DE NIÑA A HEREDERA
MARTA NEBOT
Si pasar de niña a
mujer es difícil, pasar de niña a princesa heredera debe ser terrorífico.
Leonor hoy ha dado ese salto no mortal, pero desde luego sí con pirueta. El día
de su cumpleaños, mientras los demás niños se disfrazan de muertos para
celebrar Halloween en los colegios, ella ha hecho de heredera por primera vez.
Para eso leyó la Constitución en el Instituto Cervantes, junto al presidente
del Gobierno y representantes de las Cortes, el Tribunal Constitucional, el
Supremo y más grandes figuras. Hoy se le juntan muchas efemérides, una gran
responsabilidad y, probablemente, una enorme empanada mental como a todos los
adolescentes.
Hace 13 años nació,
hace 40 se aprobó la Constitución y hoy les toca a las dos dejar de jugar al
truco o trato con sus amigos para hacer otros trucos y tratos.
Leonor soportó el
besamanos con su hermana; su madre y su padre les explicaban quiénes eran esos
señores y señoras que les apretaban la mano. Después se sentó entre su padre y
el presidente del Gobierno, en vez de entre su madre y su hermana. Cuando el Rey
terminó de leer el preámbulo de la Carta Magna, esa especie de carta a los
Reyes Magos, le hizo un gesto para que subiera al estrado y ella obedeció con
sigilo, como si no quisiera ser vista, deslizándose sobre la moqueta roja. Le
pusieron una pedalina, la escaló, y leyó tranquila, sin equivocarse, incluso,
levantando la mirada orgullosa en la última frase, la más importante.
Las primeras
palabras que pronunció en su vida pública fueron las del artículo 1 de la
Constitución: “España se constituye en un Estado social y democrático de
Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la
libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”; “La soberanía
nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”; y
“La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”.
Frente a tanta
certeza se le aparecerían, quizá, ciertas preguntas: ¿Empiezo a ser heredera leyendo una
Constitución sálica que solo me acepta porque no tengo un hermano? ¿Empiezo
homenajeando un documento imperfecto, de cuya imperfección yo soy el ejemplo
perfecto? ¿Empiezo defendiéndonos a nosotros, la monarquía, desde mi primera
aparición? ¿No es poner el burro delante ande o no ande? ¿No es un por mí y por
mis compañeros pero por mí primero? Más allá de sus dudas, si las tiene, más
allá de lo que pueda saber y pensar una niña de trece años, más allá, está lo
que ya se ha hecho con ella.
Leonor, cuya
intimidad fue resguardada con fiereza, ya tiene una imagen pública manchada antes
de que hoy apareciera. Nadie quedó indiferente a esas imágenes provocadas entre
la reina y la exreina. Fue una comedia
increíble: saliendo de misa por el pasillo central, vimos a una niña soberbia
rechazando airada el brazo cariñoso de su abuela ante una multitud y cámaras,
mientras su madre le reía la gracia. Su madre, que había evitado con su cuerpo
la foto con sus nietas que la abuela perseguía.
La escena fue tan
espontánea como verdadera y lo fue tanto como falsa fue la que dos días después
nos mostró a su madre abriéndole la puerta del coche a su presunta querida
suegra.
Pero más allá de
esas imágenes, quizás Leonor, en la rebeldía natural de todo adolescente, en su
búsqueda de salida al aburrimiento del acto de hoy, mientras le leían ese libro
entero, se reía pensando que podría ser toda una señal que le tocara leer una
Constitución enferma, por no curarse de sus males, el día en que los niños
celebran a los muertos. Lo mismo, en la tendencia trágica de todo púber, se ríe
de la muerte de la Constitución y de la Corona. A su edad ya debe saber que su
tío está en la cárcel, su abuelo puesto en duda, su padre criticado y su
monarquía en el aire.
O quizás, Leonor
sea demasiado niña para preguntarse nada y solo se ha sentido orgullosa por
haber cumplido con algo que no entiende pero que a los suyos les importa.
Cuando ha bajado del escenario, su padre le ha pedido que besara a su madre y
lo ha hecho. La estampa ha quedado preciosa.
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