CASO ALVES: ¿CUESTIONAR DERECHOS
EN NOMBRE DEL FEMINISMO?
Cuando se ponen en duda las garantías
procesales se está minando el Estado de derecho, lo que puede volverse contra
el activismo político y las luchas sociales
NURIA
ALABAO
Frágil. /
La boca del logo
Desde hace un
tiempo, algunos casos mediáticos de juicios por agresiones sexuales se están
convirtiendo en una oportunidad para comentar sentencias e incluso cuestionar
el propio funcionamiento del proceso. El marco que opera aquí es grave, porque
ante la sensación de urgencia, la indignación que nos producen estos casos y el
machaque de los medios se acaba pidiendo más penas, se objetan las garantías
procesales o los derechos de los penados. El proceso judicial de Dani Alves ha
sido uno de los ejemplos más recientes.
La agitación opinativa llegó tras la sentencia, cuando se produjo una reducción de la pena por el depósito voluntario de la indemnización, y explotó con su salida de la cárcel a la espera de que su sentencia sea firme. ¿Pero, más allá de lo mal que nos caiga el personaje, o de lo que creamos que merezca, cuáles son los peligros para los derechos y libertades conquistadas de estos cuestionamientos?
“Alves ha comprado
una rebaja de pena”
“Dani Alves pudo
comprar una rebaja de pena en su juicio por violación, algo que es totalmente
intolerable. Por eso hemos propuesto en el Congreso una reforma del Código
Penal para que la reparación económica no signifique una rebaja de la pena en
casos de violencias machistas”, tuiteaba la secretaria general de Podemos, Ione
Belarra. El lenguaje es revelador, lo que se presenta como “intolerable”
necesita ser compensado inmediatamente con alguna declaración grandilocuente
que te sitúe del lado del bien –sobre todo si eres política–, que muestre tu
implacable rechazo al hecho y active una “solución”. Parece que estas
“soluciones” que se proponen en el feminismo mainstream e institucional están
identificadas con medidas procesales más duras, con penas más largas, con esta
aparente fe en la prisión como solución privilegiada a la violencia sexual.
Quizás esa tonalidad afectiva de la indignación no es la mejor para pedir
modificaciones de leyes. Sobre todo si puede volverse contra nosotras. ¿Por qué
siempre que asistimos a un juicio pensamos que únicamente podemos encontrarnos
del lado de la víctima y nunca del victimario? ¿Y si somos acusadas de
“desórdenes públicos” por asistir a una manifestación aunque seamos inocentes?,
algo que resulta bastante común, por otra parte.
La reparación
económica es una atenuante que se utiliza para rebajar las penas. Hoy, esta
figura está evitando, por ejemplo, que muchos chavales antifascistas o
activistas sociales entren en prisión –y también personas pobres sin apenas
ingresos–. La reparación puede ser la devolución de un bien en el caso de un
robo, o monetaria en muchos otros, y es proporcional a los recursos del
condenado. En ocasiones los ingresos serán de 1.000 euros y en otros de 50 y se
supone que se consigna ese dinero como muestra de buena voluntad. Es decir,
Alves no sale por ser rico, porque si tuviese menos recursos el juez también
hubiese rebajado la pena con una cantidad menor. En este punto hay que recordar
que somos uno de los países de Europa con las penas más altas y que estas
atenuantes son utilizadas para reducirlas en muchas ocasiones y en todo tipo de
delitos, aunque exista un cierto margen de arbitrariedad de los jueces.
Es cierto que se
puede criticar que el sistema penal es muy economicista, fruto de un marco
capitalista donde todo tiene un precio, y que deberíamos empezar a pensar otras
posibilidades fuera del marco penal actual del castigo y de la reparación
monetaria. (Aunque esta reparación dineraria, a veces, puede ser muy útil para
mejorar la situación de algunas personas que después de ser víctimas del delito
tienen dificultades para trabajar o necesitan atención especializada, como en
algunos casos de violencias sexuales). Evidentemente estamos hablando de un
asunto complejo. ¿Cómo se repara una violación? ¿El dinero sería suficiente?
¿La condena repara a la víctima? ¿Todas las víctimas se sienten mejor cuando
sus violadores acaban en prisión, aunque sean familiares, amigos, parejas o el
padre de sus hijos? Pensar que la cárcel es la solución a todo no es sino un
prejuicio bastante extendido.
En este caso nos
encontramos también con una paradoja, ya que se ha prohibido la mediación en
los casos de agresiones sexuales como se hizo previamente en los de violencia
de género –las dos únicas excepciones existentes–. La mediación ofrece a
víctimas y autores de los delitos un espacio de encuentro, siempre voluntario,
–directo o a través de mediadores profesionales– donde poder conversar. De
manera que, como explica en esta entrevista la magistrada Carme Guil, la
prohibición pone barreras a los procesos de justicia restaurativa –una forma de
resolución de conflictos basada en el diálogo, el acuerdo y la reparación del
daño causado en vez de en el castigo–, que en muchas ocasiones pueden ser más
reconfortantes para la víctima –y mejor para la comunidad de la que forma
parte– que una compensación monetaria. (Por ejemplo, cuando el agresor es
alguien cercano, muchas mujeres no quieren que acabe en la cárcel, sino que
reconozca el dolor que ha provocado, la verdad del sufrimiento, y que no se
vuelva a repetir, etc…). Es decir, mediante la prohibición de la mediación se
dificultan otros procesos de reconocimiento de las necesidades de las víctimas
y luego en su nombre se piden más penas, como si eso pusiese automáticamente un
freno al daño producido.
El problema con la
excepción que propone Belarra –quitar la atenuante de reparación económica– es
que si una medida universal como esta es cuestionada en delitos de violación,
se abre la puerta a que suceda en otros casos. Recordemos, es una medida que
hoy está evitando entradas en prisión de activistas condenados a penas bajas.
Si se hace para un caso, acabará extendiéndose a otros, y eso siempre termina
perjudicando a los que tienen menos protecciones frente al Estado. Es probable
que se acaben generando excepciones para, por ejemplo, la gente perseguida por
“desórdenes públicos” o “atentado a la autoridad”, dos de los delitos que la
policía imputa a menudo a activistas detenidos en manifestaciones, en acciones,
o a veces para evitar ser denunciados por agresiones en casos de violencia
policial desproporcionada. Quizás acaben aplicándonoslo a nosotras mismas,
recordemos a las feministas que están siendo encausadas por manifestaciones,
pintadas u otras acciones. Podemos pagar caro dar más herramientas al Estado
para la represión, para el encarcelamiento, legitimando a la policía y al
sistema penal en nombre del feminismo. Ya nos ha pasado antes. Si los delitos
de odio fueron impulsados con el objetivo de proteger a los colectivos
vulnerables, hoy se utilizan profusamente contra activistas perseguidos por
acciones políticas, por ejemplo, son abundantes las denuncias de Vox a
activistas bajo este tipo penal o los casos donde se utilizan como agravante.
La prisión
provisional debería ser excepcional
El segundo mensaje
del caso Alves es que ha salido de la cárcel porque es rico y famoso. Aquí la
instrumentalización de este juicio y el tratamiento amarillista por parte de
los medios ávidos de conseguir audiencias a toda cosa producen una
revictimización de la persona que ha sufrido la agresión, porque esta recibe el
mensaje de lo que le está sucediendo es único, que solo le pasa a ella.
Evidentemente esto no es así.
El uso de la
prisión provisional debería ser absolutamente excepcional
La regla general es
que nadie entra en la cárcel hasta que esté condenado en firme. El uso de la
prisión provisional que permite encarcelar a alguien sin que se haya producido
el juicio, o sin sentencia firme –como en este caso–, debería ser absolutamente
excepcional. En teoría, esta excepción tiene que justificarse de forma muy
clara y acotada. En principio se puede imponer siempre que los delitos que se
imputen tengan penas de más de dos años de cárcel –excepto en casos de
reincidentes, organizaciones criminales o violencia machista– y cuando exista
la posibilidad de reincidir, destruir u ocultar pruebas o riesgo de fuga. Por
tanto, aunque el personaje nos repulse, Alves no sale por ser rico y famoso, su
puesta en libertad es un tratamiento habitual. Su condena es de cuatro años y
medio, de la que ya ha cumplido la mitad en preventiva precisamente, y el juez
ha estimado que es poco probable que se fugue. Estará en la calle hasta que se
resuelva el recurso que ha presentado, es decir, hasta que sea firme. ¿Podría
fugarse a pesar de todo? Quizás, pero, de nuevo, cuestionar un derecho
consolidado para este caso se puede volver contra las personas más
desprotegidas por el sistema; de hecho, ya sucede.
Precisamente la
justicia “no es ciega”, y el origen social, la nacionalidad; es decir, ser
pobre o migrante, o formar parte de movimientos sociales –calificados de
“antisistema”– y todos los estereotipos que acompañan a estos colectivos suelen
estar muy presentes en las decisiones judiciales. Por ejemplo, la causa de
“riesgo de fuga” que justifica este encarcelamiento preventivo castiga ya
especialmente a las personas extranjeras y a las sin hogar “por falta de
arraigo”. No ser español aumenta las posibilidades de terminar en prisión
preventiva. Hoy, casi la mitad de estos presos son extranjeros (44%), mientras
solo suponen el 20% de los condenados, como recoge este reportaje de Civio con
datos del 2022.
De hecho, la
prisión preventiva se usa más de lo que se debería y tiene consecuencias muy
graves. Es una pena muy severa porque recae sobre personas que hasta que no
sean juzgadas son inocentes ante la ley, y que después del juicio pueden ser
absueltas, pero para entonces ya habrán sufrido todas las consecuencias
terribles que supone estar encarcelado –sociales, económicas, personales–. Hoy
estamos hablando de ir a prisión a la ligera, como si fuese un paseo. Existe
una percepción totalmente equivocada de lo que significa estar preso. Pero ¿qué
pasa después de haber estado en prisión provisional? ¿Cómo rehaces tu vida
normal, cómo recuperas tus lazos sociales o tu trabajo? Detrás de estos
encarcelamientos hay muchas vidas destrozadas. Por eso es tan importante
defender los derechos procesales –y también los de los presos–. El principio
general, repito, desarrollado para proteger a los ciudadanos, dice que el daño
de que un culpable quede libre siempre será menor que el de que un inocente sea
encarcelado. El uso de la prisión provisional es abusivo y crece a medida que
crece el populismo punitivo y los pánicos sociales.
Cuando estamos
presionando para que se suprima este u otros derechos, ¿nos damos cuenta de que
están pensados para protegernos de los abusos del Estado? ¿Qué pasaría si los
seis de Zaragoza –condenados por una protesta contra Vox con la única prueba de
una declaración policial– y que han tardado seis años en ser juzgados hubieran
tenido que pasar buena parte de esos años encarcelados? ¿Y si luego fuesen
declarados inocentes? ¿Nos parecería justo? Este es solo un caso, pero hay
muchos muchos otros, como los activistas de Rebelión Climática a los que piden
casi dos años de cárcel por arrojar agua teñida en la puerta del Congreso.
Recordemos que esta organización fue calificada de “terrorista” por la Fiscalía
y que a activistas de Futuro Vegetal les acusan de pertenencia a organización
criminal. Siempre estamos a punto de perder derechos, no los empujemos nosotras
mismas por el acantilado.
La violencia sexual
–todos los pánicos sexuales– son teclas especialmente poderosas y fácilmente
instrumentalizables. (Vox pide cadena perpetua para los condenados por
violación y sus homólogos portugueses –Chega–, la castración química.) Como en
el caso anterior, las excepciones que se abran en “nombre del feminismo” son
derechos que podremos perder para todos. “En un Estado de Derecho las garantías
del ciudadano frente al Estado deben prevalecer, para evitar abusos y
transformaciones en estado autoritario. Y esto es muy importante. Si pedimos
que se acaben las garantías para uno, se acabarán para todos”, decía la abogada
Paz Lloria en Twitter. No podemos permitir que se use el feminismo para minar
nuestros derechos.
Por un feminismo
antipunitivo
Cuando se
cuestionan las garantías procesales se está minando el Estado de derecho. Da
igual el delito y lo mal que nos caiga el que lo haya cometido, el feminismo
debería estar peleando por esas garantías, porque implica defender nuestro
derecho a luchar y porque es una barrera contra las injusticias judiciales de
todo tipo. No olvidemos que el sistema penal recae sobre todo en los pobres,
existe para disciplinarlos para el trabajo.
Cuando se
cuestionan las garantías procesales se está minando el Estado de derecho
Una cosa es que
estemos batallando dentro de este sistema para evitar mensajes de impunidad
respecto a la violencia sexual y otra muy diferente es discutir años de pena, o
un marco donde se cuestionen la garantías procesales o los derechos de las
personas penadas, a través de una lógica del castigo que impregna todo y a la
que nos aferramos como si fuese una garantía. El sistema penal, ya lo hemos
dicho en otras ocasiones, no acabará con la violencia hacia las mujeres, para
ello se requiere una transformación social más amplia y que actuemos en muchos
otros frentes. Fijarnos únicamente en el penal restringe drásticamente nuestra
imaginación y nuestras acciones posibles.
Además, no
deberíamos permitir que el feminismo alimente el clima de autoritarismo
creciente en un momento en que en Europa los Estados están desarrollando estas
tendencias de manera creciente. También sucede en España, un país de penas
altas y herramientas represivas expansivas –recordemos la ley mordaza o la
reciente reforma de la sedición que introdujo nuevos delitos–. De hecho, hoy se
están normalizando tanto la violencia policial –basta escuchar las justificaciones
de los tertulianos en los medios mainstream–, como las detenciones masivas en
manifestaciones, o las condenas altas que castigan la protesta social. Contra
todo eso deberíamos enfocarnos. Por más que nos repugnen los agresores
sexuales, el precio que podemos pagar por cuestionar los derechos y garantías
conquistadas por las luchas del pasado es demasiado alto.
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