“LA MOVILIDAD HUMANA ES IMPARABLE”
Se
cumplen ahora tres décadas desde que arribó a Canarias la primera patera. La
ruta, cada vez más peligrosa, se ha cobrado en lo que va de año la vida de más
de 5.000 personas
GUILLERMO
MARTÍNEZ
Personal de la OIM recibiendo a un grupo de inmigrantes recién llegados a
las instalaciones de Las Canteras en
Tenerife. / OIM
Baijea y Bachi, dos jóvenes saharauis de 24 y 22 años, iniciaron sin saberlo una ruta migratoria que pronto se convertiría en una de las más mortíferas del mundo, según la Organización de Naciones Unidas. Aquel 28 de agosto de 1994, hace ahora tres décadas, llegaron las dos primeras personas migrantes en patera a Canarias. Arribaron a Fuerteventura tras cruzar los 96 kilómetros de océano que separan la isla de África. Durante estos años, las cifras no han dejado de crecer. Los expertos, críticos con la política migratoria de la Unión Europea, apuntan: “Si cierras y blindas una vía de salida, los migrantes buscarán otra, aunque sea más larga y peligrosa”.
Una
embarcación pesquera auspició aquella llegada inesperada. La nueva puerta de
entrada que entonces se abría a Europa apenas estaba entornada. Ahora, 30 años
después, se calcula que casi 230.000 personas han llegado al archipiélago. Las
cifras indican que la mitad de ellas lo han hecho en los últimos cinco años. En
cambio, apenas se puede calcular el número de personas, contadas por miles, que
perecieron en la llamada “ruta canaria”. Son cuerpos anónimos, esos que un
sistema de opresión y colonización atroz convirtió en los nadie.
El
caso de Baijea y Bachi no fue demasiado diferente a lo que sucede en la
actualidad. Ellos pidieron asilo político. Otros, más tarde, llegarían a
Canarias huyendo de la guerra, la pobreza y la persecución, todos deseando un
lugar seguro en el que se respeten sus derechos. Ellos también temblaban de
frío cuando fueron ayudados por la dueña de un restaurante frente al muelle de
Las Salinas, en el que desembarcaron. Ellos también querían una vida mejor,
lejos de todo aquello que tuvieron que sufrir por el único motivo de haber
nacido donde nacieron.
Sin
alternativas seguras de petición de asilo
Las
elevadas tasas de mortalidad son la principal característica de la ruta
canaria. Según la ONG Caminando Fronteras, solo entre enero y mayo de 2024 han fallecido más de
5.000 personas en el proceso migratorio. El Atlántico, al
igual que el mar Mediterráneo, se convierte en una gran fosa común de los
parias, de aquellos que tienen tan poco que perder que hasta se juegan lo único
que tienen, su vida, por un futuro más esperanzador.
Juan
Carlos Lorenzo, coordinador territorial de la Comisión Española de Ayuda al
Refugiado (CEAR) en Canarias, tuvo su primer contacto con la realidad
migratoria en 1999. Ese año, él entró como educador en un centro de niños y
niñas migrantes no acompañadas. Ese año, también, se registró el primer
naufragio. Ocurrió el 26 de julio. Nueve marroquíes se quedaron a 300 metros de
alcanzar la costa de Morro Jable, una localidad de Fuerteventura. “Lo que
recuerdo de la primera patera es que causó mucho revuelo. Luego, la cosa fue a
más. Ya en 1999, llegaron en patera 2.165 personas a Canarias”, comenta.
Aquella
embarcación inaugural de una de las rutas más mortíferas del mundo “reflejó la
desesperación de la gente que se jugaba la vida al no existir alternativas
legales y seguras de petición de asilo y protección internacional”, comenta
Lorenzo. En aquellos primeros años, las organizaciones y la Administración
pública contuvieron la llegada de los migrantes, aunque ya tenían “la sensación
de que algo estaba pasando y no iba a dejar de pasar”, en palabras del
integrante de CEAR.
La
crisis de los cayucos como punto de inflexión
Así
llegó 2006 y la llamada ‘crisis de los cayucos’, unas barcas de pesca de
grandes dimensiones llegadas desde Mauritania y Senegal, en las que caben
cientos de personas. A día de hoy, el récord se sitúa en 354 personas en una
patera, alcanzado el año pasado. “En aquel momento, en 2006, nos encontramos
con la llegada de más de 31.000 personas en muy poco tiempo, lo que significó
un punto de inflexión”. Ya no bastaba con lo que estaban haciendo. “Por eso,
las entidades sociales que gestionamos los recursos de acogida nos profesionalizamos
y especializamos desde un punto de vista técnico”, añade.
José
Antonio Rodríguez, responsable autonómico en Canarias de Primera Respuesta de
Emergencia para Población Inmigrante de Cruz Roja, ya era voluntario de esta
organización internacional en 1992. “En 2006, con la oleada de los cayucos, yo
amanecía la mayoría de los días en el muelle de Arguineguín”, comenta
refiriéndose al enclave grancanario. En ese año se empezaron a marcar algunas
líneas en la política migratoria que han ido persistiendo hasta la actualidad.
Todo
ello trajo consigo la creación del programa de atención humanitaria, pero no
solo. España comenzó una ofensiva diplomática con países de África occidental:
“Se firmaron muchos convenios de readmisión de estos migrantes con Senegal,
Guinea, Guinea Bissau, Mali. Otros ya estaban vigentes, como los de Argelia,
Mauritania y Marruecos. Es decir, ahí se estructura esa lógica y estrategia de
externalización de fronteras”, dice el coordinador territorial de CEAR en
Canarias.
Mientras
tanto, imágenes estremecedoras seguían copando la realidad de las playas
canarias. Tal y como recuerda Rodríguez, por aquel momento no eran tantas las
embarcaciones que se localizaban mar adentro, sino en la propia playa.
“Muchísimas personas fallecieron en las orillas. Se bajaban de la embarcación y
morían porque ni sabían nadar ni tenían fuerzas para ponerse de pie, porque el
agua tan solo les cubría un metro y medio”, rememora.
La
política, centrada en evitar lo inevitable
Desde
el punto de vista de Juan Carlos Lorenzo, el relato está dominado por la política antimigratoria
respaldada por la Unión Europea y sus Estados miembros, que “pretenden evitar
que los migrantes lleguen a España y Europa, en lugar de que puedan acceder a
un espacio seguro en el que salvaguardar sus derechos”. No es tan complicado:
si las personas se desplazan de manera forzosa huyendo de la muerte,
persecución y pobreza, blindar una frontera tan solo hará que esas mismas
personas busquen otros puntos de salida.
“La
movilidad humana es imparable, y está demostrado. Blindar las salidas desde
Libia o Túnez hará que los migrantes reorienten su ruta y la hagan más larga y
más peligrosa”, concede el integrante de CEAR. Según sus datos, casi la mitad
de las embarcaciones que llegaron el año pasado a Canarias procedían de
Mauritania, a más de 1.000 kilómetros de distancia. Las que llegan desde Senegal
han podido recorrer hasta 1.800 kilómetros. “Estos países africanos no dejan de
ser vasos comunicantes en los que se canaliza la desesperación de las personas
que quieren desplazarse por vía marítima”, subraya Lorenzo.
Rodríguez,
por su parte, señala cómo ha ido cambiando el perfil de los migrantes que
llegan a Canarias a lo largo de estas tres décadas. Si al principio eran
varones de entre 17 y 25 años, jóvenes y “con fuerza para realizar esta dura
travesía”, recalca, ahora no hay un perfil tan claro. “A día de hoy, vienen
familias completas, matrimonios, familiares lejanos, gente sola… Ya huye todo
el mundo que puede”, añade.
La
sociedad canaria tampoco se ha quedado atrás. Hospitalaria y solidaria, su
mestizaje con otras culturas del mundo le ha hecho ver la migración como un
fenómeno del que no tener miedo. “Yo no sé si la clase política ha estado a la
altura. Sí es cierto que los discursos populistas excluyentes y
estigmatizadores han calado, pero no han enraizado demasiado. Los canarios y
canarias que apoyan, se solidarizan y tratan con humanidad a la gente tienen
unas bases mucho más sólidas”, concluye el coordinador territorial canario de
CEAR.
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