DE LA ORATORIA CONSIDERADA COMO
UNA DE LAS BELLAS ARTES
DAVID TORRES
Ayer en el Congreso
de los Diputados se perdieron las formas, que es una cosa que suele pasar
cuando antes se han perdido los contenidos. Si, según la retórica tradicional,
forma y fondo componen una unidad indisoluble, lo que habría que preguntarse es
cómo el edificio entero continúa aguantando sin derrumbarse sobre las cabezas
de sus señorías. No ya desde la vertebración de ese monstruo de Frankenstein
ideológico que mantiene a Pedro Sánchez de pie y haciendo el oso, sino desde
los tiempos en que el PP se mantenía erguido gracias a alianzas inverosímiles
con folklóricos canarios y nacionalistas vascos.
Volviendo a las
formas, Miguel de Unamuno, que de retórica sabía un rato, decía que bastaba con
tener que decir algo “grande, jugoso, hondo, y luego, del fondo, brotará la
forma”. Entonces Gabriel Rufián abrió la boca y dijo “hooligan“, que no parece
un adjetivo que le cuadre demasiado bien a Borrell, ni siquiera en sus últimas
actuaciones en Cataluña, sino más bien a Gabriel Rufián. Otros calificativos
rufianescos referidos al ministro de Exteriores -“racista”, “fascista”- venían
averiados de fábrica, aunque también es cierto que este crescendo verbal era ya
inevitable desde el momento en que el adjetivo “golpista” se arroja
tranquilamente entre las filas de los diputados independentistas a modo de
pedrada.
Parafraseando la
genial ironía de De Quincey, puede decirse que el escándalo vivido ayer en el
hemiciclo repite esa deslumbrante maldad sobre el despeñadero al que conduce la
falta de educación: se empieza por saquear las arcas públicas y por financiar
un partido con dinero negro, y se acaba por perder las buenas costumbres en el
Congreso de los Diputados. Es verdad que Rufián sobreactúa a menudo, pero no lo
es menos que la indignación de Ana Pastor sonaba completamente histriónica,
sobre todo si se recuerda la cantidad y la calidad de los insultos vertidos en
esas nobles paredes desde la instauración de la democracia.
Alfonso Guerra dijo
en su día que Soledad Becerril era Carlos II vestido de Mariquita Pérez, que
Aznar iba “asnando” por ahí y que el deshonesto Adolfo Suárez había salido de
las cloacas del fascismo. Andrea Fabra rebuznó un glorioso “que se jodan” aún
no se sabe muy bien si a los diputados del PSOE o a todos los parados
españoles. Rafael Hernando estuvo a punto de partirle la cara a Rubalcaba en
los pasillos y tuvo que ser sujetado por Acebes y Zaplana. Pujalte, el primer
agraciado con una tarjeta roja directa, vaciló al entonces presidente del
Congreso, Manuel Marín, para que llamara a la policía mientras mostraba la
flexibilidad de su cintura en una exhibición de pilates. Por su parte, cuando
ejercía de jefe de la oposición, Mariano acusó al presidente Zapatero de traicionar
a los muertos de la banda terrorista ETA.
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