EL PASEO
DUNIA
SÁNCHEZ
En el mundo, somos eso, polvo interestelar nacido de las estrellas. Puede ser que nos miremos al espejo y estamos o no, una realidad que se curva en sentido desconocido hacia calles donde la noche murmura los gritos de la soledad . Y, sin embargo, el fin de la vida llega. Sí, llega para unos lentos, para otros con la celeridad de no haber consumado el beso de los sueños. Todos tenemos que fallecer, palidecer, frío metálico que nos invierte en otro destino. Y ese destino se consuma en el universo. Un halo de nuestra energía da sombra a los colores de las jornadas, andamos en una atmósfera indómita donde nuestra presencia se hace vacío. Y después, no lloran, en el olvido, en el silencio de nuestras manos, de nuestras palabras. Conversamos con el derivar de los años cual será nuestro final y no atinamos, nos poseemos de cosas triviales, de discusiones absurdas. Y , sin embargo, el fin de la vida llega.
Una sobrecarga se instala en nuestros hombros, la pesadez de saberlo nos produce cierto tremor y miramos , desde aquí, desde la isla, lo infinito de las mareas. Inducimos a sostenernos sobre la ida y venida del oleaje conversando con nuestro corazón, con nuestra razón con las ballenas. Un faro se distingue en la bahía. Siglos y siglos rotando sobre si mismo. Siglo y siglos empecinado en ser guía de las embarcaciones llegadas al final de su camino. Y, sin embargo, el fin de la vida llega. Cara a cara, en el ultimo aliento, en esa cura que no llega. Nuestras pisadas se hacen polvo interestelar, sonar de otras almas que vienen a nuestro encuentro. Y no nos reconoceremos, algún atisbo en esa memoria de vida pasadas. Pero, donde, como , cuando. Todo se vuelve mágico, oculto, misterioso en este nuevo nacer, nos apoderamos de una sabiduría ya anciana y recurrimos a otro curso en esta nueva existencia. Y seguimos aquí, aunque el fin de la vida llegue. Ando por calles empedradas, la vieja Vegueta aspira de mi espíritu y siento la calma, una paz en sus viejas aventuras. Observo y no sé por qué una religiosa encima de un burro, triste, condenada por la inquisición en esos siglos de oscuridad de la isla…de la isla. En el sendero de su condena, el garrote le espera. Culpable de un desliz , de un deseo humano que la entregaba a noches sonoras de deseo y pasión. Ella no flaquea, pálida con la cabeza bien alta escucha el hazmerreír de la sociedad en ese momento, en ese instante, que no ese momento podemos trasladar este caso a otras culturas que no son culturas sino maneras dictatoriales de pensar, maneras engarrotadas y oprimidas de desatar su malevolencia. Hacia la plaza se dirige, ahí donde la catedral congrega ciento de gentes olisqueando su fin. Y será su fin. Ella mira el cielo, no pide suplica, se deja llevar por esa masa agreste, yerma a su vida. Y al final , la muerte. Sí, la muerte provocada por las ideas aberrantes, aborrecibles, idiotas de una sociedad. Y , sin embargo, no es el final de la vida. Su espíritu ronda como caída ala en cada mirada de odio, de retorcidas intenciones. Ahí, está, absorbo su aliento cuando cruzo la plaza, su imagen ante mí se hace presente. Y este presente que no es presente sino el ayer vuelve, retorna cíclicamente. Y solo eso, polvo interestelar congregado en cada piedra, en cada adoquín de esta pequeña ciudad. Se escucha el sonido de la mar. Se escucha las campanas que doblan a su muerte inesperadamente. Atenta , escucho. Atenta, observo ese ayer como parte del hoy en otros pueblos. El humano tiene un retroceso en aquellos. Sin embargo, todo tiene su final, repetitivo, cíclico que nos hace girar en los mismos errores hasta el fin, hasta el nacimiento de la nueva vida.
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