LA IZQUIERDA
FRANCESA VUELVE A LAS ANDADAS
El Partido Socialista se desmarca de sus socios del Nuevo Frente Popular y
se opone a la censura del Gobierno de François Bayrou. Una primera divergencia
que puede desembocar en una división más profunda de la alianza progresista
ENRIC BONET PARÍS ,
Olivier Faure junto a otros miembros del PS, durante
un acto el 20
de noviembre. / Cuenta de FB de Olivier Faure.
Apenas
han pasado 217 días entre estos dos momentos icónicos para la gauche.
Cuatro días después de la temeraria decisión del presidente francés, Emmanuel
Macron, de convocar elecciones anticipadas, las principales formaciones
progresistas (Francia Insumisa, Partido Socialista, los verdes y los
comunistas) anunciaron el 13 de junio el acuerdo para unirse bajo las siglas
del Nuevo Frente Popular (NFP). “Estamos escribiendo una página de la historia
de Francia”, presumió entonces el líder de los socialistas, Olivier Faure. Los
hechos ocurridos en las semanas siguientes le dieron la razón. El NFP no solo
evitó una victoria de la ultraderecha, sino que terminó primero en esos
comicios. Siete meses después, sin embargo, esa coalición se encuentra al borde
de la ruptura.
Por primera vez desde el inicio de esta legislatura en una muy fragmentada Asamblea Nacional, los diputados de izquierdas no han actuado al unísono en una votación trascendente. El Partido Socialista (PS) se desmarcó de sus aliados el 16 de enero y no apoyó la moción de censura contra el Gobierno de François Bayrou. La Francia Insumisa (afines a Podemos o Sumar), los verdes y los comunistas la habían impulsado en respuesta a la negativa del veterano primer ministro, de 73 años, de someterse a un voto de investidura. En el caso de Francia no resulta obligatorio, y en el caótico segundo mandato de Macron se ha convertido en casi una norma que el Ejecutivo no sea investido por el Parlamento.
“Creo
que estamos vislumbrando otro camino para el acuerdo y para que construyamos
otro futuro”, destacó Bayrou durante el debate de esa moción. El histórico
líder del MoDem –uno de los tres partidos que componen la alianza macronista–
puede vanagloriarse de haber dividido a la izquierda apenas un mes después de
su nombramiento. Y eso que ha formado un gobierno con un perfil y unas
directrices ideológicas casi idénticas a las del anterior Ejecutivo de Michel
Barnier, obligado a dimitir el 5 de diciembre debido a una moción de censura,
votada por el conjunto de la izquierda y la extrema derecha de Marine Le Pen.
Bayrou
“no modifica” las políticas de Macron
Pese
a la moción del mes pasado, la primera exitosa en el país desde 1962, Bayrou ha
reproducido la misma coalición gubernamental que impulsó Barnier: una alianza
entre el macronismo y la derecha tradicional de Los Republicanos. La principal
novedad ha sido la recuperación de experimentados políticos, entre los cuales
hay varios de los dirigentes más criticados estos últimos años por la
izquierda. Es el caso de la ex primera ministra Élisabeth Borne (ahora al
frente de Educación); del ex de Interior y ahora en Justicia, Gérald Darmanin;
y del inefable Manuel Valls, que ahora lleva las riendas del complejo
Ministerio de Ultramar. También ha mantenido al frente de Interior a Bruno
Retailleau, al que la ultraderecha felicitó por hablar su mismo lenguaje.
Además,
el primer ministro ha retomado la apuesta dura por la austeridad. “Vamos a
reducir en más de 30.000 millones de euros el gasto público”, indicó la
ministra de Finanzas, Amélie de Montchalin, en una entrevista para la cadena
TF1 en que presumió de que “se trata del mayor esfuerzo en los últimos 25
años”. El Ejecutivo ha rebajado su objetivo de reducción del elevado déficit
público y ahora espera pasar del 6,1% en 2024 a un 5,4% al final de este año.
Eso no ha evitado que prepare unos recortes XXL, si logra sacar adelante unas
cuentas públicas que ya le costaron la cabeza a Barnier.
Bayrou
“no ha modificado las políticas” de Macron “y las concesiones al PS han
resultado realmente mínimas”, considera el politólogo Pierre Nicolas-Baudot,
investigador en el CNRS, el equivalente galo del CSIC. El líder del MoDem no es
el mejor orador de la política francesa y así se evidenció el 14 de enero con
un discurso de política general más bien soporífero. Pero sí que se trata de un
astuto estratega, que detectó las ganas de los socialistas por desmarcarse de
la Francia Insumisa. Logró que estos no lo censuraran a cambio de unos pocos
retoques. Y su continuidad como responsable del Ejecutivo no depende solo de la
Reagrupación Nacional (RN, extrema derecha), como le sucedió a Barnier.
Las
organizaciones de trabajadores, que se unieron en 2023 para oponerse a esa
impopular reforma, corren el riesgo de salir divididas de esa mesa social
Los
socialistas rebajan sus exigencias
A
diferencia del otoño en que el dirigente conservador acabó atrapado en una
subasta con Le Pen, “ahora el que se ha hecho el duro en las negociaciones ha
sido Bayrou. Hemos tenido la sensación de que el PS ha rebajado sus exigencias
iniciales y ha aceptado no censurarlo a cambio de aceptar medidas que hasta
hace poco consideraban líneas rojas”, explica el politólogo Jean Petaux.
Durante el verano, las formaciones del Frente Popular se mantuvieron unidas
bajo una consigna clara: pedían a Macron que nombrara como primera ministra a
la alta funcionaria Lucie Castets. Era una reivindicación basada en la
tradición de la Quinta República de que gobierna el partido con más diputados.
Después
de que el presidente vulnerara esa lógica democrática e impidiera al NFP que
intentara gobernar, los socialistas aseguraron que censurarían cualquier
Ejecutivo que supusiera “una continuidad del macronismo”, cuyas políticas
neoliberales han sido rechazadas en la calle y las urnas durante los últimos
años. Eso significaba que se oponían a cualquier g obierno que no quisiera
derogar el aumento de la edad mínima de jubilación de 62 a 64 años (con 43 años
cotizados para recibir una pensión completa), adoptado en 2023 pese a una
sucesión de multitudinarias manifestaciones sindicales, sin votación
parlamentaria y a través del decretazo del 49.3.
El
PS rebajó de nuevo esa petición y en diciembre ofreció un acuerdo de no censura
a Bayrou. ¿Cuáles eran sus condiciones? La suspensión de la reforma de las
pensiones y renunciar al uso del 49.3. Aunque el primer ministro ha rechazado
esas dos exigencias, ha logrado por ahora la neutralidad de los socialistas.
Estos se han conformado con la última propuesta del dirigente centrista, que
parece un regalo envenenado para la izquierda.
Esta
consiste en una mesa social sobre la financiación de las jubilaciones entre los
sindicatos y la patronal, bajo unas condiciones estrictas y poco favorables a
las reivindicaciones sindicales. En esa negociación “la patronal dispone de un
derecho de veto” y esta no quiere renunciar a la subida hasta los 64 años,
sostiene Nicolas-Baudot. “Bayrou intenta romper la unión política de la
izquierda, pero también la sindical”, afirma el analista Pablo Pillaud-Vivien,
redactor jefe de la revista progresista Regards. Las organizaciones de
trabajadores, que se unieron en 2023 para oponerse a esa impopular reforma,
corren el riesgo de salir divididas de esa mesa social.
La
dirección del PS no quiere que la profunda crisis en el país desemboque en una
dimisión de Macron y unas presidenciales anticipadas
Una
censura “es posible en cualquier momento”
“No
hay ningún pacto de no censura y un voto de censura es posible en cualquier
momento”, aseguró el secretario general del PS, Olivier Faure, durante el
debate en el hemiciclo del 16 de enero, reconociendo de manera implícita las
pocas concesiones obtenidas por su formación. Por ese motivo, abrió la puerta a
que su partido se sume a la posición de sus aliados y apueste de nuevo por una
oposición frontal al Ejecutivo. La prueba del algodón tendrá lugar en febrero o
principios de marzo cuando intente sacar adelante la ley presupuestaria de este
año, probablemente a través del 49.3, que permite adoptar un texto sin una
votación parlamentaria.
“Gracias
a la decisión de ayer (16 de enero)” de los socialistas de no censurar al
Gobierno, “tendremos unos presupuestos”, destacó, en cambio, el ministro de
Economía, Éric Lombard. El exdirector de la Caja de Depósitos (un banco
estatal), que militó en el pasado en el sector rocardista del PS –el
equivalente galo de la Tercera Vía de Tony Blair–, ha sido uno de los artífices
del incipiente acuerdo de no agresión entre el macronismo y los socialistas.
Sus buenas relaciones con Faure han contribuido a ello, a pesar de que Lombard
encarna el pasado de una formación de centro-izquierda adepta al
neoliberalismo.
Tras
haberse desmarcado desde 2017 de ese legado, simbolizado por la decepcionante
presidencia de François Hollande (2012-17), y haber apostado por una línea más
radical y partidaria de la unidad de la izquierda, el último volantazo del PS
ha generado cierta estupefacción. Ocho de sus 66 diputados (de un total de 577)
votaron a favor de la moción de sus socios insumisos, verdes y comunistas. “No
se debe culpar a la izquierda de haber creado el caos, sino a Macron que impuso
una reforma de las pensiones que nadie quería y aprobó una ley migratoria que
incluía medidas vergonzosas”, aseguró la diputada socialista Fatiha
Keloua-Hachi, que apoyó la censura, en declaraciones al digital Mediapart.
“No
habrá una candidatura única de la izquierda en las próximas presidenciales”,
explica Nicolas-Baudot
¿Se
romperá la unidad de cara a las próximas presidenciales?
El
giro del PS se debe tanto a motivos de coyuntura como de estrategia de la
formación y de su vida interna. Por un lado, su dirección no quiere que la
profunda crisis en el país –hasta cuatro primeros ministros distintos el año
pasado– desemboque en una dimisión de Macron y unas presidenciales anticipadas,
básicamente porque no cuenta con un candidato para esos comicios. Por el otro,
Faure ha respaldado las tesis del ala derecha de su partido, partidaria de una
negociación con el macronismo, abanderada por Hollande y la alcaldesa de París,
Anne Hidalgo, para intentar neutralizar las críticas internas y mantener su
cargo en el congreso que celebrarán este año los socialistas.
Según
Petaux, “la agenda política del PS resulta casi idéntica a la del macronismo”,
ya que “ambos rehúyen la inestabilidad” y quieren ganar tiempo. Si saca
adelante los presupuestos, Bayrou tendrá casi garantizado llegar hasta el
verano. A partir de ese momento, Macron podrá convocar de nuevo unas
legislativas anticipadas.
El
último volantazo de los socialistas representa la semilla de una vuelta a las
andadas de la izquierda francesa
Su
decisión de desmarcarse del Frente Popular “refleja un cambio de estrategia del
PS que quiere separarse de manera progresiva de la Francia Insumisa”. Es el
fruto de la conclusión de que “no habrá una candidatura única de la izquierda
en las próximas presidenciales”, explica Nicolas-Baudot, experto en la
socialdemocracia. Con su apuesta por forzar la dimisión de Macron y preparar
una nueva candidatura de Jean-Luc Mélenchon para las próximas presidenciales
–sería la cuarta vez que se presenta–, los insumisos también han contribuido a
esta incipiente ruptura del Frente Popular. Tampoco ayuda a la cohesión de la
alianza su negativa a unas primarias de la izquierda para elegir al
presidenciable del bloque.
Aunque
nada es definitivo, el último volantazo de los socialistas representa la
semilla de una vuelta a las andadas de la izquierda francesa. Alimenta la
posibilidad de repetir el error de la división que contribuyó a que se quedara
fuera de la segunda vuelta en los comicios presidenciales de 2017 y 2022,
y obligara a sus votantes a elegir entre lo malo y lo peor.
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