a las que no llegó todavía nuestro tren. Y si de verdad queremos a los que  ya partieron, podemos rezar por ellos desde el corazón sin necesidad de curas ni de iglesias ni de visitar el cementerio (dónde ya no hay nada de ellos), pero no convocarlos, no invocarlos. Eso resulta peligroso, pues algunos de los difuntos si fueron almas  poco evolucionadas -y  ya antes de morir poco recomendables como personas- se hallan próximas a la gente que es parecida a ellos o les invoca, circunstancias que  les  permiten entrar en contacto –inconsciente para  el “contactado”-y ejercer influencia telepática sobre él. De ese modo pueden inducirle a actuaciones encaminadas a la satisfacción del difunto que se halla apegado a la Tierra y deambula como fantasma intentando inútilmente vivir como lo hacía antes practicando los mismos vicios a los que pretenderá arrastrar a “su” contactado para vivirlos a través de él. Por eso resultan tan peligrosos esos juegos en que se invocan espíritus y se les hacen preguntas, como la famosa “Ouija”.

Acabaré con una anécdota divertida  sobre Sócrates. Estando en su lecho de muerte le preguntaron los  amigos que en ese momento le acompañaban: “¿Dónde quieres que te enterremos”? A lo que el buen filósofo respondió con su sorna habitual: “Si podéis alcanzarme cuando parta, ya os diré dónde”...

No hay comentarios:

Publicar un comentario