JUICIO AL PROCÉS: LA GRAN
BATALLA DEL RELATO
ALFONSO PÉREZ MEDINA
En la plaza de la
Villa de París de Madrid, entre el Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional, la
Policía ha dispuesto varias hileras de vallas, unas casualmente amarillas y
otras de color azul, que marcan el perímetro de la colosal batalla que se va a
vivir a partir del 12 de febrero en el juicio en el que se trasladará a la
opinión pública el relato de lo que ocurrió en Catalunya en los meses de
septiembre y octubre de 2017.
Será, como en la
batalla del Abismo de Helm que enfrenta en el Señor de los Anillos a elfos,
orcos, huargos, dunlendinos y uruk-hai, una lucha cruenta a múltiples bandas.
En ese doble tablero judicial y político, se juega su crédito la Justicia
española pero también se dirime la unidad del independentismo y buena parte de
los inminentes procesos electorales a los que se supeditará la continuidad del
Gobierno de Pedro Sánchez.
La batalla del
relato, que es la que verdaderamente se va a librar en los próximos meses, la empezaron
a ganar los independentistas el 1 de octubre cuando el mundo entero presenció
cómo los antidisturbios de la Policía Nacional golpeaban a la gente concentrada
en los colegios electorales. Esas imágenes, ofrecidas en directo, sepultaron a
las que demostraban que el referéndum se celebró sin ninguna garantía
democrática, en una suerte de estrafalario carnaval en el que todo aquel que
quería podía hacerse selfies votando una, dos, tres, cuatro y hasta cinco
veces.
El Tribunal
Supremo, tocado en su credibilidad por la lamentable gestión de la crisis de
las hipotecas y cuestionado hasta el extremo por los independentistas, se
esfuerza en trasladar a la opinión pública que los acusados tendrán un juicio
justo y con todas las garantías y que su desarrollo no necesita de observadores
internacionales, como sucede en países tercermundistas, porque las sesiones
serán transmitidas íntegramente por televisión e internet desde que se declare
la "audiencia pública" hasta que se pronuncie el "visto para
sentencia".
Frente a ese relato
que ve el juicio como una oportunidad para demostrar que la Justicia española
no tiene nada que envidiar a la de los países más desarrollados del mundo, el
independentismo está enfrascado ya en un discurso que equipara a España con democracias
fallidas, que denuncia la vulneración sistemática de derechos fundamentales y
la persecución de la disidencia, y que presenta el juicio como una
"farsa" montada por la "derecha judicial" en la que la
sentencia condenatoria está ya escrita.
Pero lo cierto es
que los siete magistrados que decidirán la suerte de Oriol Junqueras, Carme
Forcadell y el resto de líderes independentistas que comparecerán en el primer
juicio por el 'procés' componen un tribunal ideológicamente equilibrado, en el
que los contrapesos entre conservadores y progresistas se han dejado ver en el
intenso debate que se ha librado durante días para cerrar la lista de testigos
que comparecerán en el juicio, escoger una fecha de señalamiento que respete el
derecho de defensa o permitir que los acusados puedan expresarse en catalán.
A ello hay que
sumar que cada decisión que ha tomado el tribunal será examinada primero por el
Constitucional y, finalmente, y ahí es donde se librará la batalla final, por
el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Al final, España será juzgada en
Estrasburgo por las controvertidas decisiones que se han adoptado en un
procedimiento instruido a toda prisa con la finalidad de suspender a los
diputados en sus funciones en cuanto fueran procesados, en aplicación de un
ambiguo artículo de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. El juez instructor,
Pablo Llarena, impidió que los electos que estaban encarcelados pudieran
desplazarse al Parlament para tomar posesión de sus cargos, al tiempo que envió
a prisión a Jordi Turull entre las dos sesiones en las que se sometía a su
propio debate de investidura. Además, la propia sala de enjuiciamiento ha
impedido que los procesados puedan acudir a una comisión de investigación
puesta en marcha por un parlamento democrático con el argumento de evitar una
suerte de juicio paralelo al que se celebrará en el alto tribunal.
La batalla también
será intensa entre las propias acusaciones, divididas en el 'Team Rebelión',
que encabeza la Fiscalía, y el 'Team Sedición', abanderado por la Abogacía del
Estado. Los fiscales mantendrán el discurso duro que puso negro sobre blanco el
entonces fiscal general que presentó la querella, José Manuel Maza, y
argumentarán que los independentistas protagonizaron un alzamiento violento
contra el Estado cuyo verdadero líder era Oriol Junqueras, elevado a la
categoría de jefe supremo en ausencia de Puigdemont. Los abogados del Estado, a
las órdenes de Moncloa, rebajarán ese relato e intentarán hacer ver que los
socios de Sánchez en la moción de censura contra Rajoy impidieron el
cumplimiento de la ley levantándose tumultuariamente, pero sin violencia, y
provocando, todo lo más, desórdenes públicos aislados. La acusación popular de
Vox utilizará el juicio como altavoz político de cara a las municipales y las generales,
y combinará su inquina hacia los "golpistas" con la reprobación a
populares y socialistas por no haber sabido hacerles frente.
La última pelea, no
menos intensa que las anteriores, será la que se libre en las propias filas del
independentismo. A la refriega cada vez menos disimulada entre Puigdemont y
Esquerra le ha dado chispa esta semana Oriol Junqueras, al recordar en una
entrevista en Le Figaro que, a diferencia del convecino de Waterloo, él optó
por imitar a Sócrates, Séneca y Cicerón y asumir las consecuencias de sus
actos, cuando podría haber huido. En la sala de vistas también confrontarán las
defensas ideológicas de Junqueras, Romeva, Sànchez, Rull o Turull, que pondrán
en escena los mensajes cocinados en las direcciones de Esquerra, la Crida y el
PdeCat, con las más técnicas y posibilistas de Forn, Mundó o Vila, que
ajustarán su discurso a lo jurídico y tratarán, en lo posible, de minimizar los
daños y las penas que dejará la batalla.
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