jueves, 3 de diciembre de 2015

La misma ceniza que han creado

La misma ceniza que han creado

GUILLERMO DE JORGE
La sangre vuelve a ser en Oriento Medio el regalo de Navidad.  Odio y más odio, repiten, mientras que las yugulares de los palestinos y las de los israelíes siguen desafiando a la muerte con más hambre de venganza. Ahora ya es demasiado tarde para hablar de los cadáveres. Los muertos de ahora han sido y serán los muertos de siempre. Y dudo que estas palabras lleguen ha entenderse en su más amplio significado por aquellos que realmente lo necesitan.
La legitimidad de un pueblo a ser libre y a vivir en paz no pasa forzosa o necesariamente por la imposición de la fuerza y del odio a todos aquellos que consideran inferiores o enemigos de la falacia doctrinal. Porque en todo conflicto, sea ideológico, físico o religioso existe una necesidad de demostrar una supremacía, ya sea a nivel lingüístico, o a nivel económico o a nivel intelectual. Lo importante es buscar una razón que avale la opresión hacia un grupo étnico o hacia un grupo social: os lo puedo asegurar. Y existe gente que sólo busca una razón o una mínima motivación que le legitime para poder llevar a cabo las mayores atrocidades de la historia.
Estamos en un mundo globalizado donde una acción a miles de kilómetros puede desencadenar acciones en el otro extremo del mundo. Y sin embargo, pensamos que sentados cerca de nuestro televisor y proclamando los más de los hermosos y divinos dogmas sobre el ser humano y sobre la paz todo alrededor se va a acabar. Me temo, mi querido lector, que nada de eso sucederá. En nuestro medio más cercano quizás sí, pero con mucha tesón y mucho sacrificio -tenemos suerte de vivir y convivir en un estado democrático que muy a pesar de muchos se siguen defendiendo los derechos y deberes de los ciudadanos-. Sin embargo, en Oriente Medio existe demasiado rencor para poder esclarecer las ideas y tomar una decisión adecuada: existe demasiado odio y miedo.
El dolor no tiene límites, afirmo. La ONU se encuentra maniatada ante una situación en la que nadie quiere verse inmiscuido, ni en un lado,e l más fuerte, ni en otro, el más peligroso: el resentimiento es tan fuerte que parece imposible atisbar un ábside de cordura entre tanta locura y tanta muerte. Sabemos que el pequeño David amanece agazapado con su onda entre las manos del sueño y no queremos ser los primeros en despertarlo.

Aquí, en la ciudad, los mustios coches en la madrugada atacan el desfiladero del aire en busca de una razón que les devuelva a la vida. Los semáforos, junto a los hombres, tiritan ante la adversidad de la crisis.
Veo en los periódicos, otro día más, la agónica angustia de los hombres en la tierra de dios con las torpes e inútiles ganas de morir: yo tuve la razón, se dirán, mientras sus cuerpos inertes son enterrados en una fosa y, poco a poco, sus restos se van convirtiendo en la misma ceniza que han creado.



                                                                                         

                                                                                                   Guillermo de Jorge

                                                                                                      @guillermodejorg


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