LA CRISIS DE LAS BOLITAS, O LA
VUELTA A LAS ANDADAS
La
reacción de las autoridades y de la ciudadanía ante la marea blanca que está
sufriendo Galicia es asombrosamente similar a la que se produjo con el
‘Prestige’
XOSÉ
MANUEL PEREIRO A CORUÑA
Vertido de pellets de plástico en la Playa
das Furnas, en Porto
do Son, A Coruña. / Noia Limpa
En cualquier análisis de las consecuencias de la marea negra ocasionada por el petrolero Prestige en noviembre de 2002, en caliente en su día o en frío con ocasión de un aniversario redondo, la última pregunta era: ¿qué pasaría si volviese a darse una situación similar? Colecciono varias respuestas. Desde la difunta Loyola de Palacio, que me largó un apasionado relatorio de las medidas cautelares que la UE iba a poner en marcha, hasta las de marineros que habían luchado contra el chapapote por mar y tierra, y que aseguraban que pasaría lo mismo. La marea negra ha faltado a su cita habitual en la costa gallega de una por década, pero ha sido sustituida por una blanca, en principio mucho menos aparatosa y parece ser que menos nociva. Pero la reacción, tanto por parte de las autoridades como de la ciudadanía, es en esencia asombrosamente similar.
Los hechos desnudos
son que uno de los miles de mercantes que pasan por delante de la costa
gallega, el Toconao, perdió el 8 de diciembre, cuando todavía navegaba en aguas
portuguesas, seis contenedores. Al menos uno de ellos contenía alrededor de un
millar de sacos de 25 kilos de “pellets” de plástico. Los “pellets”, “nurdles”
o “granza” (¡e incluso “lágrimas de sirena”!) son unos microplásticos que se
utilizan como materia prima para, al fundirlos, producir todo tipo de elementos
plásticos. Estos habían sido fabricados por la empresa polaca Bedeko Europe. La
organización ecologista Noia Limpa alertó esa misma semana de que había
detectado sacos flotando al sur de Fisterra. El día 13 aparecieron los primeros
sacos. Fue en las playas de Santa Uxía de Ribeira, por si quieren ir
identificando/bautizando la “zona cero”.
La primera norma de
gestión de desastres en España, antes de delimitar el problema o su posible
solución, es no verlo, negarlo. “Las playas están esplendorosas”, que había
dicho un ministro al bajarse del helicóptero o “la rápida intervención de las
autoridades españolas alejando el barco de las costas, hace que no temamos una
catástrofe ecológica”, como dijo otro a pie de playa, cuando Muxía llevaba ocho
horas teñida de negro. Aquí no ha habido naufragio alguno que retransmitir en
directo ni helicópteros de salvamento al rescate, ni ruedas de prensa preñadas
de calma tensa. Y, por lo tanto, no ha pasado nada. Hasta que, ya en 2024, más
o menos el primer día hábil del año, empieza el tam-tam de las redes sociales:
hay una marea blanca de plásticos y ninguna información oficial no ya de sus
posibles consecuencias, sino de su mera existencia. Varias de las denuncias
alcanzan cientos de miles de impactos en X, Instagram o TikTok.
La segunda norma de
Primero de Gestión de Desastres, Incidencias y Contingencias a la Española
(GDICE) es encontrar a quién echarle la culpa. En los primeros momentos del
Prestige, como las administraciones central y autonómica estaban en las mismas
manos, el Gobierno amenazó con querellarse contra el Reino Unido, por creer que
el destino del petrolero era Gibraltar, Bahamas (donde estaba abanderado el
petrolero), Letonia (puerto de origen) y Grecia (nacionalidad de la empresa
armadora). En este caso, al tener distinto color político, el presunto culpable
está más a mano. El día de Reyes, el conselleiro de Mar, Alfonso Villares, echó
en cara al Gobierno de Sánchez tener conocimiento de los hechos desde mediados
de diciembre y no haberlos informado hasta la primera semana de enero. La
Delegación del Gobierno aseguró que había sido el servicio 112, dependiente de
la Xunta de Galicia, quien había avisado de los primeros avistamientos al
Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible y al de Transición Ecológica,
mediante la Demarcación de Costas.
Lo que ambas
administraciones no desmienten es que ya el 20 de diciembre, el abogado de la
compañía aseguradora comunica oficialmente la pérdida a Salvamento Marítimo
(Transportes) y avisa de que ha contratado técnicos para el seguimiento del
material esparcido y que está a disposición de las instituciones para pagar los
costes de la limpieza (la tal disposición flaquea posteriormente, por no estar
clara si la responsabilidad es de Bedeko o de Maersk, la multinacional del
transporte marítimo). Ese mismo día, Salvamento comunica al Servicio de
Guardacostas (Consellería do Mar) la llegada de los pellets. Por su parte, los
ayuntamientos habían avisado a la Xunta y habían preguntado qué hacían con los
pellets aparecidos. En resumen, a finales de diciembre, todas las
administraciones lo sabían. El día 3 de enero, el presidente gallego y
candidato a la reelección, Alfonso Rueda, se acercó a una de las zonas
afectadas, Muros, pero para tomar un café con la militancia local. Ni pisó la
playa ni tocó el tema. Manuel Fraga tardó doce días en dejarse ver por los
lugares afectados. Los otros candidatos a la presidencia sí se habían retratado
a pie de desastre. Tanto a los de entonces como a los actuales les corresponde
parte de la culpa oficial, por hacer electoralismo.
En el desastre del
Prestige, el Gobierno de José María Aznar cometió el enorme error político de
tratar al de Manuel Fraga como si éste fuese únicamente el administrador de la
finca. El reparto de competencias actual atribuye a Madrid la gestión de
cualquier incidente que ocurra en mar abierto. En la costa, la responsabilidad
corresponde a Santiago y a los ayuntamientos. Para que actúe la administración
central, tienen que activarse los planes locales, o el autonómico. Los máximos
responsables de ambas administraciones hablan por teléfono para ofrecerse,
recíprocamente, a colaborar. Una especie de “cuelga tú- no, tú”. Finalmente, la
Xunta, el 5 de enero, activó el Plan Territorial de Contingencias por
Contaminación Marina Accidental de Galicia (plan CAMGAL), pero sólo en fase 1.
Para que el Gobierno pueda actuar es necesario estar en fase 2, y una solicitud
formal de ayuda. “No podemos ayudar si no nos abren la puerta”, ejemplificó una
fuente ministerial. Pero el gobierno gallego considera, “en base a informes
técnicos y científicos” que la cosa no es para tanto.
El cuarto grado de
GDICE es jibarizar las posibles consecuencias. “El bichito que, si se cae, se
mata” del ministro de Sanidad cuando el síndrome de la colza desnaturalizada, o
“el chapapote que se convertirá en adoquín en el fondo del mar” del Prestige. El
informe que este lunes difundió la Xunta, elaborado por el Instituto
Tecnolóxico para o Control do Medio Mariño (Intecmar), asegura que se trata de
“un material inerte compuesto por plásticos sin aditivos y por lo tanto
inocuos”, aunque se reconoce que hay que retirar el material, porque es ajeno
al entorno marino. Sin embargo, hay expertos a los que no les cuadran esas
cuentas.
“No me extrañaría
que en el contenedor o los contenedores caídos al mar hubiera compuestos
diferentes, porque a mí al menos me llegan referencias de dos distintos. Según
el Intecmar, se trata de polietileno, pero el Parque Nacional das Illas
Atlánticas nos indica que ellos han recogido muestras de tereftalato de
polietileno”, señala en Público Ricardo Beiras, profesor de Ecología y Biología
Marina en la Universidad de Vigo. La misma información recoge la opinión de una
especialista del CSIC de que, además de la contaminación física, hay
contaminación química. “Los pellets, de por sí, contienen sustancias dañinas,
pero a ello se agrega sus cualidades de absorción. Son una suerte de esponja
que agrega contaminantes que ya están en el agua marina”. No hay estudios
determinantes sobre los efectos de la presencia de microplásticos en el medio
marino, aunque sí evidencias empíricas, como las que apuntaba The Guardian hace
un par de años. Pero, 21 años después del Prestige, sigue sin haber un estudio
en profundidad de sus efectos contaminantes.
El quinto e
imprescindible paso de primero de GDICE es hacer que se hace. La alcaldesa de
Muros (Ía Lago, BNG) se quejó en su Facebook de que por una playa del municipio
aparecieron cuatro trabajadores de Tragsa (la empresa de capital público que ya
se encargó de labores de recogida en la marea negra) a pedirles el material ya
recogido. Cuando apareció un equipo de TVG, se pusieron a recoger las bolitas a
mano, hasta que, diez minutos después, unos y otros se fueron.
Otro elemento
icónico de esta etapa es el momento “mapa”. La Xunta ha difundido fotos de
reuniones de altos cargos y técnicos alrededor de un mapa (en uno se señalaba
el lugar del vertido que había tenido lugar al menos veinte días antes). La
última ilustra unas declaraciones del conselleiro del Mar, Alfonso Villares en
las que destaca el trabajo desarrollado por “el operativo desplegado por la
Xunta en la vigilancia y detección de la presencia de pellets en la costa
gallega” y aclara que son 200 efectivos (no especifica si humanos y/o
materiales) en los treinta ayuntamientos afectados. Menos de siete efectivos
por ayuntamiento, lo que recuerda a los 350 efectivos desplegados dos días
después de la primera marea negra del Prestige, que embadurnó 190 kilómetros de
costa: uno para casi dos kilómetros de costa. La nota oficial recuerda a la
ciudadanía que la Xunta dispone de 23 barcos guardacostas (al parecer,
insuficientes para avistar lo que se venía encima).
El sexto
mandamiento de la No Gestión es esperar a que alguien lo arregle. Como es de
común conocimiento, en el Prestige fueron cientos de miles de voluntarios,
atendidos y apoyados por la solidaridad vecinal. Ahora quienes están en las
playas son también voluntarios, sin más medios (pese a los 200 efectivos y los
23 barcos guardacostas) que los suyos y los que les ofrecen los ayuntamientos.
Como dijo Alfonso Rueda en X: “Galicia está trabajando en la limpieza de las
playas […] No todo es campaña y confrontación. Lo importante es resolver. Y así
se hará”. Efectivamente, es Galicia quien limpia, no él.
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