SINGLADURA DE ISLAS.
CARTOGRAFÍA
DE ISLAS AL SUR
POR
ANTONIO ARROYO SILVA
Islas al sur, algunos
poetas de Canarias y Argentina, como su nombre indica, es un conjunto de islas que, más que a la
condición geográfica, apuntan a una insularidad psicosociológica tanto de los
poetas canarios como de los argentinos. Estos últimos, a excepción de César
Cantoni, Gustavo Caso Rosendi, que viven en La Plata, y Lidia Vinciguerra que
radica en Buenos Aires, proceden de Santa Fe (sobre todo de Rosario), Córdoba y
Salta (solo Teuco Castilla). En cuanto a Canarias, evidentemente, todos los
poetas participantes somos insulares geográfica y culturalmente hablando,
incluido el caso del poeta fallecido
recientemente José Carlos Cataño que vivió en Barcelona gran parte de su vida.
También está el caso de Maribel Lacave residente en Chiloé, Chile, desde hace
dos décadas.
Decía el filólogo y
estudioso catalán de la literatura española Ángel Balbuena Prat que la
literatura canaria se caracterizaba por su aislamiento respecto al centro
metropolitano de Madrid. Después, los poetas canarios de las vanguardias de los
años 30, sobre todo Pedro García Cabrera, perfilaron este concepto de forma
gráfica y hablaron de a-isla-miento, que, más allá, de la condición
insular del poeta canario aspiraba a la universalidad sin negar las raíces
insulares.
Actualmente, con la
llamada globalización, se tiende a la uniformidad (que no a la universalidad);
es decir, a seguir los cánones de los centros de poder económico y cultural,
sea Madrid, sea Buenos Aires. Lo demás, salvo excepciones, queda borrado o
aislado. No importa el valor literario innovador que se pueda producir en las
provincias o comunidades lejanas. Tampoco los autores de estas pueden acceder
fácilmente a las editoriales de amplia difusión. A dichos poetas le quedan como
alternativas bien presentándose a premios internacionales de poesía donde se
publican las obras premiadas, bien participando en antologías internacionales,
como esta que nos ocupa.
He de decir que mi
intención no es hacer un análisis de los factores externos a estas poéticas de
autores canarios y argentinos y, mucho menos, aglutinarlos en movimientos,
grupos, generaciones, sino, sencillamente matizar su diversidad expresiva que,
eso sí, confluyen en ciertas tendencias que van de lo más cotidiano a lo más
transcendental en cuanto al tratamiento de los temas. No se trata, pues, de una
antología, sino de una muestra de autores, muchos de ellos aislados por los
factores arriba expresados.
UN DÍA HABRÁ UNA ISLA
Para que ustedes
entiendan la razón de elegir este verso del poeta gomero Pedro García Cabrera
como título del primer capítulo de Islas al Sur es importante que lean
el poema completo a continuación:
Un día habrá una isla
que no sea silencio
amordazado.
Que me entierren en ella,
donde mi libertad dé sus
rumores
a todos los que pisen sus
orillas.
Solo no estoy. Están
conmigo siempre
horizontes y manos de
esperanza,
aquellos que no cesan
de mirarse la cara en sus
heridas,
aquellos que no pierden
el corazón y el rumbo en
las tormentas,
los que lloran de rabia
y se tragan el tiempo en
carne viva.
Y cuando mis palabras se
liberen
del combate en que muero
y en que vivo,
la alegría del mar le
pido a todos
cuantos partan su pan en
esa isla
que no sea silencio
amordazado.
Pedro García Cabrera
Aquí y en su ensayo El
hombre en función del paisaje[i],
sobre todo, está presente el pensamiento poético de Pedro García Cabrera que
esbocé al principio de estas líneas. Poema y
ensayo se enfrentan con la idea del localismo y el llamado isloteñismo.
«Que me entierren en ella (la isla), [pero] donde mi libertad dé sus
rumores a todos…». Aquí el mar ya no limita, sino, al contrario, todo lo expande
hacia el exterior y todo lo succiona hacia adentro, pues Canarias siempre ha
sido un cruce de caminos donde confluyen
Europa, África y América. Ese y no otro fue el criterio que nos condujo hacia
la selección. Esta visión, heredada de las vanguardias, caracteriza a todos los
poetas aquí presentes. También el diálogo de la literatura insular con la
universal (sin negar la española), concretamente, con la poesía
hispanoamericana, en especial la chilena de Huidobro y Enrique Lihn, la
argentina de Borges y Juarroz, la cubana de
Lezama Lima y Eliseo Diego, la peruana de Watanabe y Eielson y la
argentina de Borges, Gelman y Juarroz.
Domingo Acosta Felipe. su poesía se
caracteriza por un expresionismo muy particular, no el negativismo
catastrofista de los poetas alemanes, como Trakl, Heym, etc. No se trata de un
mundo deformado y reducido a añicos por
una pérdida de valores humanos producto de una serie de catástrofes, sino de salvar
los añicos por medio de los sentidos, añicos de realidad que el paso del tiempo
fue dejando atrás. Con esto su poesía gana un valor añadido de reivindicación,
sin caer en la propaganda política. Casi casi como Gelman. Reivindicación,
visión poliédrica y dolor por la humanidad: «Duele en el alma y en las
huellas /donde el futuro no es pasado / y te avergüenza. / Pero he de sangrar
en las mandíbulas del tiempo /las mujeres violadas, / el caníbal que rompe la
inocencia».
Pablo Alemán. Dice
Eugenio Padorno que su
poesía linda con el hermetismo italiano. Hasta cierto punto es cierto. Sin embargo, nuestro poeta no se oculta entre silogismos ante
una realidad adversa y diversa. Su poesía oscila entre la madera, que para él
simboliza todo lo positivo y germinante de la humanidad, y el metal que de
alguna manera lo lleva a la maquinaria
destructiva del mundo: armas, cañones, calentamiento global, alteración del
ecosistema de la naturaleza y, por ende, del ser humano y del poema mismo. El
poema, entonces busca esa inocencia primigenia y desde ahí dialoga y denuncia el
sujeto poético. Poeta que deja la piel en el poema y, de paso va fundando el
territorio de su voz genuina. Un ejemplo: «[…] “Parece que
no hay fin/entre sonidos de metal -de miedo-, / bajo la realidad más absoluta.” / /Fusil
contra espada / y cuando
golpean, /son una misma verdad».
Antonio
Arroyo Silva, Dice el
crítico
Daniel Bernal Suárez: «Más allá de la natural
evolución que puede apreciarse en su obra, Antonio Arroyo Silva es portador de
una visión poética primordial, poeta de lo sensitivo: no hay realidad mental en
su lenguaje que no esté en íntima relación con el mundo visible. De ahí la
relevancia en su poesía de los aspectos musicales y rítmicos (considérese el
juego musical que instaura el mismo título del poemario Sísifo Sol y que
nos remite a su anterior volumen: Symphonia), trasuntos del lenguaje que
escucha del mundo y, también, la manifestación del entrecruzamiento entre lo
visual y lo imaginario. Estamos hablando de lo sensorial como materia prima:
por ello los conceptos de escucha y contemplación le son afines». Dice el crítico Jorge Rodríguez Padrón
que en su poesía está presente el envés de la realidad y que siempre aspira a
ir hacia lo indecible. De ahí su fragmentarismo. Además, su obra se caracteriza
por el dominio de diferentes registros poéticos que van desde el verso clásico
a la prosa poética. Poeta que se reconoce en su diálogo, desde su conciencia de
insularidad, con la poesía misma, es decir, con la vida y la memoria: «Ocurre lo vestido. La desnudez no alcanza
/a subirse a la luz, pero es la luz y no hallarla / señal es de lo eterno».
Roberto
Cabrera García Hacia arriba desde abajo, el final de la costa es el
mar, la costa es el final de la ola. El mar que se deshace en cálculos de
océano, cálculos biliares. Excelente imagen que supera, según mi punto de
vista, todas las prosopopeyas que en más de dos mil años se le han atribuido al
mar. Un mar visto aquí desde lo externo y desde el límite que simboliza esa
línea costera: ni mar ni tierra. Posición fronteriza del poeta que no sólo
apunta al desarrollo de su cosmovisión, sino al mismo lenguaje. Como isleño que
es. Ese movimiento de las olas es la imagen que escribe el movimiento de su
pulsión poética. Por aquí camina el pensamiento de Lezama Lima, el de Derek
Walcott, Aristóteles y Nietzsche. O mejor, la consecuencia de estos
pensamientos por lo que supone la visión insular concreta de Roberto Cabrera.
Visión urbana de ciudad costera, como diría Emeterio Gutiérrez Albelo de los
poetas de la isla de Tenerife.
Iván Cabrera Cartaya, nos
presenta una pequeña selección de su obra poética desde sus inicios hasta el
momento de este volumen. Su poesía es una búsqueda constante de un decir y de
una fundación de los objetos y la memoria de estos en el poema, no como una
forma posromántica de evocación, sino con una suerte de deconstrucción que trae
las cosas y los sucesos ante la imaginación del lector; es decir, un efecto que
el crítico Jorge Rodríguez Padrón llama comunión. De ahí su incursión en
muchos registros poéticos y narrativos. Sigue las huellas de poetas europeos
como Rilke, españoles como Cernuda y Eugenio Padorno e hispanoamericanos como
Bolaños y Nicanor Parra. Una poesía felizmente heterogénea. Un ejemplo: «CADA
CUERPO SERÁ IGUAL QUE UN PAÍS DISTINTO, / abierto para el extranjero /e
iluminado, cada vez, /con una claridad incierta. /Recorrerlos será, de nuevo, /
una lección, un ejercicio / para llegar a la ignorancia».
Juan
Calero Rodríguez, su poesía está inundada por el mar de la tragedia
cubana ante el exilio. De ahí ese sentimiento de desarraigo y, en su caso, la visión
deformada de la realidad que se manifiestan unas veces con pinceladas de crudo
naturalismo y otras con imágenes oníricas que parecen no tener conexión, como
muestra de ese vacío existencial. Todo ello, claro está, con el riesgo de caer al
abismo de lo ya expresado hasta la saciedad por tantos poetas que han sufrido
las consecuencias del destierro, a lo cual Calero responde con esa visión
poliédrica y extrañada. Un ejemplo: «NOSTALGIAS//Hoy he vuelto a lo que fue mi casa / pero no pude entrar. /Está
llena de recuerdos. / A las puertas está mi país, / mi ciudad, mi pueblo, mi vida, mi mundo / sin poderlos habitar. / Ya no me pertenecen».
José
Carlos Cataño. Dice el poeta y crítico canario Daniel Bernal en
su ensayo «José Carlos Cataño o la unidad de una
respiración cambiante» que
la poética de nuestro autor emerge de una pulsión que trasciende el puro juego
formal o la pose, señalizando un sendero creativo de asunción de cuantos
padecimientos el sujeto haya experimentado. No se trata, pues, de una poética
de lo celeste y del ornato, sino de una aceptación de la misma escritura como
hecho vital, y de ahí esa enérgica plasmación de dinamismo. Un encuentro
profundo que es, en cierta medida, un sacrificio: si no de inmolación, sí de
hallazgo a través del pulso de la vida misma y sus dolores. Apreciación que al
que escribe le parece muy acertada dada su experiencia personal con la lectura
del poeta recientemente fallecido, cuyos poemas quedarán aquí para siempre
plasmados. José Carlos Cataño, nuestro Cónsul del Mar del Norte (así se titula
uno de sus más célebres poemarios): «[…]Y entro en casas abandonadas, que en
todos los casos fueron de cónsules ahora muertos. No comprendo por qué,
borracho de habanero, encuentro por los suelos viejas ediciones de bolsillo en
alemán, y blusas multicolores, y cajas de embalaje que nunca se utilizaron. Por
qué el dinero no llegó a tiempo. O se hundió el barco que venía por mí. O me
dejé morir al sol, como los lagartos sobre las lindes de piedra, en una tarde
insulsa y sin embargo completa […]».
Acerina
Cruz, con una poesía desnuda de recursos expresivos característicos de la
poesía al uso, con un léxico sencillo y bien seleccionado, nuestra Ariadna va
tejiendo poco a poco la red de su obra que, hasta ahora, desde la óptica de
mujer y poeta, sin negar todos aquellos temas de su condición femenina, aborda
el turismo como eje central para su escritura y, con ello, el extrañamiento; es
decir, la paulatina pérdida de identidad de un entorno insular. Situaciones
límites que nuestra poeta salva utilizando su fina ironía que, a su vez, actúa
como un medio de alejamiento crítico que hace tan eficaz su poesía, por encima
de los cánones. En este sentido, Acerina Cruz está entroncada con la poesía de
Tomás Morales y Alonso Quesada, sobre todo el segundo, el autor de Smoking
Room. Sirva de ejemplo el poema «DPTO. DE ESTADÍSTICA» (sic): «Se sabe si una ciudad es turística / no por el número de camas que tiene, / ni por las mesas ni los transfers... /es por número de
fantasmas / que se desvisten en
las lavanderías».
Cecilia
Domínguez Luis, es una escritora muy prolífica que se ha expresado en
casi todos los géneros: poesía, ensayo, narrativa…Por su obra poética desfilan
todos los registros expresivos y temáticos: desde la poesía más clásica, hasta
el poema en prosa, desde lo onírico hasta lo más claro y destellante. No
obstante, posee una voz única que se reconoce entre la multitud. Cecilia cree
que la poesía en sí no tiene género, pero el hecho de que la escriba una mujer
puede aportar nuevos datos y, por tanto, una innovación necesaria y
enriquecedora para el devenir de la poesía futura. Su voz es capaz de producir
desdoblamientos con el hombre, para mostrar en primera persona su maldad: un
loco en Cuaderno del orate, un hombre cínico en La piedra y el obús… Es,
además, una intelectual humanista en todos los aspectos que implica ese sintagma;
es decir, en la palabra y en la acción. Aquí un ejemplo de su poesía: «LA NOCHE / apareció esta vez /
callada. / Sin angustia / ni espera. / Solo la noche: / desnuda, /redonda y
pura, / como el primer grifo / la vida.
La
poesía de Aquiles García Brito se caracteriza por la presencia de un léxico que apunta a la
precisión. Palabra escueta y segura que hace de la elipsis su acicate para que
los instantes y los distintos planos temáticos se encuentren. El hipérbaton
junto a los encabalgamientos cumple la misma función, con el valor añadido del
plegamiento de la imagen en una suerte de yuxtaposición. Y todo esto para la
búsqueda de nuevos sentidos, diferentes a la realidad circundante, sea del
panorama poético o simplemente social. O quizás la realidad misma ahora
renovada con el filtro de la poesía de Aquiles. Nada es por azar o capricho. Un
ejemplo: «EN DOMINGO Y A LAS ONCE// En domingo y a las once oscuras / boya un mar en la
tregua, / lejano, y tenues, / unos candiles próximos. / Sin entender si es
hora o es alegría, / me acuerdo de ese mes, / anotado al reverso […]».
Lucía
Rosa González asegura que «la fuerza del viento, las cabras
atrapadas en el risco, los golpes violentos del mar contra los acantilados de
El Mudo» le agrietan el sueño: «En este estado forzoso de vigilia entendí el
carácter provocador de las palabras para procesar la realidad que la
imaginación interpreta. Vivir bajo las faldas de la Cumbre Vieja me ha
permitido poblar de arquitectura los sueños, menos mal que soñar no es malo; he
intentado borrar los monstruos que de chica me asaltaban (y aún me perturban)
por las veredas de los barrancos; o al revés, crear imágenes inquietantes o no
tras aquellas ventanas cerradas con barrotes por las que inevitablemente pasaba
al ir a la escuela; es decir, disfrazar el miedo», afirma. En estas
declaraciones a la revista Dragaria Lucía Rosa se declara poeta insular que
parte de la naturaleza de su entorno inmediato para escribir sus poemas. No
obstante, su poesía no es meramente evocativa y mucho menos se queda en el
recorte folklórico, sino que los elementos se transforman en símbolos a través
de la palabra buscando, quizás, como decía Rilke, la única patria verdadera que
es la de la infancia. He aquí un fragmento: «PRESAGIOS
// Sobre los días laborables de mi huerta / no hay palabras recientes; /sobre
las provisionales ternuras / de un gusano / me hablan estas hojas amarillas, / los
pájaros de un rato cualquiera […]».
Isa
Guerra. Jorge Rodríguez Padrón en el prólogo de su
libro El discurso del cinismo, donde hace una declaración de
principios respecto a la escritura y, concretamente, la escritura poética,
ve-piensa este espacio como el único y último reducto de la verdad, y
ésta hay que ir a buscarla allí donde reine la ética. Un lugar
habitable—dice—sólo si se mantiene una reflexión crítica. No el
interés, sino el deseo: su motor. La acción despojada, libre. Acción que se
propone despejar las máscaras. La poesía ha de poder manifestarse y
comprometerse sin que la contaminen ambos propósitos. Siempre que se mantenga
independiente de ese hecho externo con el que se compromete, es decir, siempre
que el poeta permanezca en su habitación del decir, y su voz no se reproduzca
hasta la saciedad. Y, de otra manera, cuando el hecho externo, o digamos
histórico, no llene de consignas y límites esa poesía. En estos límites anda la
poesía de Isa Guerra, con el riesgo de quedarse en algún momento a un lado o al
otro.
Antonio Jiménez Paz dice que se plantea la construcción del poemas
más que como un diálogo entre el yo del sujeto lírico y el yo del lector (el
otro polo generador de la creación poética), como un juego de máscaras. Para
ello va de una poesía que acoge el prosaísmo norteamericano a una síntesis
polisémica; pero es como si siempre estuviera construyendo el mismo poema. Un
ejemplo: «AMOR MÍO, / canta ahora. / Hay un
pájaro / examinador / en la ventana».
Maribel
Lacave, con el título de uno de sus últimos poemarios (Mestizada)
define su obra poética y su propia biografía. Con ella está hablando de su
doble condición de mestizaje, pues ahí confluye adhesión al pueblo saharaui, su
condición atlántica insular y, como no, su nueva condición de insular chilota,
pues hace muchos años que vive en una isla de Chiloé. Isleña que emigra para vivir en otra
isla situada entre un archipiélago que contiene miles, cerca del Polo Sur. Su
poesía, que irrumpe de ese doble mestizaje silenciado, también asume su
condición de mujer. Todos estas características le dan un toque muy personal a
la poesía de Maribel que brota gritando solidaridad y se asienta en las raíces
más profundas del espíritu humano. Veamos un ejemplo: «SEÑAS DE IDENTIDAD // Mi voz es la de Eva pecadora, / la misma que alentó mi flecha de amazona / y lloró soledades del castillo cautiva. / La selva oyó el sonar de mis tambores / y los cielos, mis gritos en la hoguera. / Luché contra el francés en Aragón / y contra España en Venezuela. / Soy Penélope fiel y
Mariana Pineda. / Fui judía en un campo de dolor y de muerte […]».
Olga Luis Rivero. Dicen que la esencia de la creación poética,
más que en los preceptos preestablecidos, está en ese balbuceo primigenio de
cuando las palabras empezaban a ser pronunciadas desde la cuna, en ese momento
de la primera infancia en que los sentidos no estaban parcializados o que,
muchas veces, se centraban en el tacto o el gusto.
Entonces, el balbuceo para nombrar, acompañado de la primera caricia materna. Para nombrar esas manos que mecen y producen el placer de lo innombrable cuando todo era inmenso, extraño y asombroso. De ahí que la primera chispa, que el primer Bing Bang de la creación poética, sea la memoria de este asombro, este roce.
Entonces, el balbuceo para nombrar, acompañado de la primera caricia materna. Para nombrar esas manos que mecen y producen el placer de lo innombrable cuando todo era inmenso, extraño y asombroso. De ahí que la primera chispa, que el primer Bing Bang de la creación poética, sea la memoria de este asombro, este roce.
Elsa
López El tema central de la poesía de Elsa es el
amor. No el amor a secas, un amor que regresa con el verso impregnado del olor,
el sabor, el tintineo y el crepitar de los objetos y lugares que rodearon el
acto mismo del amor. También el temor a la pérdida del ser amado y aún más. El
temor a lo desconocido tras ese momento, el miedo al fin o a un comienzo sin
saber hasta dónde y sin tener la llave de esa puerta que se abre a la luz.
Dicho con otras palabras: la destrucción o el amor, pero vistos desde la piel
de una mujer que siente y sabe verter o inaugurar ese sentimiento sobre la piel
del poema. Elsa López es, sobre todo, la reivindicación de la palabra, la
mirada poética que parte de lo más íntimo para describir la realidad más
cercana y universal. Elsa López es melancolía, nostalgia, barcos, océanos,
esperanza y libertad. Elsa López es, simplemente, poesía.
De la
poesía de Luis Ángel Marín Ibáñez dice el poeta Juan Carlos Mestre: «hay una transparencia
auroral que nos devuelve al origen de las cosas, al lugar indescifrable donde el eco inverso de
lo pronunciado retorna a la voz sin boca de la poesía. Lo análogo, la semejanza
entre las visiones del fuego y la ceniza, lo hecho para la pasión de
consumirse, la intensa duración de la brevedad y la perduración de la memoria.
No la música de las esferas ante la usura del tiempo, sino la armonía del
instante vocal ante la circularidad del lenguaje. Así el abecedario del amor
como herencia de algo sagrado, de una desconocida presencia que habita la
gramática del poeta, del iluminado por el relámpago, del acogido al sufragio de todas las estrellas. Un hombre
solo oyendo a otro hombre solo, una rosa de piedra retalleciendo en la fiesta de los muertos».
Olga
Rivero Jordán El estilo de Olga Rivero Jordán es único e irreemplazable,
producto de un mestizaje expresivo y una memoria poética que recorre desde el
primer balbuceo hasta la mayor profundización en el espíritu humano. Su verso
seguro va más allá de los límites académicos de escuelas, generaciones,
movimientos y prosodias. Su ritmo a veces desenfrenado, pero otras encontrando
una armonía extraña que hermana los sentidos, así como el propio cuerpo con los
objetos rutinarios. No renuncia Olga a las asonancias, yo diría que más bien
son resonancias. Tampoco al silencio ni a la música, sobre todo al jazz. Jorge
Rodríguez Padrón compara la poesía y la obra de Olga con la poeta uruguaya
Marosa Di Giorgio, aun sabiendo que no se conocieron ni se leyeron mutuamente.
Nuestro crítico habla de almas gemelas.
HACIA LAS BLANCAS
LLANURAS DEL SUEÑO
Una cuestión fácilmente
apreciable en los poetas argentinos es la memoria literaria, no solo referente
a autores de su país (Borges, Orozco, Pizarnik, Juarroz), sino a la literatura
universal (Lorca, Juan de Yepes, Rimbaud…). Para el que escribe y también para
Héctor Berenguer la poesía no tiene carta de extranjería, los poetas todos
pertenecemos a una patria común que es la lengua española en toda su amplia
gama de diversidad que es precisamente el factor enriquecedor del lenguaje
poético.
El título que abre el
capítulo de los poetas argentinos, «Hacia las blancas ínsulas del sueño»,
pertenece al poema «Los ángeles del mar» del poeta español Antonio Porpetta,
verso que al compilador le pareció una secuencia lógica de «Un día habrá una
isla», del poeta canario Pedro García Cabrera, que introduce el capítulo
referente a Canarias. Esa promesa de la isla Barataria. Imaginemos que La
Mancha es el mar y, después, La Pampa o esas inmensas extensiones de tierra del
tamaño de continentes. Asimismo
[…] Cumplida su misión, vuelan los ángeles
hacia las blancas ínsulas del sueño,
y los ahogados quedan
solitarios y espléndidos
en sus dorados túmulos de arena,
serenos como dioses,
dignos en su
derrota,
esperando que nazca la mañana,
que les cubra la luz,
que jamás les alcance
el frío del
olvido.
Antonio Porpetta, «Los ángeles del mar».
En esa espera, pues,
surgen las voces inconfundibles de 17 poetas argentinos, 9 mujeres, 8 hombres,
unas más claras, otras más coloquiales; pero todas saben que en la derrota,
como en los ángeles de Porpetta, estriba el triunfo de su dignidad y que su
fracaso es hallar la última palabra, pues esto significaría el fin de la poesía
y su trasunta, la vida misma.
Con esa familiaridad del
paisano, vamos a detenernos someramente, pues, en cada uno de los poetas,
siempre partiendo de ese sentido constructivo que a Héctor y a mí nos hermanó
en la tarea de darle un hilo de coherencia y cohesión al libro. A ustedes,
lectores les toca sacar sus propias conclusiones.
Raúl Emilio Acosta,
con una poesía que en cuanto al tono encuadraría entre el existencialismo y el vitalismo, cuando
dice «Pálida y breve la vida no perdona/ y se lleva/ en un viaje/ lo vivido y
lo imaginado», con una suerte de Carpe Diem, pero sin intención moralizante. El
tema predilecto es el amor, desde una perspectiva de lo cotidiano. El poeta
emprende un diálogo con un tú femenino y aquí entra el coloquialismo argentino
tan característico, pero expresado con total naturalidad. El poema «Ponéle» ya
nos dice desde el título.
Una poesía de amplias
miras la de Neus Aguado. Su tema central es el amor; pero desde
una óptica de mujer consciente de su potencial frente al hombre y el sistema
patriarcal. Pero este análisis no solo hace referencia al hombre, sino al ser
humano en general: «…Sainte-Beuve tenía razón: jamás maduramos, / nos pudrimos
por partes». Un estilo teñido con eficaces referentes literarios, pero sin caer
en el culturalismo banal ni salirse del mundo adverso que le rodea.
Héctor Berenguer es un poeta argentino de
Rosario. Poesía como interrogación, pero también como pérdida de identidad o,
más bien, como lucha constante contra ese yo cuyo fin es desaparecer del poema
y de la creación. Poesía escrita que vive en los otros y transciende el papel
para asumir la memoria que va más allá de todo planteamiento antropocéntrico.
Poesía siempre inconclusa, como el mar de Valery, siempre renovándose. Hay
mucho dolor por la muerte, pero el planteamiento de la misma roza con la
filosofía oriental o, más bien, con la percepción de poetas como Octavio Paz y
Borges: la brillantez del día de uno y la noche del otro. Su poesía parte de
una hondura vital que entronca con un diálogo con lo universal que busca el
equilibrio entre el ser humano y la naturaleza que lo circunda. De ahí el
acercamiento a la cultura del Tao que propone el lugar del hombre como un
elemento más de la creación. Esta intención del poeta también se nutre de
aquellas filosofías, como la de Nietzsche, que van más allá de la palabra
poética entendida esta como nominadora de una realidad acartonada por cierto
sistema. El poema ha de ser para Berenguer un instrumento de creación y de
reflexión y, por ende, un ejercicio de memoria personal y colectiva. La poesía
de Héctor, de adscripción heterogénea es también heredera del poder germinativo
de la poesía de Olga Orozco y del objetivismo gestado en la Beat Generation de
la poesía norteamericana.
Dice César Cantoni
que para él la poesía es mucho más que un género literario; es un acto de vida,
algo imponderable que le sucede cuando escribe, una experiencia que trasciende
la mera retórica de la escritura. Por otra parte, como Borges solía decir al
respecto, añade que su función como poeta se limita a escribir lo que «alguien»
le dicta. Sin embargo, nuestro poeta no busca la elevación hacia ningún Parnaso,
sino esa iluminación en lo cotidiano de la memoria: «Ayer vino mi madre
muerta a visitarme. /Vino vestida de entrecasa, con su gastado delantal a
cuadros, /que colgaba de un gancho en la cocina».
Gustavo Caso Rosendi.
Su obra poética se caracteriza en que a partir de un hecho doloroso como la
Guerra de Las Malvinas lo transformara con el paso de los años, a través del
recuerdo y la memoria en un hecho estético, como dice Martín Raninqueo «para
decirnos que, tal vez, se escriba porque se ha perdido una experiencia
inefable, y al escribirla se realiza una experiencia del lenguaje». Con unas
reflexiones de corte existencialista el poeta nos conduce a un temor que linda
con la poesía de Borges. Temor fundado en el poema, «A que en la oscuridad / no
hubiera nadie». Lean un ejemplo:«CUANDO CAYÓ EL SOLDADO VOJKOVIC /dejó de vivir el papá de Vojkovic /y la mamá de
Vojkovic y la hermana / También la
novia que tejía / y destejía
desolaciones de lana /y los hijos que nunca / llegaron a tener / Los tíos los abuelos los primos / los primos segundos / y el cuñado y los sobrinos / a los que Vojkovic regalaba chocolates / y algunos vecinos y unos pocos /amigos de Vojkovic y
Colita el perro / y un compañero
de la primaria / que Vojkovic
tenía medio olvidado / y hasta el
almacenero /
a quien Vojkovic / le compraba la yerba / cuando estaba de guardia […]»
Dice el mismo Teuco
Castilla que es más fácil sacarle un huevo a un águila que sacarle Salta
a él, pues ese es el lugar donde descubrió por primera vez el universo. Poeta
andariego, ha recorrido los cinco continentes con su voz, tal como don Quijote
con su adarga, en ristre. Voz arrolladora que, según la crítica argentina,
ojalá pudiera trasladarse al papel de la escritura. El que escribe piensa que
hasta cierto punto lo ha conseguido, pues su poesía llega tanto a los
pueblecitos más recónditos como a las academias más selectas. Escuchemos-leamos
un fragmento de un poemas dedicado al poeta fallecido Joaquín Giannuzzi y a
Libertad Demitrópulos: «[…] Lleva una luz que la luz no toca / No se
detiene/ porque todo lo atraviesa. //Lo dan al río. Se lleva/ el agua sus
cenizas». Buscando afinidades en
Canarias, nuestro Luis Feria diría: «Destino de la luz nunca te acabes».
Néstor Luis Fenoglio. Su poesía se inclina hacia una memoria de la infancia, según
dice Rilke, la verdadera patria de la poesía. Ahí aparece la madre («Madre oscura/que vagas con un zapato solo/por todas las
habitaciones, /dueña del rouge en la cara, /apaga ya las señales /que te
persiguen»). También ese fantasma del niño que
fue junto con toda la geografía circundante, no precisamente en sentido
evocador, sino punto de una reflexión que se proyecta hacia el presente de la
escritura poética.
Celia Fontán es una
poeta que busca su centro de forma manifiesta. De ahí su referencia a lugares y
objetos: Bucarest, automóviles, etcétera. La alusión a la frontera en el poema
homónimo no sólo hace alusión al lugar geográfico o imaginativo entre el sueño
y la vigilia, sino al mismo lenguaje que utiliza Celia, lenguaje femenino
fronterizo entre el interior de la intimidad femenina y un lenguaje impositivo
del patriarcado. Aquí un fragmento del poema «Elizabeth Siddal»: la rozará infanta en ese Averno /o santa, en otro
círculo y a salvo, / cruce la linde de ese fuego y fugue/a un cielo suyo, a un
arte sin su parte /de cuerpo naufragado, /de nenúfar.
En Susana
Giraudo todo es susceptible de transformarse en poesía. En su obra
influyen todo tipo de temas actuales, poéticos y extra poéticos. Incluso puede
abarcar la voz de aquellos que no hablan. Pertenece a una generación que,
al cambiar de movimientos, piensa que el principal límite que habría que
superar es el de los dogmas y determinadas costumbres que van quitando la
espontaneidad y libertad de la expresión poética. De esta manera Susana gana en
profundidad y precisión. Miren su poema «Hambre»: En sus manos
/ la sombra. / Un pájaro gris/ tizna / la densidad /del aire. // En los
ojos/ un perfil de mujer / talla el fanal /que lo ilumina. //En la boca sabor
a migajas / temblor y / hambre.
La poesía de Nora Hall
es eminentemente intimista; sin embargo, desde esa óptica, aspira (y lo
consigue) a un diálogo con lo universal. Si tuviera que hermanarla con alguna
poeta canaria de Islas al Sur, esa candidata sería Acerina
Cruz; pues ambas poetas, desde su visión íntima femenina tratan la temática del
turismo. Por ejemplo, Nora en el poema «Tienda de souvenirs». Léase un
fragmento: «mientras habla de estaciones sin
nombre /con andenes interminables /escaleras exageradas /abrazos //Y la turista
corre / sujetándose el sombrero enorme /para que el tiempo no se lo arrebate».
Florencia Lo Celso, su
poesía en diálogo con la memoria poética de Roberto Juarroz, nos propone «mirar
en ese punto que congrega y nos pregunta» y como una cortina, descorrer las
formas «para aprehender el simulacro». En el otro extremo, diálogo con Neruda
para encontrar su propia sed. Poesía que se plantea la arquitectura del verso,
desde la simplicidad y a riesgo de caer en la nada, de ahí su apoyatura y a la
vez enfrentamiento con los maestros.
Guido Martínez Carbonell
canta a Rosario, desde la intimidad, desde la memoria y desde ese momento
de poetizar su entorno que es para nuestro poeta que una sucesión de instantes
vitales. Su descripción lírica está muy próxima al haiku: «ME GUSTA LA CASA /cuando queda / sola, ese sol / desocupado /que entra /por la ventana».
La poesía de Graciela Maturo va de lo más clásico de Garcilaso a
lo más moderno de Olga Orozco. Entre lo más reflexivo y lo más coloquial, pero
siempre fiel a ritmo y musicalidad del verso. Su poética parte de una
experiencia vital que se reencuentra con otra experiencia de lectura. Poemas
como «El mar mece sus tumbas» resumen esta breve reseña. Leamos un fragmento: «Nadie
conoce el juego. / De mi mano / cae la pura arena, irrecobrable. /Miro la luz
que crece en cada grano / sola, mientras espero / las dádivas del mar».
De Antonio Tello
afirma el poeta y traductor Carlos Vitale que es un poeta que arriesga, que no
se conforma. Como el Sísifo de Camus sube la montaña cargando la loza de su
poesía y cae y vuelve a levantarse y otra vez a empezar el ciclo. La poesía
como ciclo solar y vital a un tiempo. Una poesía que asume los riesgos y, por
tanto, ambiciosa, aunque tan solo sea por llegar a la palabra poética. Ya lo
anuncia en el primer poema seleccionado de la presenta antología. ADVERTENCIA//
¡Ay del pastor que alza su cayado y atribula al cordero inerme! /¡Ay del
pastor que fundamenta al rebaño armado!//¡Ay
de la paloma que zurea en la sílaba del olivo!
En la poeta Ada Torres
hay un desbordamiento del verso que caracterizan su respiración, es decir,
su manera de decir de instantes sincopados que van más allá de esos momentos
vividos y así profundiza en los amplios bosques de la expresión poética con la
seguridad de que su poesía no va a llegar a certeza alguna, sino a desvelar las
incertidumbres que posee el sujeto lírico femenino y, por tanto, el ser humano:
«Esto no ha de
seguir así todas las cabezas lo
saben hallada la zona ingrávida habrá
suelta y cada cabeza llevará su
cuerpo a rastro de cometa ondeando al fin como cabo desatado».
En
Beatriz Vignoli, según
sus propias palabras, existe una cierta desesperación existencial que la
impulsa a buscar significantes y ordenarlos a partir de todo tipo de lecturas,
no solo literarias. Vean en este fragmento del poema «Lo gris en el canto de
las hojas»: El problema
es la grasa, la grasa de los muertos que queda en las cosas que tocaron:/ las
asas de madera, lo gris en el canto de las hojas/ del libro de cabecera o la
guía de transporte urbano.
Lidia Vinciguerra. Dice
la filósofa española Beatriz Preciado que la Revolución Francesa y su
Declaración de Derechos Humanos resumidos en Libertad, Igualdad y Fraternidad
fue una revolución burguesa y solo para el hombre, pues este queda en el foro
de la política y la mujer relegada en la casa, con lo que el contrato social es
realmente un contrato sexual en el sentido de división de la sociedad por
géneros. A mi entender este es el tema que trata Lidia, al menos en los poemas
presentes en esta antología: el papel de la mujer y, junto a lo dicho, el reconocimiento de su
cuerpo femenino (cuerpo también del poema): Y sucede que es un tiempo /de señales.
/ Ella ni siquiera presiente /el salto materno. /El útero dividido. / El éxodo
de un verano / que aflige en el vacío. / Y de otro / nombrado por la siembra. /
Así el afuera. Desvelado y definitivo. //Así la casa / graba /sus tribulaciones
/ y huérfana de sanguíneas mitades / pulsa su indolencia.
Gáldar, Islas Canarias, diciembre de 2019
[i] García Cabrera, Pedro, «El hombre en función
del paisaje», La Tarde, Santa cruz de Tenerife, mayo de 1930.
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