LA VACUNA DE PFIZER, UNA MÁQUINA DE OBTENER GANANCIAS
EXTRAORDINARIAS
POR ROZENN LE SAINT
La vacuna de Pfizer contra el Covid-19, que ya es la más vendida del mundo, está a punto de ampliar aún más su mercado. El martes 1 de febrero, el laboratorio neoyorquino solicitó la autorización para comercializar sus vacunas para los niños de entre 6 meses y 4 años en Estados Unidos: las edades que quedaban. Pfizer también está en primera línea de la carrera por los tratamientos: el primer comprimido antiviral estará disponible en las farmacias [francesas] a partir del 4 de febrero.
Los
grandes patrones de la industria farmacéutica lo sabían desde el principio de
la pandemia: el que llegara primero en la carrera desenfrenada por las vacunas
obtendría una increíble ganancia económica. Sandra Lhote-Fernandes, responsable
de la defensa de la salud en la ONG Oxfam, llega a calificar la operación como
el «atraco del siglo». Un «atraco» con víctimas colaterales: las poblaciones de
los países pobres que no han tenido acceso a esos anhelados productos básicos.
Desabastecimiento
organizado, privatización de los beneficios obtenidos con dinero público…
Mediapart descifra punto por punto la máquina de beneficios desmedidos puesta
en marcha por la industria durante esta pandemia, lejos de la justa
remuneración del riesgo, reclamada por su lobby, y del objetivo de salvar un
máximo de vidas.
En los Estados Unidos, producida por 1 euro, vendida a 17,20 euros la
dosis
En el
verano de 2020, la Casa Blanca firmó un cheque inicial a Pfizer por valor de
1.950 millones de dólares (1.700 millones de euros) para asegurarse la
obtención de 100 millones de dosis, según el New York Times. Del otro lado del
Atlántico, el precio por dosis fue fijado en 19,50 dólares, es decir, 17,20
euros. Sin embargo, el costo de producción de la vacuna de Pfizer-BioNTech ha
sido estimado en menos de 1 euro por investigadores del Imperial College de
Londres.
En
realidad, la receta no es tan complicada y sus ingredientes son baratos. «El
ARN mensajero es fácil de producir. Se hace en tres etapas, mientras que se
necesitan diez, por ejemplo, para fabricar la vacuna que prepara Sanofi, basada
en la tecnología tradicional de proteínas recombinantes», explica Fabien
Mallet, coordinador adjunto del [sindicato] CGT en Sanofi y técnico de control
de calidad. Todo lo que hay que hacer es fabricar el ARN en bioquímica y luego
mezclarlo con agua y materia grasa».
Por eso,
en nombre de la CGT, Fabien Mallet impulsa la creación de un grupo público de
medicamentos que sería «un contrapeso a la Big Pharma, para fabricar aquello
que no se fabrica en cantidad suficiente o a que es comercializado a un precio
vertiginoso». Sin una alternativa [como ésta], nos limitamos a someternos al
dictado de las multinacionales. Tenemos que volver a aquello por lo que
trabajamos en nuestro sector, en primer lugar, cuidar a las personas y no a los
accionistas. Una propuesta rechazada por la mayoría presidencial en la
primavera de 2020.
Mediapart
le preguntó Pfizer la razón de la diferencia abismal entre el costo de
producción y el precio establecido en la mayoría de los países, a lo que el
laboratorio respondió: «Les recordamos que, para fijar el precio de la vacuna,
se tienen en cuenta todos los costos y no sólo los vinculados a la producción:
costos de investigación y desarrollo, estudios clínicos, inversión masiva en la
estructura de producción, transporte, logística, conservación y almacenamiento,
seguridad y calidad, actividades de apoyo (formación, comerciales,
administrativas…).»
Para justificar
su política de precios, la empresa neoyorquina explica: «Desplegamos una
estructura de precios diferente según si el país forma parte de los Estados de
renta alta, media o baja. Los países de renta alta y media compran la vacuna a
un precio más elevado que los países de renta baja. Los países de bajos
ingresos compran la vacuna a precio de costo.» La empresa estima que este
«precio de costo» es de unos 6 euros. En todo caso, «ya es demasiado caro para
una vacuna y para que los países africanos puedan pagarlo a gran escala», dice
Jaume Vidal, asesor político de Health Action International, una ONG que hace
campaña por el acceso equitativo a los productos para la salud.
Además,
cuanto más pagan los países, más rápido son abastecidos, y viceversa. Israel y
los Estados Unidos son los primeros en recibir las vacunas. Mientras que el 60%
de la población mundial ha recibido una dosis de vacuna, la proporción es de
sólo el 10% en los países pobres, según datos de Our
world in data. Y aun así, la mayoría accede gracias a donaciones, no
a compras directas. Los países de bajos ingresos son los últimos clientes en la
cola de los fabricantes de vacunas de ARN mensajero.
Con
estos márgenes de ganancia desproporcionados, la vacuna Covid-19 proporcionó a
Pfizer unas ventas de casi 36.000 millones de dólares en un año (unos 32.000
millones de euros). El laboratorio no esperaba tanto a principios de 2021:
estimaba que podría llegar a registrar 15.000 millones de dólares (13.000
millones de euros) en el año gracias a su vacuna, pero la cartera de pedidos
creció más de lo previsto con el lanzamiento de las campañas de refuerzo de
vacunación en los países ricos.
¿Cómo se
pueden justificar estos beneficios exorbitantes? Los productores de
medicamentos siempre utilizan el mismo argumento para justificar unos precios
que no corresponden a los costos de fabricación: el de los costos de
hospitalización que se evitan. Nadie cuestiona el principio, aunque la saturación
de las unidades de cuidados intensivos y el costo global de la pandemia son los
principales indicadores que controlan los gobiernos.
¿Según
esta lógica, con una tarifa de unos 15-20 euros por vacuna, Pfizer casi les
habría hecho un favor a los gobiernos? El Financial Times informa que, en el verano
de 2020, tras la terrible primera oleada, Pfizer trató de imponer el alucinante
precio de 100 dólares la dosis, es decir, 89 euros.
Interrogada
sobre este precio propuesto, la empresa Pfizer se limitó a responder a
Mediapart: «Para tener en cuenta la emergencia sanitaria mundial, los precios
se fijaron inicialmente en el contexto de la pandemia a un valor inferior al
que se habría negociado en una situación de mercado.» En este caso, la dura ley
de la oferta, que es escasa, y la demanda, que es planetaria.
Si no
hubiera sido por la competencia de Moderna, Pfizer habría podido imponer
precios aún más elevados», afirma Nathalie Coutinet, profesora e investigadora
de la Universidad de París XIII y coautora de Économie du médicament (La
Découverte, 2018). Esto revela un peligro real, el de que una o dos empresas
tengan la salud mundial en sus manos. Algo que ya es más o menos así, pero si Pfizer
hubiera estado sola en el mercado de las vacunas de ARN mensajero, habría sido
peor aún.»
Crear
escasez para aumentar los dividendos
Pfizer
no es la única empresa que sacó provecho de la crisis sanitaria. La riqueza de
los multimillonarios registró «el mayor aumento de su historia» desde el inicio
de la pandemia, según el Informe sobre la Desigualdad Mundial 2022 de
Oxfam. La ONG había calculado previamente que las vacunas contra el Covid-19
habían creado al menos nueve multimillonariosnuevos, entre ellos el francés
Stéphane Bancel, director general de Moderna, y Uğur Şahin, de BioNTech, el
pequeño socio del gigante farmacéutico Pfizer. «Esto demuestra que los
beneficios de las vacunas son totalmente excesivos, estamos ante un caso de
aprovechamiento abusivo de las patentes», comenta Nathalie Coutinet.
La
escasez de la oferta provocó el aumento de los precios, de ahí la defensa a ultranza
de las patentes por parte de las empresas farmacéuticas, ya que les ofrecen un
monopolio durante veinte años. Cuando pasan a ser de dominio público, la
llegada de la competencia de los genéricos o los biosimilares, reproducciones
de bajo costo de los medicamentos, hace que los precios bajen automáticamente.
Preservar
un monopolio, especialmente en tiempos de pandemia, cuando todo el mundo
necesita el mismo producto, garantiza unas ganancias sin parangón. Uno de los
argumentos esgrimidos por la industria para justificar su negativa a suspender
temporalmente sus derechos de propiedad intelectual es que ello no respondería
a la urgencia de la situación. Esto se debe al tiempo de formación y
transferencia de competencias que se requiere para desarrollar un producto
innovador, el ARN mensajero.
Salvo
que la biotecnológica Moderna, incapaz de producir cantidades masivas, lo hizo
en un tiempo récord subcontratando la producción de su vacuna al industrial
suizo Lonza, mediante un acuerdo de licencia voluntario: la receta sigue siendo
una exclusividad y el suministro del codiciado producto está bajo su control.
Médicos
Sin Fronteras identificó más de un centenar de centros en todo el mundo capaces
de producir esta nueva generación de vacunas. «En Canadá hay tres empresas que
producen vacunas de ARN mensajero, pero no podemos utilizarlas por razones de
propiedad intelectual, dijo Marc-André Gagnon, profesor de política pública de
la Universidad de Carleton, en Ottawa, en la reunión de Prescrire 2022. La
patente se está convirtiendo en un obstáculo para la guerra contra el
Covid-19.»
Por otro
lado, Pfizer ya podía contar con su maquinaria de guerra interna para producir
en grandes cantidades… Pero todavía no es suficiente para abastecer al mundo
entero. Incluso sin el levantamiento de las patentes, «si Pfizer hubiera
aumentado el número de acuerdos de licencia voluntaria en la mayoría de los
países, habríamos ganado seis meses y las poblaciones más desfavorecidas
habrían podido acceder antes a las vacunas. La situación de escasez organizada
hace un año al inicio de las campañas de vacunación en los países ricos tenía
un objetivo: fijar precios altos y obtener los máximos beneficios en el mínimo
tiempo», afirma la investigadora Nathalie Coutinet.
En
Europa, más de tres cuartas partes de las dosis de vacunas inyectadas son
producidas por Pfizer. La empresa aplastó a la competencia. Su producto se
convirtió rápidamente en el más conocido y reconocido por el público en
general, para ser utilizado por todos, incluso por los niños.
El plan
de Pfizer no sufrió ni un solo contratiempo, aunque debido a eventos adversos
como unos casos de trombosis, la vacuna de AstraZeneca fue restringida a los
mayores de 55 años a partir de marzo de 2021, al igual que la de Johnson &
Johnson, en un primer tiempo. Luego, en noviembre de 2021, mientras que la
vacuna Moderna era presentada como el «hermano gemelo» de la de Pfizer (pero con
una dosis más alta de ARN mensajero), la primera estaba contraindicada para los
menores de 30 años, debido a las señales de riesgo cardíaco identificadas por
la vigilancia posterior a la comercialización en personas más jóvenes.
Ambas
vacunas de ARN mensajero son extremadamente eficaces para prevenir las formas
graves de Covid-19. De hecho, la revista médica independiente Prescrire las ha
bautizado simbólicamente como «Píldoras de Oro 2021» por su «decisivo avance
terapéutico en un ámbito en el que pacientes y profesionales estaban totalmente
desamparados».
Los dos
productores aprovecharon entonces para aumentar el precio de su dosis vendida
en Europa a mediados de 2021 en vista de la campaña de vacunación de refuerzo.
En el Viejo Continente, habría subido de 15,50 euros a 19,50 euros para Pfizer
y de 19 euros a 22,60 euros para Moderna, según el Financial Times. Por lo
tanto, las autoridades públicas habrían pagado más de 50 euros por cada
habitante que recibió dos dosis de Pfizer y luego una vacuna de refuerzo.
«Es
evidente que los contratos incluyen la posibilidad de aumentar unilateralmente
el precio de las dosis. Dada la desequilibrada relación de fuerzas, los países
ni siquiera tienen voz en el precio de las vacunas que compran», lamenta
Pauline Londeix, cofundadora del Observatorio para la Transparencia de las Políticas de
Medicamentos.
La
transparencia, justamente, no está en el orden del día. Son los Estados los que
compran las vacunas, pero los acuerdos con los laboratorios no son públicos en
su totalidad. Hay fragmentos de los contratos, pero los pasajes clave han sido
tachados. Cuando se le pregunta por el precio, Pfizer se remite a «discusiones
confidenciales».
«Al
fijar precios muy altos en la misma gama, las empresas se comportan como
cárteles», afirma Jaume Vidal, de Acción Internacional por la Salud. No
obstante, Pfizer señala que «en Europa, el precio de la vacuna fue negociado
por la Comisión Europea en nombre de los 27 Estados miembros, por lo que no es
fijado libremente por el fabricante, lo que protege a Pfizer de las acusaciones
sobre un posible arreglo sobre los precios.
«Si los
gobiernos no son capaces de negociar precios más bajos, y mucho menos durante
una pandemia, ante el cinismo de las empresas farmacéuticas que obtienen
beneficios desorbitados a pesar de la emergencia y de los millones de muertos,
¿por qué los gobiernos no limitan los dividendos pagados a los accionistas?»,
se pregunta entonces Jaume Vidal.
«El
aumento de los dividendos es un reflejo directo de nuestros sólidos resultados
financieros», dijo el director general de Pfizer, Albert Bourla, al anunciar
que la empresa pagaría su 333º dividendo trimestral
consecutivo en diciembre de 2021.
La
patente, ¿»premio a la innovación» o «atraco del siglo»?
«En
tiempos de pandemia, la patente genera escasez. Todo está orientado a optimizar
el beneficio de los accionistas sin optimizar los beneficios para la salud
pública», lamenta el investigador Marc-André Gagnon. Para justificar su
negativa a suspender los derechos de propiedad intelectual, aunque sea
temporalmente, el lobby farmacéutico señala el efecto de bola de nieve que esto
tendría a mediano plazo. Como se trata de recompensar los esfuerzos de
investigación y desarrollo (I+D) de las empresas, estas renunciarían a invertir
en el futuro, lo que iría en detrimento de la innovación y de los pacientes.
Así, las
empresas llegan al más alto nivel de gobierno. Emmanuel Macron lo reconoció al
asumir la presidencia del Consejo de la UE (Unión Europea) el 19 de enero:
interrogado al respecto por la eurodiputada Manon Aubry (La France insoumise),
el jefe de Estado dijo que «Francia estaba a favor [de la patente libre – nota
del editor]. Es fácil para Francia estar a favor porque hoy no tenemos ninguna
patente, porque los fabricantes franceses no han encontrado una vacuna.» El
laboratorio Sanofi, por ejemplo, sigue buscando…
Entonces
Emmanuel Macron dijo que entendía el rechazo de «nuestros vecinos [que] nos
ayudaron a vacunar y [que] tienen industriales que poseen propiedad
intelectual, (…) una remuneración justa por una innovación». Es una referencia
a Alemania, el país de los patrones de BioNTech, el socio de Pfizer en la
búsqueda de una vacuna.
El
presidente francés afirmó entonces que la patente no era un obstáculo para la
capacidad de producción de vacunas, echando por tierra cualquier esperanza de
una posición común europea a favor de suprimirla. Consternante, para Sandra
Lhote-Fernandes, de la ONG Oxfam. «Este rechazo es injustificable», afirma. Los
laboratorios se aprovechan de su monopolio y obtienen enormes beneficios con el
dinero público.»
«¿Premio
a la innovación» o «atraco del siglo»? Hay dos puntos de vista opuestos. En lo
que respecta a Moderna, la respuesta es clara: «La gran mayoría del esfuerzo de
investigación atribuido a Moderna sobre la vacuna Covid-19 fue de hecho asumido
por las autoridades públicas, que podrían haber exigido a cambio, al menos, que
la empresa aumentara la capacidad de producción, lo que habría permitido una
reducción global de los precios de las vacunas», argumenta Pauline Londeix,
militante por un acceso justo a los medicamentos y artículos sanitarios.
Indirectamente,
Pfizer se vio beneficiada por el apoyo público
El
director general de Pfizer, Albert Bourla, muestra su orgullo tras
haberse liberado de la llamada operación «warp speed», «velocidad del
relámpago», una asociación público-privada creada por la administración Trump
para acelerar el desarrollo, la fabricación y la distribución de las vacunas
Covid-19. Da a entender que el hecho de haberse separado del gobierno le habría
permitido escapar de la burocracia y avanzar aún más rápido que la velocidad
del rayo.
Por un
lado, la primera inyección de la vacuna Covid-19 autorizada en Francia fue
efectivamente un producto de Pfizer: Mauricette recibió su dosis delante de las
cámaras de la televisión el 27 de diciembre. Pero las entregas de su competidor
Moderna llegaron el 11 de enero, apenas tres semanas después del lanzamiento de
la campaña de vacunación en el Viejo Continente.
Por otro
lado, aunque Pfizer afirme que «asumió exclusivamente los costos de desarrollo
y producción de la vacuna, sin contar con subvenciones públicas o privadas», en
realidad, la empresa se benefició indirectamente del apoyo financiero de las
autoridades públicas. Y, en realidad, dos veces. En primer lugar, gracias a un
descubrimiento previo: Pfizer no descubrió el ARN mensajero, el elemento clave
de su vacuna, sino que fueron los investigadores de la Universidad de
Pensilvania quienes inventaron la tecnología capaz de fabricarlo.
Fue
entonces la empresa biotecnológica alemana BioNTech la que creó la vacuna a
partir de este descubrimiento de la investigación pública… Luego, le propuso
una colaboración a Pfizer para disponer de la fuerza industrial esta última.
BioNTech recibió hasta 375 millones de euros de financiación del gobierno
alemán para el desarrollo de la vacuna, según el Financial Times. La Comisión
Europea también dijo a Mediapart que había pagado 100 millones de euros a la
empresa alemana para apoyar su investigación.
De
hecho, la industria farmacéutica está subcontratando cada vez más la I+D a
pequeñas empresas, y por tanto el riesgo. «Con este capital-riesgo desarrollado
por las biotecnologías desde los años 80, se desencadenan dos ciclos de
remuneración del capital: el de las start-ups y el de la empresa farmacéutica
que desarrolla el medicamento, de ahí la tendencia inflacionista de los
precios», analiza Maurice Cassier, sociólogo del CNRS (Centre National de la
Recherche Scientifique) y del Centre de recherche médecine, sciences, santé,
santé mentale et société (CERMES3) de París.
Además,
en la fase posterior a la invención, los gobiernos pagaron cientos de millones
de euros en concepto de anticipos cuando se firmaron los contratos de
precompra. «Pfizer ya se benefició de las garantías del mercado con estos
acuerdos de compra anticipada. Es otra forma de deshacerse del riesgo, con lo
que la patente no está justificada», afirma el especialista en políticas
públicas Marc-André Gagnon.
Al
asumir un riesgo mínimo para obtener un beneficio máximo, Pfizer es el gran
ganador de esta crisis sanitaria, ya que después de realizado jugosos
beneficios gracias a la vacuna, ahora conquista el mercado curativo con la
llegada de su medicamente que se ingiere en caso de infección por el Sars-CoV-2
para prevenir las formas graves de la enfermedad. Una vez más, Pfizer ha
apostado por el caballo ganador.
El
Paxlovid será el primer tratamiento contra el Covid-19 vendido en farmacias,
bajo prescripción médica. «Los primeros pacientes franceses podrán ser tratados
a partir del viernes 4 de febrero», afirma el Ministerio de la Salud, que se
jacta diciendo que «Francia será el primer país de la Unión Europea en poner a
disposición este medicamento».
Los
Estados se lo disputan. Francia encargó 500.000 dosis por su cuenta, haciendo
caso omiso de las negociaciones comunitarias iniciadas durante la pandemia en
nombre de la solidaridad europea. Con esto basta para que la máquina de subir
los precios funcione a toda velocidad.
Su
precio debería acercarse al establecido en Estados Unidos, en torno a los 500
euros. Pero ni Pfizer ni el Ministerio de Salud aceptaron comunicar el precio
establecido.
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