EL DÍA QUE HOMER SIMPSON SALVÓ LA REFORMA LABORAL
CONTEXTO
Y ACCION
Homer
Simpson trabaja desde casa en un capítulo de la
séptima temporada de 'Los Simpson'.
Al final no será la Reforma Laboral de Yolanda Díaz. Ni la de Nadia Calviño. Ni la de Pedro Sánchez. El 3 de febrero, tras una sesión muy cercana al esperpento, el Congreso de los Diputados aprobó una Reforma Laboral que entrará en la nutrida historia de profecías cumplidas de Los Simpson (véase ilustración). Solo el voto telemático equivocado de un diputado extremeño del PP, Alberto Casero, exalcalde de Trujillo y presunto prevaricador, permitió al Gobierno convalidar por la mínima la reforma laboral mínima pactada con la Comisión Europea y negociada durante largos meses con los sindicatos y la patronal.
Con los votos en
contra de PP, Vox y UPN (dos taimados requetés estuvieron a punto de consumar
un Tamayazo en toda regla), más los de tres partidos que facilitaron la
investidura de Sánchez (Esquerra, Bildu y PNV), el PSOE y Unidas Podemos tuvieron
que agarrarse sobre la bocina a una improbable mayoría de 175 diputados, una
Armada Brancaleone en la que figuraban Cs, PdCAT, Más País, Compromís, PRC,
Teruel Existe, Coalición Canaria, Nueva Canarias y el despistado diputado del
PP que salvó la ley por error.
El debate y la
votación sirvieron para mostrar dos cosas básicas: a) el Gobierno debería
aprender que es mala idea hacer depender tus leyes más importantes de
oportunistas geometrías variables llenas de mercenarios y de supuestos amigos
que sueñan con cercenarte la cabeza, y b) ha llegado al Parlamento nacional el
estilo trumpista-lorquiano que PP y Vox llevan meses, desde lo de Murcia,
practicando en las calles y las instituciones.
Antes y después del
voto del Decreto Ley, varios diputados de las derechas y las extremas derechas
asaltaron a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, al grito de “tongo” y
“pucherazo”, primero para intentar que cambiara el sentido del voto de Casero,
después para que declarara nula la votación. Cuando las escaramuzas fracasaron,
los grupos gemelos, tanto monta, monta tanto, anunciaron que recurrirán el voto
al Constitucional. Su nuevo fracaso, tejido en las sombras y mezcla de
frustración, mendacidad e incompetencia, supondrá, de paso, un nuevo precedente
de lawfare: los jueces más ultras del país se verán en la tesitura de
pronunciarse sobre una votación parlamentaria porque uno de los soldados del PP
votó al contrario de lo que debía no una, sino tres veces. Frustración,
mendacidad, incompetencia.
Las conclusiones de
esta agitada jornada parlamentaria no son halagüeñas para casi nadie. La
Reforma Laboral, pensada para recuperar derechos robados a los trabajadores y
trabajadoras, nace demediada tras una sesión poco edificante. El Gobierno de
coalición sale más débil, porque aunque convalida la ley no ha sido capaz de
negociar ni una coma con sus socios parlamentarios más fieles y se ha visto al
borde del desastre. Los socios más fieles salen con pinta de ser poco fiables y
bastante frívolos: buscar réditos electorales en sus territorios antes que
pensar en el interés general y en la estabilidad de un Gobierno atacado desde
mil frentes –habría sido bonito ver las caras de sus líderes si se llega a
consumar el Tamayazo de Casado– es un baldón de deslealtad y mala política,
aunque los sindicatos regionales les presionaran para defender sus intereses. Y
el líder de la oposición aparece, una vez más, empequeñecido: no se sale con la
suya ni con tránsfugas.
Quienes salen mejor
parados son los pequeños partidos que decidieron apoyar la reforma sin pedir
nada a cambio. Y los ciudadanos que, desde hoy, y TC mediante, dispondrán de
mejores herramientas y de más protección para negociar sus contratos y
convenios. Esto habrá que agradecérselo a Yolanda Díaz y al Gobierno de coalición,
que pese a su arrogancia en el vector
parlamentario ha sido capaz de cumplir su promesa de una nueva
legislación laboral que, aunque no deroga lo más dañino de la reforma del PP,
sin duda mitiga mucho los enormes destrozos que aquella provocó.
Ahora, con un poco
de calma y dos años por delante, al Gobierno le toca tender de nuevo puentes
con el bloque de la investidura y dejar de fantasear con imposibles, o
suicidas, mayorías alternativas. Porque, como dicen los italianos, el juego es
bonito cuando dura poco. Y porque, como dijo Andreotti, “el poder desgasta,
pero sobre todo desgasta a quien no lo tiene”.
Pero, si quisiera
rizar el rizo, también podría promover que se repita la votación, negociando
con Esquerra, Bildu y PNV. El gesto serviría para recomponer las filas y para
desactivar a los irresponsables, los tránsfugas y los incompetentes. Y sería
una buena forma de dotar de más lustre a su ley más trabajada y de devolver
algo de dignidad a un Parlamento maltratado por los trumpistas patrios.
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